REAL ZARAGOZA

La fe de Villanova

Me he decidido a venir porque soy zaragocista hasta la médula y porque estoy convencido de sacar esto adelante. Mi reto es transmitir a los jugadores mi convencimiento". Con esta declaración de intenciones comenzó Manolo Villanova su tercera etapa en el banquillo del Real Zaragoza. Once partidos después, el veterano técnico mantiene intacta esa fe y anhela cumplir con la incierta misión que le encomendaron: mantener la categoría. Sería la justa recompensa al sacrificio invertido en esta aventura suicida.


En el magma de bofetadas recibidas en esta nefasta campaña, será recordado un generoso acto de zaragocismo. Solo desde esa pasión irrefrenable puede razonarse su respuesta afirmativa a la llamada de su agonizante club. No dudó en abandonar a un Huesca invencible para recoger el cadáver que le traspasó Javier Irureta tras la vergonzosa derrota en el estadio del Levante, tal vez el punto más bajo del ejercicio. Empatado a puntos con un Recreativo en puestos de descenso y, sobre todo, con una plantilla superada y en franco deterioro. Una propuesta nada sugerente que no dudó en acatar. Le pudo el corazón y la fidelidad al escudo, una cualidad escasa en el fútbol actual.


Los resultados le han acompañado de forma desigual. Arrancó con una prometedora victoria sobre el Atlético de Madrid (2-1), que prendió la mecha de la esperanza. Pero acto seguido, se regresó a la senda del fracaso hasta tocar fondo con la debacle frente al Betis en La Romareda (0-3). Aquel aguijonazo desencadenó un ahora-o-nunca, una llamada terminal y urgente. El técnico ideó un ardid psicológico para sus jugadores. Comenzaba una nueva liga, con siete jornadas por delante. El pasado no existe. Solo importa el futuro. La medida dio sus frutos, con algún accidente como el traspié en Valencia o el empate frente a un dócil Real Madrid. El Ono Estadi dictaminará la sentencia definitiva.


El balance de Villanova no ha sido excepcional, al menos en lo material. 13 puntos sobre un máximo de 33, fruto de tres triunfos, cuatro empates y cuatro derrotas. Once goles a favor y trece en contra. Pero la mano del preparador se ha percibido en intangibles, evitando el derrumbe al que parecía condenado el equipo. Con su discurso bravo y constante ha cargado las baterías de la autoestima a un plantel que había dimitido. Encuentros como los del Deportivo o el Recreativo lo corroboran. Descienda o no, la actitud exhibida en los últimos choques sí conecta con las exigencias de la masa social. Ha rescatado valores extraviados, como el compromiso, el esfuerzo y la solidaridad. He aquí su gran legado. Las lágrimas de Roberto Fabián Ayala tras su gol milagroso, la rabia contenida del capitán Alberto Zapater, la resurrección de un Sergio Fernández determinante... Una colección de imágenes que ilustran la 'era Villanova'.


Un rearme moral que debe culminar en tierras balerares. Sí o sí. No hay margen para la vacilación ni el error. Sobran los motivos para abrazar los tres puntos. Por la supervivencia de la entidad. Por una afición que ha olvidado las puñaladas para querer sin condiciones. Por Zaragoza y por Aragón. Por una institución con 76 años de vida que ha regalado tragos de gloria.


Pero, sobre todo, por despedir con dignidad al viejo entrenador, al viejo zaragocista que creyó desde el principio en la salvación y que lo dejó todo para atraparla. Sin cláusulas ni imposiciones. Por amor. Solo eso.