MONTAÑISMO

Marta Alejandre: "En la cima me sentí una privilegiada"

La primera aragonesa en subir un ochomil ya está en casa, asimilando la gesta del pasado 1 de mayo, cuando alcanzó la cima del Dhaulagiri junto con Carlos Pauner, que logró su octavo techo. El jaqués y Javier Pérez miran ya al Lhotse.

¿Abrumada?


Me hace mucha ilusión las muestras de cariño que estoy recibiendo. Más que abrumarme me reconfortan. Estoy muy contenta.


¿Qué es lo que más le ha hecho ilusión a su regreso?


Volver a probar la comida a la que estaba acostumbrada, sobre todo, fruta y ensaladas. Nada especial pero sí los detalles, como las fresas con azúcar que mi madre tenía preparadas ayer (por el martes) para el desayuno.


Usted pensaba encadenar dos expediciones en el Himalaya, pero la causa más inmediata de su regreso han sido unas pequeñas congelaciones en su mano derecha.


Sí, han sido la razón por la que he tenido que volver, porque si no me habría quedado con Carlos (Pauner) y con Javier (Pérez) para hacer el Lhotse. Pero los dedos no se podían exponer otra vez al frío. Estando ya en Katmandú entré en contacto con los doctores José Ramón (Morandeira) y Antonia (Nerín) y nos citamos para la vuelta. Ayer (por el martes) estuve en el Clínico, haciendo diversas pruebas: una gammagrafía para los dedos, para descartar que el hueso estuviera tocado, una revisión de los ojos… Excluir que los pequeños problemas físicos, que me han surgido después de hacer cima, no fueran más graves. Esta es la gran suerte que el Hospital Clínico nos brinda, poder hacer tests antes y después de las expediciones.


No quiso arriesgar.


No hay ninguna montaña que merezca ni un solo dedo. Si regresaba a la montaña podía suponer que los nervios de ciertos dedos se quedasen tocados. Ni nos lo planteamos. Carlos lo vio muy claro desde el principio; yo, quizá, por inexperiencia, guardaba una poco más de esperanza de continuar.


El ataque a la cima del Dhaulagiri o su descenso. ¿Qué momento le pareció el más difícil?


Personalmente, la noche anterior a hacer cima. Es el momento en que estás más intranquilo, cuando se juntan todas las dudas. Además había una circunstancia especial, porque teníamos en el interior de la tienda a uno de los sherpas que nos había ayudado como porteador, que se había caído y no había podido bajar al Campo 2… Fue una noche de soltar lágrimas, risas. Aún le dije a Carlos: "No sé si voy a poder salir". Él me animó mucho. Era una situación incómoda, difícil de llevar psicológicamente.


Su mayor preocupación, antes de partir al Himalaya, era saber si iba a ser capaz de afrontar determinadas decisiones sola...


Allí arriba no puedes llegar a un límite de tu cansancio y que necesites de gente para que te ayude. No podía hipotecar ni a Carlos ni a nadie. En este caso aún fuimos juntos durante un rato en el ataque a la cima, y aunque él se puso por delante siempre manteníamos contacto visual. Después, nos juntamos en el corredor: Carlos bajaba de hacer cima y yo todavía estaba en pleno ascenso e intercambiamos palabras. Me dijo: "Vete para la cima, ten cuidado; si se cierra, da media vuelta". Me dijo claramente que era tarde. Yo le comenté que esta vez iba a ir, que estaba cerca y que no me iba a dar media vuelta.


¿Y la primera sensación arriba, a 8.167 metros?


Recuerdo que llegamos un grupo de cuatro personas -una chica polaca, Kinda; un catalán, Jesús, un argentino, Christian y yo- que se formó por el ritmo que llevábamos. La primera que alcanzó la cumbre fui yo. No se encontraba nadie. Había una luz de atardecer preciosa. Buen tiempo para lo que había hecho dos horas antes, cuando alcanzó cima Carlos, una fuerte tormenta con viento. La primera idea que me vino a la cabeza fue "¡lo he conseguido!". Han sido muchos meses de trabajo, desde el Broad Peak de 2007 es casi un año esperando conseguir esto. Era culminar en un instante el último tiempo de mi vida. Luego me acordé de la gente más cercana a mí, de todo el mundo que había colaborado para que estuviera allí… En la cima me sentí una privilegiada, poder ver la Tierra desde ese punto, para muchos, inalcanzable... Estuvimos un ratito. Nos hicimos fotos, sacamos las banderas, cosas personales que llevábamos. Fue corto, pero intenso.


El descenso tuvo tintes dramáticos...


Les dije a mis compañeros que iniciaba la bajada sola. Tenía frío, tiritaba, llevaba sin comer bastante rato, pesaba el esfuerzo… Pero cuando se echó la noche, decidí esperarlos. Todo el mundo necesitaba la ayuda de todos. Así bajamos juntos, lentos. Desde el Campo Base se veían las luces de los frontales; Javier seguía nuestro descenso, y entiendo que tuvo que ser realmente agónica la visión desde abajo.


El Campo Base del Dhaulagiri le ha ofrecido la oportunidad de compartir experiencias con dos grandes himalayistas, Gerlinde Kalterbrunner (once "ochomiles") y Edurne Pasaban (diez).


Ha sido una fortuna poder compartir la misma tienda-comedor con Gerlinde porque nos ha contado muchas experiencias, ves cómo hace las cosas. Es una mujer encantadora y con una fortaleza increíble. Estábamos cerca de la expedición de "Al filo de lo imposible", y también he podido compartir cosas con Edurne. Ver cómo trabajan ha sido muy interesante.