ANÁLISIS

Un amargo aniversario

Hoy se cumplen cuatro años de la ascensión de Agapito al mando del Real Zaragoza. Un periodo marcado por la inestabilidad institucional, el inquietante aumento de la deuda y una grave descapitalización futbolística.

Cuando el zaragocismo sople hoy las velas del cuarto aniversario de la llegada de Agapito Iglesias a los mandos de la entidad, lo hará con una mueca de decepción. Una frustración por lo que se prometió y lo que no ha sido. Los éxitos deportivos murieron tras la primera temporada y la soga económica, lejos de aflojarse, asfixia con virulencia a la entidad.

"Es nuestra intención hacer algo nuevo. Para nosotros es un reto en el que ponemos toda la ilusión. Este es un gran club que debe de estar a la altura de la ciudad y de Aragón". Estas fueron las primeras palabras del soriano cuando se presentó ante los medios junto a su socio Emilio Garcés y Alfonso Soláns, quien cedió el 86 por ciento de las acciones a cambio de 10 millones de euros.

La inestabilidad ha acompañado desde el minuto uno a este proyecto que nació grande y que sobrevive con pulso mortecino. Sólo nueve días después de su presentación en sociedad, Emilio Garcés, que estaba predestinado a presidir la entidad, abandonó la nave con palabras diplomáticas que enmascaraban el amargo sabor de la traición. Dimisiones y ceses han golpeado constantemente la estructura institucional y deportiva en este cuatrienio.

Pese al primer borrón, el arranque fue ilusionante. Eduardo Bandrés, Consejero de Economía, asumía la presidencia nominal, y Víctor Fernández, el entrenador de la Recopa, regresaba al banquillo. En el césped, la salida de Cani era silenciada con un atronador desfile de figuras. Pablo Aimar, 'arrebatado' al Valencia, se erigió en la piedra angular. También aterrizaron D'Alessandro y Carlos Diogo, junto a un prometedor Gerard Piqué. Con sufrimiento hasta el último momento, se selló la clasificación para la Copa de la UEFA.

El segundo ejercicio, marcado por la venta de Gaby Milito y el fichaje de Ricardo Oliveira, sumió al club en una pesadilla de la que todavía se está recuperando. El descenso a Segunda supuso el triste despertar y a Agapito se le fundieron las alas de cera. Aquella campaña, con cuatro técnicos, murió con el único adiós de Miguel Pardeza.

Lejos de emplear la autocrítica, Agapito presumió de su poderío económico y revirtió las críticas con la millonaria contratación de Marcelino García Toral. El asturiano cumplió su misión, pese a las interferencias internas. Eso sí, sucumbió un año después víctima de una plantilla descompensada. Se acabó celebrando la permanencia, algo inaudito en el Real Zaragoza desde la irrupción de Los Magníficos.

Por el camino se han quedado Eduardo Bandrés, el mencionado Pardeza, Gerhard Poschner, seis consejeros, seis entrenadores, un sinfín de jugadores y, sobre todo, la solvencia y el prestigio de una institución ejemplar.