DIARIO DEL MUNDIAL

Los hermanos del mar o una cita a ciegas

España y Portugal se ven las caras en unos octavos igualados: el equipo de Queiroz es una formación sólida y equilibrada.

Lo hemos dicho desde el primer día: el Mundial tiene varias vidas. España, asomada al abismo, ha recuperado el aliento y está donde había soñado: primera de grupo y esquivando a la correosa Brasil. Hoy, en Pretoria, se juega su destino y ya vimos que Portugal tampoco es un dulce: es capaz de encerrar a diez jugadores en su campo y maniatar los avances del rival. Y no solo eso: es capaz de batallar en un elevado tono físico, agresivo si se tercia, y de jugarse su suerte con un solo hombre arriba: Cristiano Ronaldo. Este es un torneo extraño, del que debe nacer alguna nueva modificación tecnológica: no puede suceder lo que le sucedió a Inglaterra, con el clamoroso gol de Lampard, invalidado, ni lo que le ocurrió a México, con el tanto en fuera de juego de Tévez. Ya no tiene justificación que todo el mundo sepa, a los quince segundos, que se ha adulterado la competición o un partido por un clamoroso error humano.


No es esta una pieza para hablar de incorporar una suerte de 'ojo de halcón' al fútbol, pero sí quería decir que en un partido como el de hoy España debe cuidar mucho, muchísimo, todos los detalles desde el principio: el orden defensivo, el repliegue de la media, el manual de geometría de los pases, el ritmo del choque. Debiera esparcir belleza e imaginación, pundonor y orden. En este mundial hay demasiadas rarezas. El propio conjunto español se mueve en un clima un tanto enigmático: se le ven sus buenas maneras, tiene momentos en que realiza un fútbol primoroso, pero se descompone pronto y flaquea físicamente. Y se revela de súbito vulnerable, fatigado y huérfano de ambición. O quizá demasiado calculador, si se puede decir eso sin ironía del último tramo de sus partidos ante Honduras y Chile. A la vez recobra el resuello y se sostiene ahí, en el filo de la navaja, como un jugador de póquer del que no se sabe si tiene buenas cartas o va, desesperado, de farol.


El último encuentro oficial España-Portugal se remonta a la Eurocopa de 2004. Entonces ganaron los lusitanos por la mínima, 0-1. Era su torneo, llegaron a la final y se dieron un batacazo imprevisto: los ultradefensivos griegos les ganaron a la contra. Fue un palo y el canto del cisne de toda una generación inolvidable. España se va a encontrar con un hueso, equilibrado en todas sus líneas, probablemente menos defensivo que ante Brasil, y con una sola figura auténtica. Eduardo ha sido el recambio idóneo de Ricardo; en la defensa tiene muchas posibilidades: por la derecha juegan Miguel, Paulo Ferreira o el central trasvasado Ricardo Costa, que hace pensar en el argentino Otamendi, los centrales son Ricardo Carvalho y Bruno Alves, y por la izquierda maniobra el ex zaragocista Fabio Coentrao, que habla del club con resentimiento y dolor, y busca en Sudáfrica la consolidación. En la media están Thiago, Raúl Meireles, Danny, Pepe y Deco: sus nombres no asustan, pero tampoco dejan indiferentes. Son buenos jugadores de bloque. Arriba, a Cristiano Ronaldo lo acompaña su asistente Simao y, a veces, algo más arriba, Liedson. Portugal es una incógnita, pero ha ido a más: ha dado un golpe de efecto y de eficacia cuando lo ha precisado y ha ensayado el empate ante la sólida y tediosa selección de Brasil.


España necesita creer en sí misma. Ya se sabe que tanto Piqué como Puyol han parado en la liga a Cristiano; ya se sabe lo imprescindible que es Iniesta, más acomodado y peligroso por la izquierda, ya conocemos la aleación de Villa con el gol. Urge que Xavi tenga un buen día, que halle su sitio, su frescura y su lucidez: en sus botas tiene que empezar el despliegue de España, que necesitará un poco más de fuelle, mucho más juego y la recuperación del mejor trazado de su técnica, de su hermoso abanico de pases y apoyos y de goles.


El Mundial, como el mar, siempre vuelve a empezar. Pero, esta vez, con España en el centro del oleaje y de la esperanza.