ALBACETE 1-1 ZARAGOZA

¡Qué pena más grande!

¡Qué pena más grande!
¡Qué pena más grande!
PEDRO ETURA

El Real Zaragoza fue líder durante media tarde del sábado. Pero acabó subiendo al autobús de regreso de Albacete con el gesto torcido tras echar a perder a última hora un partido en el que no solo debió ganar, sino golear, a un equipo local que estuvo casi siempre a su merced.


Un penalti claro de Chus Herrero a Merino a falta de 6 minutos para el final del duelo, tras una grave pérdida de balón del propio zaguero zaragozano cerca del área, generó un duro castigo que puso en evidencia los imperdonables errores que, con anterioridad y durante toda la lluviosa tarde manchega, habían acumulado ante la portería de Jonathan los delanteros zaragocistas.


La victoria, aun por el ajustado 0-1 que se barruntaba en el esprint final del partido, hubiera sido justa, necesaria y convincente; habría colocado al Zaragoza primero y, sobre todo, habría difuminado el asunto de los rezagados de las vacaciones navideñas, que por fin no jugaron de titulares en un once que tuvo mucho de sorprendente y experimental a cuenta de este 'affaire' festivo de los tres sudamericanos.


Y es que, realmente, el partido comenzó media hora antes del pitido inicial, cuando se hizo oficial la alineación de Marcelino. Zapater era lateral derecho, Songo'o debutaba como titular y Braulio era la pareja de Oliveira. Una serie de cuestiones vinieron a la cabeza de más de uno como un aluvión: ¿Por qué no jugaron al final ni Ayala, ni Ewerthon, ni Caffa? ¿Consultó el técnico con la almohada ayer por la mañana y decidió dejarlos entonces en el banquillo? Tal y como advirtió el jueves Marcelino, ¿cabe colegir que considera que no han hecho bien los deberes? ¿Por qué el viernes por la noche, tras el entrenamiento en Albacete, las tamizadas sensaciones que se emitieron sugerían que todo estaba bien y que su alineación era más que posible? ¿Ha lanzado un mensaje Marcelino a los dirigentes que consintieron un agravio con estos jugadores respecto del resto de sus compañeros, desmarcándose de una responsabilidad que sin embargo el jueves asumió él en primera persona? ¿Se ha confundido?...


Sea como fuere, la pelota comenzó a rodar y el juego del equipo hizo que este candente y extraño caso quedase aparcado en doble fila. El Zaragoza jugó un buen primer tiempo, teniendo el balón, dominando el timón, marcando el ritmo y borrando del campo a un Alba apabullado.


En el descanso, bajo el diluvio que caía sobre el veloz césped del Belmonte, las sensaciones en lo alto del desolado y vacío graderío eran, dentro de la felicidad del triunfo momentáneo por 0-1, agridulces. Dulces por el aplastante dominio manifestado por este novedoso Zaragoza de ayer y, como consecuencia de esta primera premisa, agrias porque uno pensaba que quizá el resultado debería de haber estado resuelto con rotundidad en favor del cuadro aragonés antes del intermedio.


El balón fue casi siempre de los chicos de Marcelino. Toque para aquí, toque para allá. Sin apenas problemas cuando se sufría alguna pérdida en la medular. Zapater pudo marcar de inicio en una falta. Braulio, de seguido, intentó provocar un penalti ante Jonathan en vez de buscar un gol que podía ser en un mano a mano letal. Oliveira chutó dos veces desde la frontal con intención pero sin potencia y el portero rival atrapó ambos disparos. En definitiva, cuando Braulio rompió su maleficio con el gol en el minuto 37, ya hacía muchísimo tiempo que se olisqueaba el primer tanto del Zaragoza.


Los manchegos no pisaron el área con la pelota controlada en la primera parte ni una sola vez. Solo dos córners, provocados con más corazón que cabeza desde las bandas, llevaron algo de nerviosismo a la portería de un inédito López Vallejo, que apenas se manchó de barro en esos primeros 45 minutos del choque.


Esa sospecha agria de no haber matado y rematado a tiempo a un rival menor, acabaría apareciendo hecha realidad al final del choque cuando Diego Costa transformó en el 1-1 final el penalti de Chus a Merino. Solo que la sensación de impotencia y de haber tirado a la basura dos puntos tontamente fue todavía más lacerante porque, en la segunda mitad, el Zaragoza erró hasta 5 goles cantados en la portería local. Para cuando llegó el fatal penalti, el marcador debería haber estado 0-3 o 0-4. Braulio pifió un mano a mano. Oliveira marró un cabezazo a quemarropa y otra jugada en la que llegó a regatear al portero. Caffa la tuvo desde la frontal. Trotta salvó con la puntera un pase de Oli a Braulio cuando éste la iba a empujar adentro.


No se puede perdonar tanto. No se puede fallar de ese modo tantos cantados. Un equipo grande no puede dar vida a un adversario moribundo. Nunca. Y el error del Zaragoza anoche en Albacete fue precisamente ese: ser benevolente y, a causa de sus fallos propios, obsequiar a su sometido contrario con un punto que no mereció, a costa de restar dos de su haber que tenían un valor de oro de ley vistos los otros resultados. Se jugó mejor, pero sigue sin ser suficiente para mandar.