REAL ZARAGOZA

Hasta la suerte abandona

En tiempos de bonanza, el partido de ayer se hubiese ganado. Ahora, los postes y los hados dan la espalda.

Marco Pérez se lamenta de una ocasión perdida en los últimos instantes del encuentro.
Hasta la suerte abandona
TONI GALáN/A PHOTO AGENCY

Este es uno de esos días en los que sí está justificado apelar a la mala suerte para excusar que no se haya ganado un partido. Al Real Zaragoza del año quinto del agapitismo le abandona hasta la fortuna. Basta repasar someramente la historia del choque de ayer ante el recién ascendido Hércules para concluir que este equipo, además de estar resquebrajado en todos los ámbitos de su día a día por graves carencias y lastres de primer orden, vive bajo el influjo de un serio gafe.

En tiempos de bonanza, el partido ante los alicantinos lo habría ganado el Zaragoza con holgura. Pero ahora soplan vientos frontales, algunos huracanados, que impiden sacar adelante por poso, poderío y galones este tipo de combates igualados y nerviosos.

Que en el minuto 9 Bertolo cabeceara al palo un balón con vitola de gol y el rechace, en vez de ir hacia adentro, se quedara bailando ante la portería hasta que un defensa levantino lo despejara, fue el primer aviso de las brujas.

Que Jarosik, prácticamente en el mismo minuto pero de la segunda parte, en una cabalgada personal se inventara un derechazo descomunal desde muy fuera del área y, con Calatayud batido, el balón fuese de nuevo al poste de la portería herculana, recordó a los supersticiosos que las meigas han decidido volverse de culo en todo lo referente al equipo zaragocista. En todo.

Los dos disparos a la madera habrían sido suficiente argumento, en un encuentro tan equilibrado y luchado, para sustentar al final la sospecha del infortunio crónico que afecta a este club en la última era. Pero, para que todo quedase bien claro, para que el zaragocismo grabase con lacre en su conciencia eso de 'a perro flaco, todo son pulgas', el guión aguardaba un par de detalles más en tiempo añadido. Para que nadie se haya quedado con dudas a estas alturas, para que quede constancia que, si el Real Zaragoza quiere sobrevivir, tendrá que encorrer a escobazos y aniquilar con cicuta a los gafes que lo tienen contaminado. Haberlos, hailos.

Marco Pérez, el jovencísimo delantero colombiano que está saliendo a pifia morrocotuda por aparición en escena, volvió a quedarse -probablemente- destrozado moralmente tras errar dos goles cantados (uno en un doble remate a bocajarro) cuando el reloj ya había pasado sobre el minuto 90. Uno se lo sacó primero el portero y, luego, con todo a favor, lo tiró fuera él solito. El otro, le pegó en la espuela al defensa del Hércules que pasaba por allí y, en vez de irse hacia adentro, se desvió lo justo para, rozando el palo, irse a córner por milímetros.

En aquellas, cada vez más lejanas, épocas pretéritas de vacas gordas, un Zaragoza con la fortuna de cara habría marcado anoche dos, tres o hasta cuatro goles. Nadie lo dude. E, inequívocamente, habría sumado estos tres puntos tan necesarios. Por extensión, llevaría en su bagaje previo el triunfo en La Coruña porque Marco Pérez habría remachado a gol aquel histórico remate a quemarropa en Riazor que, por el contrario, despejó hacia afuera en una acción de auténtico aquelarre. Por no rememorar aquel otro disparo al palo de Edmilson el día del Málaga que habría sido el 1-2 antes del cuarto de hora y que, probablemente, hubiese dotado al partido de otros caminos diferentes al que por desgracia tomó.

Es una evidencia que este Zaragoza es un equipo muy flojito en muchas facetas claves del juego. Que está abocado a sufrir sin cesar hasta mayo. Que faltan piezas. Pero también carece de la suerte. Como los desheredados de la vida. Alguien dirá que la suerte hay que buscarla. También es verdad.