REAL ZARAGOZA

Irureta marca estilo

Un Zaragoza de fea estética y escaso fútbol, pero que mandó en las áreas, vence al Athletic con gol de Oliveira. Una vez más, el delantero brasileño, Diego Milito y Sergio García fueron lo mejor del conjunto aragonés. La mano del técnico vasco comienza a apreciarse. Ayer, el equipo supo defender la ventaja adquirida.

En unas pocas sesiones de entrenamiento y dos partidos, Javier Irureta ha conseguido dotar al Real Zaragoza de su sello y personalidad. No obedece, así, el equipo aragonés a una estética refinada ni a patrones de buen gusto, prácticas que a la larga tienden a ser rechazadas por el aficionado de La Romareda. Pero en las actuales circunstancias no se está para muchas exigencias. Como consecuencia, se perdonan las formas. Sin atender más que a lo esencial, ayer, frente al Athletic de Bilbao, Jabo Irureta extrajo del encuentro lo que buscaba: los tres puntos como asunto inmediato y una perspectiva distinta para los siguientes compromisos como cuestión mediata. El Real Zaragoza respira. Se ha sacudido de encima la presión de los agobios y la ansiedad, y ahora ocupa una posición intermedia en la tabla que bien puede tomarse como una declaración de tendencias. Al menos así se juzgaba este litigio en sus días previos. De los nueve puntos que se han disputado en la segunda vuelta, el bloque aragonés se ha hecho con siete. Un desahogo.


Esta primera aproximación al encuentro no oculta, sin embargo, que la victoria se nutrió de modo principal de las jugosas aportaciones individuales de los de siempre: Sergio García, Diego Milito y Ricardo Oliveira, tres delanteros fabulosos, que aportan una potencia de fuego tremenda, de primer orden en el fútbol español y europeo. Cuando ellos tocan el balón, el fútbol del Real Zaragoza se hace distinto. Adquiere lucidez, precisión y, sobre todo, peligro. El lance en el que construyeron el tanto marcado al Athletic es definitorio, un retrato fiel de lo que ellos representan en su consideración particular y colectiva. Tomó el balón en la banda Sergio García, muy lejano todavía de la puerta de Armando, y según se producían los movimientos al espacio de Diego Milito y Ricardo Oliveira se adivinaba o intuía cómo iba a concluir la jugada. Terminó como se esperaba en la grada. La ejecución fue perfecta, limpia, impecable en todas sus fases.


En este capítulo, en realidad, no hubo novedad alguna, a excepción de la rectificación hecha por Irureta respecto a García. Aunque su inclusión en la titularidad supone contar con tres delanteros natos en el campo y ello contraviene en algo el discurso más clásico del técnico vasco, el concurso del futbolista catalán es necesario, si no imprescindible.


Donde es preciso señalar el cambio de comportamiento del equipo es en cómo defendió el referido gol. Antes no había forma de sujetar las rentas, las ventajas que otorgaban en un momento u otro los delanteros, fueran aquellas por la mínima o más holgadas. En esta ocasión, sí. El Zaragoza no encajó. Sólo en una ocasión tuvo que acudir César como último y desesperado remedio a interponerse en la trayectoria del balón atendiendo a la simple teoría de la impenetrabilidad de los objetos corpóreos. Afortunadamente, el cuero se estrelló contra su físico. El resto de los embates bilbaínos no llegaron a ese extremo. Por lo general, murieron mucho antes. La defensa aragonesa no concedió espacios, ni incurrió en errores gruesos ni dio muestras de fragilidad. Desde un punto de vista táctico se fundamentó en dos líneas muy juntas y ordenadas: el centro del campo y la defensa. En esa malla se enganchó las más de las veces del rival. El actual Athletic no tiene calidad suficiente para jugar en espacios pequeños, en estrecheces, que es lo que le ofreció el Zaragoza para moverse. Sólo Fran Yeste cuenta con capacidad y talento. Pero él solo no es suficiente. Cuando los leones quisieron hacer uso de los balones elevados, aparecieron con autoridad y contundencia Ayala y Sergio Fernández. Además, en un plano individual, no se rehuyó el contacto físico. La lucha y la pelea también formaron parte del repertorio de recursos zaragocistas.


Si el equipo hallara ahora un adecuado mecanismo de interconexión entre la defensa y la vanguardia aparecería una escuadra poderosa, completa. Pero la tarea no es menor, sino mayúscula. Ayer no hubo centro del campo para crear, mandar o templar. El Zaragoza se defendió y pegó. Apenas supo de momentos intermedios, salvo para defenderse. Celades no tomó el mando de las operaciones. A Luccin tampoco le alcanza para esa misión. Cuando saltó Alberto Zapater se vio a un futbolista inseguro e incómodo, desposeído de confianza. Ese agujero de dimensiones tremendas privó al Real Zaragoza de cualquier aspecto que tenga que ver con el gusto o la estética. Fue un bloque feo y efectivo, calificaciones que ahora mismo no son desprecio. Mérito tiene, desde luego, romper viejas tendencias e instaurar nuevas.