La nueva era de Agapito

Desde que ha asumido personalmente las riendas del Real Zaragoza y ostenta la doble condición de presidente y accionista mayoritario del club, Agapito Iglesias se ha esforzado por transmitir un mensaje principal: que aquí comienza una nueva etapa, una nueva era. Desde cierto punto de vista, predica una verdad casi absoluta. Estamos ante un Agapito en estado puro, rodeado de quien ha querido y liberado de sujeciones. Se ha marchado Eduardo Bandrés, presidente hasta hace nada; se han ido los consejeros florero; la fontanería del Gobierno de Aragón se ha distanciado; no se ha contratado a un entrenador de personalidad como es Víctor Muñoz; por primera vez Agapito pide perdón; las peñas tienen un encuentro directo y a quemarropa con el propio Agapito; y José Aurelio Gay es cuestionado tras la debacle del Bernabéu y confirmado sin que haya hecho nada mejor. Por todo ello, sin duda, comienza en estos albores de 2010 una nueva singladura en el decurso del Real Zaragoza. La guardia pretoriana de Agapito Iglesias ha quedado configurada por Gerhard Poschner, Antonio Prieto, Pedro Herrera y Javier Porquera. Ninguno es aragonés de cuna, desarraigo considerable en este aspecto.

¿Nuevos tiempos?

Desde otros puntos de vista, sin embargo, es menos probable que estemos ante nuevos tiempos. ¿Servirá toda esta agitación institucional para ganar partidos sobre el césped de La Romareda?, que al fin y al cabo es lo que aquí importa. Cosas extrañas se han visto en el fútbol. Pero si de esta convulsión no se produce un proceso de combustión, sino que, por el contrario, surge un equipo poderoso, robusto y capaz, se ofrecería a ojos del mundo un nuevo pasaje incomprensible del 'agapitismo', fenómeno deportivo de gestión insospechada. Rara vez del desbarajuste institucional ha brotado una escuadra poderosa. Suele suceder al revés. De las presidencias de poso, conocedoras del medio y al mismo tiempo serenas, a veces, sólo a veces, han nacido buenos equipos. En los restantes casos, el fútbol tiene unas dinámicas bastante marcadas. Expulsa a quien lo trata de torcer o llevarlo por cauces que no admite. Sabedora de estos asuntos, la afición de La Romareda quiso proteger a Marcelino y sostenerlo en su lugar para que no se produjeran vorágines como la que se ha desatado. Pero hace dos semanas, por lo visto, no era todavía momento de escuchar la voz de la afición, que se pronunció con claridad al respecto.

 

Destituido Marcelino, José Aurelio Gay ha traído un nuevo discurso, que en nada casa con la sopesada prudencia del asturiano. Ayer, tampoco estuvo en la línea de las recientes declaraciones de Agapito en las que manifestaba su "fe en nuestros jugadores". Gay salió al descubierto en el Bernabéu, con Ander Herrera como director de juego, y se llevó un saco, en el que cupieron goles y, sobre todo, una humillación. En la antesala del trascendental encuentro de esta tarde frente al Deportivo de La Coruña, Gay arremetió contra los jugadores, unas veces en genérico y otras en concreto, como han comprobado en sus carnes Ayala y Ewerthon, quienes no son dos jugadores cualesquiera y que se marchan a ver los partidos a la grada. De nuevo, de manera inevitable, se levanta la sospecha. Si de esta utilización del verbo por parte del técnico, hecha a los cuatro vientos, en público, sale algo bueno para el interés general, bienvenido sea. Pero aparentemente ha tomado el camino contrario, justamente el inverso, por más que llame al compromiso o a un mínimo sentido de la ética profesional. Veremos si Gay no sufre otra vez un apagón general, que es el riesgo que se corre cuando se usa este tipo de discursos. O sale algo en positivo de la acusación y del hecho de señalar a los futbolistas o los efectos, en negativo, son para quien los ha auspiciado. Con toda seguridad, a Gay no se le escapan las consecuencias de sus palabras. Antes ha sido jugador. Para abundar en criterio y visión, se le ha colocado al lado a Nayim. Entre los dos van a tratar de obrar el milagro.