REAL ZARAGOZA

Procesión de aficionados a Palma

Pase lo que pase esta tarde, el Zaragoza no está solo. Y pase lo que pase en Mallorca, el Zaragoza no se quedará solo. En el año del 75 aniversario y de la Expo, es legítimo decretar que el mayor patrimonio de este club es su afición, que ha tenido un comportamiento modélico en medio de una temporada infame. El zaragocismo ha entendido sabiamente el orden de los tiempos: el aliento incondicional es anterior al balance, así que después del último abrazo llegará la hora de pedir cuentas a quien corresponda.


Unos 700 aficionados blanquillos estarán en las gradas del Ono Estadi, portando la bandera de la fe confeccionada esta semana al amparo de la Virgen del Pilar. Una fe que trasciende religiones, que se sustenta en el argumento más poderoso de cuantos la definen: querer creer.


En barco o en avión, con la subvención del club o el bolsillo propio, en viaje organizado o peregrinación en soledad, la última procesión ya está en Palma. Los jugadores del Zaragoza podrán saltar al campo, andar unos metros buscando a los suyos en la grada, sentir un cosquilleo en las piernas, subirse bien las medias, respirar hondo y prepararse para el último desafío.


No importa el cómo


No importa que haya jugadores en forma y otros con menos chispa, tampoco es lo más relevante cómo los sitúe Manolo Villanova en el campo, da igual que el Mallorca sueñe con Europa y tenga al Pichichi entre sus filas: la tarde será del Zaragoza en la medida en que el Zaragoza quiera. Querer de verdad. Querer por ellos y para los suyos.


En la última procesión no hay lugar para los incrédulos, nadie concibe otro final que la salvación. Sobre todo porque a pesar de haber hecho una Liga desastrosa, el equipo aragonés es el que va a decidir su suerte, un lujo para cualquier condenado que dispone de la última voluntad.


La afición del Zaragoza ya no puede hacer más. Vuelve a estar con el equipo en la décima final que se le propone en dos meses de verdadera angustia. Tiene el crédito al límite pero su ánimo no decae. Es incondicional. Hasta el último minuto de césped. Que después llegará la reflexión.


Lo ha demostrado en La Romareda, guardando su desaprobación para después del pitido del árbitro y haciendo tabla rasa cada dos semanas. Y lo ha demostrado fuera de casa (Getafe, Barcelona...), viajando cuando más cuesta, cuando no hay un título en juego. Solo orgullo.


Año de efemérides


En el 200 aniversario de los Sitios de Zaragoza (2008 será el año de las efemérides en Aragón), setecientas ilusiones en azul y blanco representan el anhelo de toda una ciudad, incapaz de admitir que un año después de las promesas doradas haya que doblar la rodilla para entrar en el infierno.


Agapito y Bandrés predicaron del paraíso sin conocer su ruta y ahora espolean la última cruzada aragonesa para esquivar un abismo al que nadie quiere asomarse. Y entre los hilos que obran en sus manos aparece un Manolo Villanova erguido como pocos, primer creyente de su fe y ejemplo de perseverancia.


Su convicción es la de quienes han viajado. Y pretende ser la de quienes se han quedado en casa. Para todos ellos es la última procesión. Y querer creer, el último mandamiento.