MÁLAGA 1 - REAL ZARAGOZA 1

Sin dinamita

PAredes, que fue expulsado, observa en el suelo a Gámez
Sin dinamita
EFE

A veces al fútbol le convienen historias como esta, con un final sulfúrico y cardiaco, navajazos en alguna esquina, escupidores malditos, incendios y protestas, y, sobre todo, un partido abierto en canal, con los dos equipos caminando en el alambre de la desesperación y los nervios. Sirven por encima de todas las cosas para desarmar los corsés preestablecidos y los 'pizarrazos' de los entrenadores. Cuando los jugadores se saltaron todas las reglas del jefe, aquello, al menos, entretuvo, aunque supiera a poco, aunque solo fueran unos breves minutos, los quince finales más esos siete del añadido que convirtieron el desenlace en un maratón donde el Zaragoza no se aprovechó de un Málaga con peligrosos síntomas de enfermo durante todo el partido.


Si dejamos de lado ese intervalo que fue desde el salivazo de sapo de Apoño, el fingido desmayo de Ander, la histeria de Ewerthon y esas ocasiones que el Zaragoza tiró al palo (Lafita) y al cielo (Gabi); el partido fue una piedra. Feo como Nobby Stiles.


El premio del Zaragoza, por llamarlo de algún modo, fue un pobre punto. No pudo con un colista con mala pinta: la grada le gritó a Muñiz que cogiera lo suyo y se marchara, Luque cruzó miradas retadoras y gestos con sus aficionados, esos mismos le frenaron un cambio a Muñiz, ondearon los pañuelos y en el terreno del fútbol, el Málaga dejó más señales preocupantes: giros constantes en el sistema, revoluciones de nombres, la zurda pulcra de Duda en el banquillo, cinco defensas en casa y contra Arizmendi…


Todo eso lo desaprovechó el Zaragoza. Su partido consistió en gobernar sin filo ni pólvora. Todo se tradujo en dominar espacios y metros, pero sin peligro. Al equipo aragonés le falla esto, y es así, de nada vale engañarse con que son los únicos que marcan siempre. El problema lo explican a medias su incapacidad para hilvanar el juego en los metros decisivos y su escasa intimidación, apenas ha alcanzado área en los últimos partidos de Liga. En el cómputo global del duelo, salvando esas ocasiones finales de Lafita y Gabi, el Málaga, sin ir más lejos, dio algo más de miedo.


El partido tuvo dos caras. La primera fue de plomo. Inaguantable. Muñiz le entregó la pelota al Zaragoza levantando una muralla de cinco hombres. Le dio la vuelta una vez más a su equipo. La idea era similar a la expuesta en el partido de ida de la Copa, aprovechar la falta de profundidad de los aragoneses, esperar esos pequeños detalles anunciados en las previas, errores fatales en zonas fatales, y atacarle a la espalda. El Zaragoza no corrió riesgos, sujetó la pelota, pero de modo inocuo dejando la impresión de que el Málaga, flojo y nervioso, se le iba a escapar vivo.


Aquello se convirtió en un folio en blanco, fútbol plano y desustanciado. El Zaragoza apenas inquietó con un disparo cruzado de Babic. El Málaga mandó a Obinna al frente, el solo en el desierto y bien sujeto por una defensa a la que Goni le ha inyectado cemento y coherencia. El central canterano volvía a pisar Primera División y ganó balones por listo y por rápido. Ahora mismo es una garantía atrás.


El partido caminaba igual que la vuelta de la Copa del Rey. Pero el descanso reinició todo. Primero el gol del Zaragoza. Lafita forzó la vista del árbitro tras recibir un balón largo, Munúa salió atropellado y Rubinos picó. El penalti lo ejecutó en suspense Ewerthon, que hacía su aparición por el partido a los 40 minutos de reemplazar a Arizmendi, recaído de sus problemas musculares. El brasileño tiene una fuga de gas, sufre falta de chispa y no se sabe si de algo más. Pero para nada es la figura que goleó en el ascenso, porque Ewerthon sin gol es como un jardín sin flores, como los domingos sin fútbol, sí. En un equipo con despoblación de delanteros, urge la mejor versión de Ewerthon.


Con el penalti cobrado y mandando en el marcador, Jesús Gámez, lateral poderoso y de dos áreas, se encargó de expulsar a Paredes. Una doble obstrucción mandó al Jabalí a la ducha. Caminando hacia el vestuario, en el mientras tanto, Muñiz hizo cambio, el golpe franco se alargó y Weligton, el granjero, se pasó a boxeador. Golpeó a Goni y se marchó con Paredes. En un minuto el partido se había convertido en una montaña rusa. Para ti, para mí.


El resultado fue un caos ordenado. El Málaga subió metros, se ensució el partido y le empató al Zaragoza en un córner limpio y flotante que sacó Duda e Iván no desaprovechó ganándole el pulso aéreo a Paco Pavón.


El empate situaba de cara al Málaga, con la grada incendiada poco antes de que las llamas se trasladasen al césped en el tramo final. Cualquier cosa podía pasar en un partido que se desordenó por completo. Todo empezó con Apoño y Ander Herrera. Hirvió la sangre, y Rubinos le dio cuerda el reloj. En cierta medida el partido fue eso, lo que pasó al final, todo lo demás fue paja. La locura benefició al Zaragoza, más fresco de piernas. En el descuento, los de Marcelino amenazaron más que en todo el tiempo perdido antes. Lafita, cuyo nivel multiplica la media del equipo, lanzó al palo y rozó el empate. Gabi también lo tuvo con la portería entera para él, pero la pelota, forzada, se fue arriba. Escasa pólvora para un equipo en huelga de pistoleros.