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Adiós a un sueño

La mejoría en el tramo final y el papel del técnico Francisco Rodríguez no han resultado suficientes para enmendar una mala primera vuelta.

Los jugadores de la SD Huesca se despiden de los aficionados tras la derrota con el Valencia.
Los jugadores de la SD Huesca se despiden de los aficionados tras la derrota.
Javier Blasco/EFE

No por esperado duele menos. El corazón azulgrana de Primera División ha dejado de latir este domingo en El Alcoraz. De tan fuerte que ha sonado en su estreno en la mejor liga del mundo, de lo mucho que ha luchado para mantenerse con vida, ha llegado al final exhausto. Hasta la jornada 36. La Sociedad Deportiva Huesca dice adiós después de una cruel derrota con el Valencia (2-6). Pero la historia estaba escrita desde mucho antes. Desde que el balance de la primera vuelta, con solo 11 puntos sumados, convirtiera la empresa en casi inalcanzable. Aún así, y en el descenso, pervive la sensación de que el campeonato se le ha hecho corto al club aragonés, que ha adquirido méritos en el segundo tramo para un final feliz y lo ha cerrado desfondado.

Los oscenses no dependían de sí mismos, y tras las victorias del Levante y el Celta se agarraban a un hilo de esperanza cada vez más fino, casi invisible. Necesitaban ganar los tres encuentros restantes ante Valencia, Betis y Leganés y esperar los tropiezos sucesivos de los rivales directos. Esa urgencia de perfección también contrastaba con la falta de victorias que les había llevado a las últimas plazas durante todo el campeonato. El conjunto de Marcelino García Toral ha supuesto el enésimo obstáculo insalvable para los azulgranas, que solo han podido maquillar la goleada con los tantos de Melero y Gallar.

Sobre las lágrimas de los protagonistas ha el mensaje esperanzado del presidente, Agustín Lasaosa, que ha destacado que “este es un club que sabe caer y sabe levantarse”. El mandatario ha aplaudido el papel de la grada, a la que ha tildado de “espectacular”. Ha recordado que “hemos pasado de Tercera a pelear con los mejores del mundo. Un diez, un once, una matrícula de honor para la afición, la ciudad, la provincia y Aragón. Nos debemos a ellos”.

Ha anunciado Lasaosa “un futuro halagador y brillante”. Entre la cálida y feliz tarde del 19 de agosto en Eibar y la noche, fresca y triste, de este domingo han transcurrido ocho meses y medio, 259 días en los que el Alto Aragón ha lucido con orgullo el título de provincia de Primera. El lema ‘Huesca La Magia’ en la camiseta ha proyectado este nombre en todos los rincones del planeta. No hay campaña de promoción más eficaz que aun partido ante el Real Madrid, el Barcelona o el Atlético. El gran emblema de esta temporada habrá sido una afición que ha abarrotado siempre las más de 7.000 sillas del remozado estadio de El Alcoraz y que representa la gran esperanza de un futuro que no termina, sino que empieza con este descenso.

La directiva azulgrana, que ya acumula meses de trabajo mirando al curso que viene y ha escogido ya al nuevo director deportivo, Rubén García, se marchará de la máxima categoría con la lección aprendida de que los errores, sobre todo los gruesos no tienen enmienda. De que una liga repleta de clubes y futbolistas con un bagaje mucho más amplio que el presentado por el Huesca penaliza a un plantel repleto de debutantes con el viento de cola de la fantástica campaña del ascenso. De que los árbitros y el VAR no son perfectos, todavía, y de que se equivocan siempre para el mismo lado y aciertan para el de más allá.

El curso de la Sociedad Deportiva Huesca han sido, en realidad, tres. El primero, muy breve, con el argentino Leo Franco en el banquillo y los dos siguientes ya con Francisco Rodríguez. Los cambios de cromos en el mercado invernal elevaron las prestaciones de la plantilla pero no resultaron suficientes para compensar el negligente balance anterior. Y eso que los números de la segunda vuelta son de permanencia. E incluso holgada. Pero cuando en una plantilla cinco futbolistas pasan por el quirófano en una misma temporada (Luisinho, Melero, Rivera, Insua y Akapo) se ha de concluir que no todos los males eran evitables.

La elección del exguardameta si se evidenció como a todas luces errónea. Sin experiencia como técnico en un proyecto profesional, se le encomendó la gestión de un grupo compuesto en buena medida por el bloque del ascenso, con 14 futbolistas de aquella inolvidable añada y fichajes que, en buena parte, aportaron muy poco. Las alegrías iniciales, con el triunfo de Ipurua y el empate de San Mamés, fueron espejismos y el 8-2 del Camp Nou, el primer aviso.

Leo Franco fue destituido tras la octava jornada, colista con cinco puntos, y el club prefirió frenar la hemorragia rendido a la evidencia de que se habían equivocado, como admitió el presidente, Agustín Lasaosa. Sin paños calientes. Su sustituto fue un entrenador que había completado un gran ejercicio con el Lugo y dirigido al Almería en Primera. Estudioso del fútbol, trabajador y ambicioso, Francisco Rodríguez aceptó la ingente tarea de enderezar la nave. Como había indicado Leo en una metáfora recurrente, las olas grandes habían llegado. Demasiado pronto.

Por ello, se consideró que Francisco tendría el tiempo suficiente para recuperar posiciones y hacer del Huesca un equipo competitivo en Primera. No lo logró en la primera vuelta, que delató las carencias de muchos de los fichajes destinados en un primer momento a elevar el nivel a las cotas exigibles en la máxima categoría. El contraste entre los defensas (Miramón, Etxeita e Insua) y los porteros, centrocampistas y delanteros (Werner, Musto, Gürler y Longo) fue notable.

Mención especial para un Semedo de condiciones celestiales y cabeza terrenal, de aterrizaje polémico una semana después de salir de prisión y que terminó apartado por Francisco, y un Luisinho que inauguró en la sexta jornada el funesto capítulo de las lesiones y fue suplido por Christian Rivera. Desde entonces, el preparador azulgrana nunca contó con todos sus efectivos para cerrar una lista. Hasta enero, el Huesca alternó derrotas fuera y empates en El Alcoraz, varios de ellos crueles, hasta la primera alegría en casa con la victoria sobre el Betis la noche de Reyes.

Los azulgranas cerraron la primera vuelta a diez puntos de la permanencia y obligados a un milagro con todas las letras. Para alcanzarlo se acudió al mercado de invierno en pos de goles (Enric Gallego), más claridad en el centro del campo (Yangel Herrera y Juanpi) y seguridad defensiva (Diéguez y Javi Galán) y se dio salida a Werner, Brezancic, Semedo, Longo, Gürler y Lluís Sastre. Poco después llegaría Mantovani por la grave lesión de Insua y Javi Varas completaría el carrusel de cambios.

La pubalgia de Melero y la irregularidad de Cucho han impedido que ambos mostrasen el imperial rendimiento de la temporada pasada y el Huesca se ha aferrado durante la segunda vuelta a dos héroes improbables: el portero Roberto Santamaría, que comenzó como tercer guardameta, y el delantero Chimy Ávila, convertido en eficaz ariete con diez goles, la mayoría de bellísima factura, y en faro de una afición que corea su nombre en todos los partidos.

En dos momentos pareció enderezar el rumbo el equipo aragonés. Primero, cuando aprendió a dejar la puerta a cero y sumó 11 de puntos de 18 posibles que le ubicaron a tres de la salvación. No ha servido, pues no se ha podido ganar a Celta, Levante, Rayo o Villarreal. El regreso a Segunda y el efímero paso por la Primera marcan un punto álgido, no un fracaso. Sí la promesa del club de regresar más pronto que tarde con un nudo en la garganta que anticipa más sonrisas.

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