DIARIO DEL MUNDIAL

Los talentos que vinieron de las islas

Portugal y España buscarán un lugar en cuartos. He aquí una radiografía del rival, desde el legendario Eusebio hasta su figura Cristiano.

Cuando uno piensa en Portugal y en los campeonatos del mundo casi siempre se remonta, de entrada, a uno de los torneos más asombrosos de todos los tiempos: el de Inglaterra de 1966, que tuvo como grandes estrellas a los ingleses Bobby Charlton, Geoff Hurst y al capitán Bobby Moore, al alemán Beckenbauer, un deslumbrante y joven medio de ataque, a un desesperado Pelé, y a un cañonero mozambicano, flexible y portentoso: Eusebio, 'la Perla negra'.

La gran noche de Eusebio

Era la gran figura del Benfica, que ya sabía lo que era triunfar en Europa ante el gran Barcelona de Luis Suárez, Koczis y Czibor. Con Eusebio, entre otros, formaban el arquero José Pereira, y una delantera que los niños sabían mejor que cualquier fado o la lista de los reyes lusitanos: Coluna, José Augusto, Torres y Simoes; entre ellos, deslumbraba Eusebio, que lo tenía todo: una potencia enorme, elasticidad, ambición y magia. Y una capacidad conmovedora para llorar con gruesas lágrimas de emoción tras una victoria.

Uno de los grandes partidos de aquel campeonato fue el Portugal-Corea del Norte: los coreanos se pusieron por delante en poco más de veinte minutos con tres tantos, pero pronto irrumpió aquella fuerza de la naturaleza que marcó cuatro goles, dos de ellos de penalti. Al final, Portugal ganó 5-3; José Augusto se sumó a la fiesta. Para Portugal, ese sigue siendo un choque legendario, como lo fue unos días después la semifinal ante Inglaterra. Ganaron los ingleses por dos goles a uno: aquella tarde, Bobby Charlton, dirección e inteligencia, pudo con Eusebio, potencia y clase, golpeado y aborrecido por Nobby Stiles. Charlton marcó los dos goles, y Eusebio el tanto portugués. En aquel campeonato, el astro de Mozambique obtuvo seis tantos.

Eusebio ha sido el gran emblema de Portugal durante años, el embajador, el espejo, una autoridad cariñosa e incuestionable. Como Luis de Camoens, Fernando Pessoa o José Saramago. No importa que apareciesen José Jordao, Alves con sus guantes negros de lana, Fernando Chalana, el diminuto Rui Barros, Fernando Gomes o las nuevas figuras: Paulo Futre, Luis Figo, Rui Costa o, ahora, Cristiano Ronaldo, llegado de las islas también: de Madeira.

Si en 1966, Portugal obtuvo la tercera plaza, a partir de entonces el combinado del país vecino pasó sin pena ni gloria hasta llegar al Mundial de 2006: en él se despedían dos de los más grandes futbolistas portugueses de los últimos años, Luis Figo y Rui Costa, y lo hicieron por la puerta grande: llegaron a semifinales y cayeron ante el subcampeón Francia, y tuvieron que superar problemas internos, como los desencuentros de esas dos figuras con Deco.

El ex futbolista del Oporto y del Barcelona ha sido uno de los grandes jugadores de Europa, inteligente y resolutivo, capaz de dirigir como nadie a un equipo, pero siempre le ha perdido cierta arrogancia y cierta inconstancia y una peculiar manera de ser. El mismo río de indolencia que menguó la carrera de Ronaldinho también disminuyó la suya. Ahora, lesionado o no y muy justito de fuelle, vive postergado en la selección, y Carlos Queiroz ha descubierto jugadores más importantes e implicados que él.

Este Portugal es un equipo desconcertante. Es un equipo en construcción, decepcionó ante Costa de Marfil, dio lo mejor de sí mismo ante Corea del Norte, y mostró un estilo de contención férreo y de muchos hombres atrás ante Brasil. Por lo que hemos visto hasta ahora, nuestros vecinos se encomiendan a lo que pueda hacer Cristiano Ronaldo.

Cristiano es un jugador que siempre parece demasiado pendiente de sí mismo, es más una estrella y una individualidad sorprendente que un hombre de equipo, tiene ese halo de presunción o de batalla interior, casi turbulenta, que resulta muy excitante para el contrario, sobre todo cuando falla. Pero es un jugador desequilibrante, algo histriónico, que lo posee casi todo: desborde, disparo, rapidez, carisma, coraje y un incesante pelear. Bueno, contra Brasil no quiso pelear: prefirió no forzar una tarjeta, no arrugarse mucho el traje y permitió que se luciera el capitán Lucio.

Retrato de un bloque

Portugal es una selección con altibajos: cuenta con una ordenada, veterana y contundente defensa con Paulo Ferreira o Ricardo Costa o Miguel, Carvalho y Bruno, y un lateral de recorrido como Fabio Coentrao, que está de moda. En la media destaca Tiago, renacido, se ha recuperado Pepe, Duda ha tenido algunos minutos, y, sobre todo, está Raúl Meireles, que vive un momento espectacular: se desgasta, recupera y tiene llegada y gol. Simao anda lento, ha perdido velocidad, le cuesta vencer en el uno contra uno, pero lo que no ha perdido en modo alguno es su delicado golpeo de balón.

Enfrente estará España, que ha cumplido con el guión, tras el borrón inicial. Es una selección que estaba herida, que se le ve un poco desfondada, que ha tenido lagunas importantes, y que parece alicaída. Alicaída aunque gane. España, visto lo visto, también está en proceso de reconstrucción. Con todo, a priori, España parece superior, si eso significa algo en el fútbol. Eso sí, deberá recuperar sus señas de identidad, recobrar la confianza y mentalizarse al máximo: Portugal, sin enamorar a nadie, salvo el día de Corea, no sabe lo que es perder. Y más que eso aún: no ha recibido ni un tanto.