Verdades como puños

La vida fuera del cuadrilátero no desvirtúa la entidad de los títulos conquistados por Perico Fernández, autor una carrera pugilística tan corta como brillante.

Gesto habitual en la carrera de Perico: el árbitro lo declara ganador.
Gesto habitual en la carrera de Perico: el árbitro lo declara ganador.
Heraldo

"Sin entrenar, les pegaba una paliza y les ganaba por KO; si hubiera entrenado, les habría matado", decía Perico Fernández. Ningún resumen sintético plasma con tanta fidelidad las razones del itinerario tan breve como brillantísimo del hombre que en 1974 gobernó el universo del peso superligero. Perico era así. Así ganó la corona mundial y así la perdió. Su trayectoria encierra virtudes y defectos. Las virtudes nos remiten a cuatro monumentos pugilísticos, las cuatro peleas que encumbraron a Perico Fernández como jerarca mundial. Los defectos también existieron, sobre todo fuera del ring. Las virtudes quedarán ahora expuestas. Para los defectos, en el nuevo Nuevo Testamento también pueden encontrar razón: "El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra", Juan 8:1-7 dixit. Lo dicho, que desde los tiempos del Nazareno se recomienda mirarse uno al espejo antes de darle a la lengua...


Si su vida nació con un abandono en una oscura calle, su leyenda partió desde un hallazgo probablemente también en una oscura calle. Hay un chaval en el hospicio con los puños de acero, decían por los alrededores de la inclusa. El caso es que nadie respiraba al paso de Perico por la calle Pignatelli. Pronto comenzó a ganarse unas perrillas en peleas. De esos tiempos data la inquebrantable amistad con Paquito Millán. Con apenas 15 años, un desalmado le falsificó la edad para cubrir de legalidad su primera aparición oficial en un cuadrilátero. Acaeció en Torralba de Aragón, punto de partida de una carrera sin parangón. Martín Miranda fue el primero en encontrar sus fantásticas condiciones como boxeador. Miranda moldeó a Perico con un excelente preparador, Jesús Couto. A Perico nunca le gustó entrenar, y tampoco se cuidaba demasiado. No le era necesario para liquidar con dos meneos a todo bicho viviente que se pusiera delante. Le bastaba con su físico privilegiado, con esa cintura flexible como un junco, con esa pegada de peso pesado siendo superligero.


El primer hito trascendental en su caminar llegó el 3 de marzo de 1973, al superar en el pabellón Salduba de Zaragoza al eterno campeón español Cayetano Ojeda ‘Kid Tano’. Había nacido una estrella. El bonachón Benito Escriche ya le acompañaba día y noche. Con 20 años, Perico era el amo de Zaragoza. Del Salduba, pero también de Parsifal, del Nido de Robinson, de los Papagayos... Sería absurdo negarlo, Perico vivía de madrugada. El siguiente paso llegó un 26 de julio de 1974 en Madrid, cuando aniquiló a Tony Ortiz y conquistó el título europeo. El escalón que continuó era el definitivo, el título mundial. Lo ascendió como solo lo pueden ascender los más grandes, ganando con una costilla rota a ‘Lion’ Furuyama en un inolvidable 21 de septiembre de 1974. Ese día, acaso ya lo era antes, Perico pasó a ser un auténtico fenómeno social en España.


Ya hacía tiempo que Perico era el preferido de José María García. También, de José María Íñigo, de Isabel Teneille, de Pedro Ruiz, de Mercedes Milá. Todos los periodistas del momento querían estar a su lado. Ningún futbolista de los 70, ni el mismísimo Johan Cruyff, acaparó tantas portadas en España. Incluso le recibió Franco. Cuentan que Franco se equivocó y le felicitó degradándole a nuevo campeón europeo en vez de mundial. Perico también se atrevió a degradar al entonces jefe del Estado y le llamó sargento... Perico ya estaba por encima del bien y del mal... Era un símbolo nacional. Su popularidad era tal que no podía salir a la calle en Zaragoza, entonces una ciudad en efervescencia, con el Real Zaragoza de los Zaraguayos como subcampeón liguero, y con Raúl Aranda erigido en máxima figura del toreo. Couto le metía caña, pero a él le gustaba más ir a echarse unas carreritas a la Ciudad Deportiva con Nino Arrúa que ponerse los guantes. Tampoco cuidaba mucho la alimentación. Entonces no había nutricionistas ni todas estas cosas modernas. Al Campeonísimo le han visto comerse unos huevos fritos con chorizo la misma tarde de una pelea. Así ganaba Perico. Así tumbó a Joao Henrique en el excepcional combate del 15 de julio de 1975, la obra maestra de Perico. Era la primera ocasión en que un campeón mundial español defendía con éxito el título universal. Hubo otros campeones: Baltasar Berenguer, Pepe Legrá, Pedro Carrasco, Miguel Velázquez, José Manuel Durán, Cecilio Lastra, Javier Castillejo, el también aragonés José Antonio López Bueno... Pero ninguno aglutinó el carisma de Perico. Ni Pedro Carrasco, un notable boxeador, alcanzó la trascendencia social que disfrutó Perico Fernández. Y eso que se casó con Rocío Jurado, la indiscutible soberana de la canción española. A Perico no hacía que la cantaran: Perico cantaba solo o con Tony Ronald. Sí, hasta se atrevió a grabar un disco... Genial,Perico. Desde luego, Rocío cantaba mejor que Perico. Desde luego también, Perico boxeaba mejor que Carrasco. Sin ninguna duda, fue el gran boxeador español, uno de los pocos noqueadores, el único en su peso capaz de tumbar al rival con un solo golpe.Referente eterno


Siempre quedará la duda de hasta dónde pudo haber llegado este deportista excepcional. José María García, perfecto conocedor del último medio siglo de la élite del deporte español y mundial, asegura que su capacidad solo sería comparable en el siglo XXI a la de Rafa Nadal y Fernando Alonso. Fue el Manolo Santana ganador de Wimbledon cuando en España no había pistas de tenis, el Severiano Ballesteros conquistador del Open Británico cuando en España no había campos de golf, el Ángel Nieto 12+1 veces campeón del mundo cuando en España no había circuitos. Todos los demás campeones contemporáneos, salvo Nadal y Alonso, tendrían que hacer fila. Pero, además del destino, el gran mérito de Perico reside en el camino. Nadal y Alonso cuentan con fantásticos equipos técnicos y humanos detrás. Perico fue él y unos amigos de Zaragoza a los que les cayó un campeón del mundo en las manos.


El tiempo, a veces cruel con tantos ídolos, no ha sido capaz de erosionar ni un gramo del carisma de Perico. El gran campeón aragonés perdió primero la cintura. De junco pasó a tronco y dejó de esquivar. El fuera de serie que era capaz de ganar con las manos en los bolsillos comenzó a ser vulnerable. Después disminuyó la energía de su pegada. Llegaron las derrotas, los líos con los árbitros, las sanciones. Había pasado mucho tiempo desde el montaje chungo de Bangkok. El regreso a la gloria ya solo formaba parte del deseo de una afición que lo seguía adorando. El triunfo ante Redondo constituyó la última alegría. Todo lo que vino después solo puede asimilarse desde el cariño, desde el afecto inmenso que sus seguidores seguía profesando al aragonés que consiguió que España entera trasnochara para ver pelear al gran campeón, al hombre que ayer decidió marcharse al cielo, ese territorio que le corresponde desde que saltó al ring del boxeo. Y de la vida...

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