CAI ZARAGOZA

La LEB como castigo

Rubén Garcés, en un momento del encuentro.
La LEB como castigo
Pedro Etura

Este ha sido, finalmente, el resultado de la campaña del regreso a la ACB: una vuelta con efecto 'boomerang' a la Liga Española de Baloncesto, a la sufrida y conocida LEB, un agujero negro que el CAI no ha pisado hasta la última jornada de la liga regular; pero que ha sido su destino cuando las cosas ya no pueden modificarse y han adquirido el carácter de definitivas. El CAI Zaragoza se ha convertido de nuevo en club de LEB, que es a todas luces un fracaso rotundo y sin posibilidad de paliativo o atenuante, una solución inaceptable desde los presupuestos históricos y los sociológicos que acompañan al baloncesto en Zaragoza.

Inevitablemente, el club regresa a los periodos de las crisis profundas, a la inexcusable necesidad de revisión y catarsis. Es lógica y razonable la marcha de Alberto García Chápuli, el director general. Su objetivo mínimo era la permanencia. Ésta no se ha logrado. De su talante personal no cabía esperar otro camino. Sin embargo, su responsabilidad no cubre todos los errores que han precipitado al CAI al abismo indeseable. Siendo importante su papel, no es el único que ha tenido algo que ver con lo acaecido.

La apuesta personal de Reynaldo Benito, presidente del CAI, por Alberto Angulo no deja de comprometerle. Desde su posición de presidente, le atañería de igual modo si no se hubiera pronunciado en el caso en los debates mantenidos al respecto. Habiéndolo hecho, con más razón.

De Angulo, por lo que fue como jugador, se esperaba mucho más como técnico. La realidad ha desmentido la relación de causalidad entre el desempeño sobresaliente de una función y la otra. Unas veces se da esa fructífera interrelación y otras, en cambio, no. Aquí, aún está por ver que exista.

Sobre Alberto Angulo pesan puntualmente dos discutidos modos de abordar un final de partido: el presenciado ayer y el que se dio frente a Iurbentia Bilbao. Ninguno se afrontó del modo correcto. En los dos se pudo salvar el CAI y en los dos se condenó, hasta el punto de verse superado por Murcia y el Vive Menorca.

Mirado su trabajo desde una perspectiva global, Alberto Angulo ha devenido en un técnico que no ha aportado lo que precisaba el CAI. No se ha visto, o no se ha podido ver, su mano, su estilo, su personalidad, los rasgos que dotan de un sello propio a un equipo. En números gruesos, incluso le supera Curro Segura. Con el granadino, en la primera vuelta, el CAI ganó más partidos, a pesar de enfrentarse a un calendario infinitamente más complicado. En aquellos días de primeras tribulaciones serias, hubo una persona de peso en la ACB que apuntó que el experimento Angulo era una especie de suicidio deportivo. Los hechos, aquí están, aun contando con la estrecha línea que separa el éxito del fracaso en el deporte.

Por su puesto, no se debe liberar del proceso de autocrítica el Consejo de Administración del CAI, que como órgano colegiado en la toma de decisiones ha perdido muchos enteros bajo la presidencia de Benito. El camino escogido apunta, sobre todo, al personalismo. O si no, a una retirada hacia espacios de comodidad, donde el debate deportivo ha tenido categoría de orden menor demasiadas veces.

Los auténticos consejeros de Benito no han sido en el plano debido sus verdaderos compañeros de Consejo. La relación entre Reynaldo Benito y su director general, Alberto García Chápuli, ha sido compleja, con sintonías claramente distintas. Las fracturas con algunos miembros del Consejo también son evidentes. Si ya era una tarea de envergadura la conquista de la permanencia, a él le corresponde ahora abrir el horizonte de un modo u otro. Como se sabe, las decisiones tomadas de modo precipitado y en caliente en esta materia rara vez se hacen acompañar de un resultado favorable. El CAI, a pesar del dolor inmenso del momento y de la frustración colectiva generada, debe seguir en el empeño de adquirir los activos deportivos que un día se disfrutaron. Hoy puede parecer un imposible. Pero nadie niega en este país que Zaragoza pueda.