REAL ZARAGOZA

Marcelino como solución

Marcelino García Toral, entrenador del Real Zaragoza, da indicaciones a sus jugadores durante un entrenamiento.
Marcelino como solución
julián pérez

Como ya sucediera la temporada pasada, a este Real Zaragoza no se le adivina mejor solución posible que la de su propio entrenador, Marcelino García Toral. El fue una de las claves principales -si no la clave- de que se evitara el pasado año un colapso societario y por su criterio sigue discurriendo la supervivencia, por más que este término pueda resultar hiriente o doloroso desde distintos prismas. No se aprecia en el entramado del club base más sólida que su entrenador, en particular cuando se atiende al estado de madurez en que se encuentra el equipo y al territorio en el que se presume que se desenvolverá.

Vistos los encuentros del Torneo Colombino, que al final van a constituir la mejor referencia de la pretemporada, no está la situación deportiva para abrir debates internos acerca de quién ejerce mayor influencia sobre Agapito Iglesias, un accionista mayoritario que, por sus manifestaciones públicas, aún no ha entendido exactamente dónde se encuentra.

El Real Zaragoza de la vuelta a Primera División aún está muy blando y quebradizo. Muestra graves carencias de estructura. La defensa, como sistema de contención bien armado y coordinado, todavía no existe. No es que sea buena o mala. No hay. Los goles del rival tras saque de banda son una denuncia de que ni siquiera se tiene bien tomado el posicionamiento en el campo, un aspecto básico, elemental, que, en verdad, ni siquiera sería preciso tener que debatir en un equipo de Primera.

De modo más concreto, a nadie se le escapa que es prioritaria la adquisición de dos jugadores específicos de banda, dos laterales puros: uno por la izquierda y otro por la derecha. Esos espacios están por el momento entregados a la nada o al contrario de turno. Por ahí muere el Zaragoza. El Betis, un equipo descendido a Segunda, lo desnudó por los dos flancos en el Trofeo Colombino. Sergio García pareció un futbolista majestuoso en lo poco que jugó, sin que encontrara en sus desmarques oposición seria alguna.

El eje de la defensa tampoco ha enseñado solidez bastante. Pavón y Ayala se emplearon lejos del nivel necesario. Así, resulta prioritaria la incorporación de al menos un central de garantías.

Sin modo de asentarse en la línea de atrás, al centro del campo también le desborda el trabajo de cierre. Leo Ponzio y Abel Aguilar han ofrecido dudas desde una perspectiva colectiva, aunque su responsabilidad en este capítulo no es completa.

Tomadas en consideración estas palmarias lagunas, la conclusión deviene por sí misma: el problema que se presenta, aunque básico, no es menor. Un viejo aforismo del fútbol revela la trascendencia de dichos aspectos: "Los partidos los ganan los delanteros y los campeonatos las defensas". Es decir, algún encuentro lo pueden sacar adelante Uche, Pennant o Ewerthon, si es que el brasileño se queda; pero la consecución de los objetivos de la campaña dependen de la solidez que se muestre atrás.

La ventaja con que se cuenta en este sentido es que las debilidades que acusa el Real Zaragoza son aspectos del fútbol que se mejoran con trabajo y dedicación, y es Marcelino quien está al frente. De algún modo, el técnico asturiano está acostumbrado a moverse en este tipo de escenarios. Lo demostró durante el paso por Segunda, como también dejó constancia de ello en su etapa al frente del Racing de Santander. Pese a tener un 'caché' alto en el fútbol español, como técnico de prestigio y renombre, no duda en descender a terrenos elementales en su quehacer diario si las circunstancias de su equipo lo requieren, como es el caso que se maneja.

A Marcelino, eso sí, no le conivienen más complejidades de las que ya se han manifestado. Antonio Prieto, director deportivo, después de observar y enjuiciar la realidad del club por dentro durante un año, ha entendido de modo cabal la circunstancia. Prieto ha cerrado filas entorno a Marcelino, al mismo tiempo que trata de realizar su labor propia dentro de unas coordenadas compartidas. Ese es, sin duda, el camino correcto: la unidad entorno a una idea futbolística y la coherencia alrededor de un norte bien definido, según la propia realidad que se vive en cada momento.

Al Zaragoza actual no le alcanzan sus recursos para optar de modo razonable a propósitos grandes, ni de cerca ni de lejos. Tampoco contribuye a aspirar a mayores cotas su más reciente pasado. Se halla a un abismo de aquellos patrones históricos que hacían del club aragonés un equipo estable en Primera. Sus metas reales deben ser más modestas y realistas, si no se quiere caer otra vez por el agujero de las ilusiones huecas, de las palabras biensonantes o de los aires de grandeza del nuevo rico. Le hace falta un baño de realismo al accionista mayoritario, como también debería pasar por idéntico lugar el coro que tradicionalmente le ha aplaudido y confundido.

A este Zaragoza del regreso a Primera no se le puede exigir, por el momento, más que la permanencia. Nada más. Otra forma de pensar es un engaño, o un autoengaño o, simplemente, una inconsciencia. Si el fútbol, al término de la campaña que se inicia, produce otros resultados, bienvenidos sean. Claro que sí. Pero de entrada es necesario acercarse al equipo con una profunda dosis de humildad.