DIARIO DEL MUNDIAL

Un equipo oscuro vio, sin fe, la luz

David Villa, una vez más, abrió la puerta a algo distinto y esperanzador. Pero esta España de Del Bosque volvió a perderse.

BUFF. Buff. Buff. ¡Vaya miedo! España tardó en entrar en el partido. Al principio solo hubo un conjunto: hacía tiempo que los españoles no habían corrido tanto detrás de la pelota. La Roja era manoseada y vilipendiada con impunidad. El equipo de toque, de presión y de ideas luminosas era Chile. Los jugadores de Bielsa salieron a morder: se plantaban muy bien, no perdían el sitio en ningún instante, y avistaban una y otra vez el arco de Casillas. España estaba peor que nunca: extranjera de sí misma, impotente, sin iluminación en parte alguna. No entraba en juego Xavi, ni casi nadie.


Latigazos, suerte y el Guaje

Y si el balón, tras una fricción, caía del lado de España, en pocos segundos lo perdía y observaba, con estupefacción, cómo los andinos organizaban su ataque. El huy huy huy rondaba a Casillas. El 'Loco' Bielsa se aplicó en la táctica: su equipo juega de memoria, triangula con perfección, entra con velocidad por las bandas, que son muy veloces, y ansía una y otra vez la posesión. La pelota no quema. Durante muchos minutos pareció que el equipo que había deslumbrado al mundo era el chileno, que añadía dos elementos fundamentales al choque: la ambición y un físico más poderoso, o más trabajado, que el nuestro.


España no encontraba salidas, no tenía dibujo táctico, ni había destellos por ningún lado. Y de repente en uno de esos balones largos enviados a Fernando Torres, que intentó buscar el desmarque e incluso desbordar sin demasiada fortuna, el portero Bravo tomó una decisión precipitada: salió demasiado lejos del marco y pugnó con el ariete español. El despeje, corto, quedó en la bota de Villa, que marcó desde lejos a puerta vacía con un espléndido zurdazo.


Fue un magnífico gol y un golpe de suerte. Alguien alumbró de súbito la oscuridad de España, demasiado obtusa y rácana hasta entonces. Estaba sobrepasada en cada lance. Y luego otro arrebato de genio y de compromiso de Villa fue determinante: como si fuera Butragueño recibió hacia la izquierda, levantó la cabeza y dejó caer los brazos. Vio la llegada de Iniesta, le sirvió medido y raso, y este ejecutó primorosamente. Fue un bello tanto que seguía el dictado del juego de anteayer: buenos desmarques, elegancia y exactitud en la entrega, e impecable ejecución, tan estilosa como segura. Los dioses jugaban con España: Chile quedó diezmada pronto. A partir de ese instante, con esa ventaja, los españoles parecieron sentirse más cómodos. Más que por la superioridad numérica en sí misma, porque Xavi dio dos o tres pasos más atrás y tomó las riendas. Reapareció un balompié de control y dominio, de trazado correcto, de avance en vertical. España escenificó un amago de resurrección.


La segunda parte fue más bien descorazonadora. Chile salió enchufada y generó ocasiones. En otro acercamiento a la portería, marcó: tres defensores, tres, exhibieron lentitud y lasitud y escasa tensión. Los azules estaban subsumidos, habían caído en el pozo. España recobró el pulso y el mando, pero poco a poco fue languideciendo, y Chile también. Se desfondó y se conformó. Y a partir de ahí, el choque fue penoso. Arrítmico. Desangelado. Entró Cesc y mostró una actitud inicial esperanzadora para ir escurriéndose hacia la nada; entró Javi Martínez y se situó en un lugar que ni era el suyo ni el que convenía al equipo. Mientras, España se disolvía, se diluía, se emboscaba, aburría a las ovejas y a las vuvuzelas. Un partido tan importante exigía algo más de España: los últimos minutos anuncian un equipo frágil, inconsistente, conformista y plano. Villa se moría arriba en soledad y cansancio, y había sido el jugador más importante.


Aire final de pachanga

Ayer Del Bosque no supo ver que Villa necesitaba la compañía de Silva y tampoco tuvo la agudeza de recuperar al canario para el bloque. Las decisiones del míster ayer no le favorecen nada en ese debate sobre la idoneidad de su liderazgo, sobre su conocimiento del oficio del gol.


El último tramo tuvo momentos vergonzosos. De pachanga amañada, de falta de pundonor. Si España no es capaz de ganar de otro modo a un equipo con diez, si no tiene las agallas de mostrar algo más de fútbol y de entereza, parece evidente que no debemos hacernos grandes esperanzas. El equipo cumplió su objetivo. Ganó y ha sido primera de grupo. Eso es innegable. Eso sí, con escaso brillo, sin elocuencia y con un fútbol intermitente, puramente funcional, de latigazos.