S.D. HUESCA 1-1 REAL SOCIEDAD

Un empate de calidad

El Huesca estuvo a diez minutos de apuntarse el 'derbi' frente a la Real Sociedad, un encuentro de pasiones en el que, como en las últimas semanas, decidieron dos acciones de estrategia. El gol de Moisés, en el 58, nació de un córner, y el de Labaka, en el 80, de un saque de falta. El partido desmintió la teórica superioridad de los donostiarras, a los que los azulgrana acecharon con el ímpetu y el empaque que les ha hecho alcanzar su mejor versión. Mejores que su rival por algunos centímetros, los oscenses acumulan ya siete jornadas sin perder. Nadie tiene fácil hincarles el diente, ni siquiera un claro favorito para regresar a Primera.


Despojados de cualquier tentación de estética, los dos equipos depararon un choque de estilos similares. Un muro contra un frontón. La seguridad defensiva debió de ser lo que más contentó a ambos entrenadores. Pese a las bajas en defensa y los correspondientes apaños, el Huesca mantuvo impolutos los guantes de Toni Doblas durante la primera mitad. Es decir, que fue el mismo equipo de los tres últimos meses, si bien sin laterales derechos natos y con Helguera retrasado al puesto de central. El cántabro golpeó con puño dictatorial como lo hace en el centro del campo. ¿Era Luis? ¿O acaso su hermano Iván?


En el lateral diestro, Mikel Rico fue de menos a más, con algunas dudas en el arranque y el esquivo Griezmann como par para terminar bien asentado. De la zaga en adelante, los azulgrana prometían ambición y magia, con Camacho y Sastre en el doble pivote y tres diablillos (Gilvan, Gallardo y José Vegar) para dejarse guiar por ese faro de veinte pies que es Moisés. Fieramente sujeto por la Real, el Huesca, al menos, se protegió y repartió mamporros en un combate de igual a igual contra los donostiarras y un viento inclemente como tercera pata de la mesa. La cuarta, el árbitro Ontanaya López, recordó -por fortuna- más bien poco a aquél que la lió en partidos como los de Cartagena o Zaragoza y Hércules el año pasado. Alguna hizo, eso sí...


Los dos boxeadores demostraron que se conocen bien. Pese a las diferencias en el presupuesto o las ambiciones, no son tan dispares. Y tampoco ha de sorprender que la Real Sociedad se agarre con terquedad a las primeras posiciones. Es un bloque de granito, que no concede segundas oportunidades. Una defensa con un enorme sentido de la anticipación, que atiza cuando debe (que se lo digan a Moisés) antecede a una vanguardia con más chispa de la que prendió ayer. El eterno Aranburu aparece condimentado con el chaval Griezmann y un Songo'o algo mejorado con respecto a su versión en el Real Zaragoza. Entre la firmeza táctica y los fogonazos, el Huesca fue tan dueño del balón como la Real. Es decir, ni uno ni otro terminaron de excavar en la dirección correcta hacia el gol. Fútbol maniatado, se podría llamar. No quiere decir esto que abundara el juego agresivo, o que el partido fuese infumable, sino que se trataba de un choque con el ADN de la Segunda División. A los oscenses les costó tomar el punto a la tarde, cosas de la adaptación en varios puestos. En diez minutos, los vascos demostraron que sí eran superiores en algo: el juego aéreo. Querían mandar, hinchados por los alrededor de mil seguidores de Gol Sur que convirtieron esa parcela del Alcoraz en el vetusto Atotxa.


Pronto descubrieron que para sumar y seguir en su trayecto a Primera tenían que vigilar al milímetro a los atacantes azulgrana. El brasileño Gilvan, en su tercera titularidad, continuó erigiendo en su parcela del terreno de juego un sambódromo. Solo le faltó ese gol que anda rondando, y su matrimonio con José Vegar propinó más de un desvelo a la zaga realista. Cada vez más crecido, el Huesca acumuló miguita a miguita méritos. Ese crecimiento transitó parejo al deterioro de los guipuzcoanos.

Entre las principales causas de esta polarización azulgrana del juego tuvo mucho que ver una verdad que dolerá a los 'txuri urdin': no supieron por dónde hincarles el diente a los oscenses. Y eso, a la larga, desespera. En el caso del Huesca, se llama confianza y fe en uno mismo. La misma que contagia Gilvan. O el eterno Moisés, profeta del gol en la segunda mitad.


El del punta de 38 años es un caso digno de elogio y estudio. No tiene ni la frescura ni la velocidad de otros 'nueves' de la categoría. Pero a perro viejo no le gana nadie. Podrán coserle a patadas, como ayer. Podrán marcarle al hombre, y lloverle pepinos. Pero una por partido tiene, y la de ayer la enchufó. Su tanto fue preludio y símbolo de que el Huesca atraviesa por una feliz etapa.


Un disparo del esforzado Gallardo, que dio en un zaguero y se marchó a córner, fue el precedente del éxtasis. Tras el saque, Gilvan la puso al área desde la derecha con la precisión de un Balón de Oro y Moi entró a pecho descubierto, cayese quien cayese, para sumar su segundo gol de la temporada. Cuando le sustituyó Iriome, se le despidió como a un héroe, veterano de guerra y padre a la vez.


Calderón y Lasarte movieron los banquillos a partir del 1-0. El gaditano sacó a Vicente e Iriome y más adelante a Sorri con el ánimo de matar a la contra. El uruguayo, a Prieto, Agirretxe y Estrada para darlo todo y mejorar lo que antes palidecía sobre el césped. La Real se quedó con la razón de su parte y adquirió la vocación de un comando suicida. Tras una falta inocentona, Estrada colgó un kilo de veneno que aprovechó Labaka con un remate. Las tablas, más que justas, fueron nutritivas en un día en que los de abajo espabilaron.