Dos Huescas y una única derrota

El equipo del Alcoraz empezó sintiéndose cómodo, pero pronto se desdibujó con debilidad en la zaga.

Atlético de Madrid -SD Huesca
Atlético de Madrid -SD Huesca
E. Cidoncha

El Wanda no es el viejo Manzanares pero ya empieza a tener leyenda. Este martes, los atléticos despidieron al padre Daniel (1940-2018), que fue casi medio siglo socio del club rojiblanco y al parecer un sacerdote con pocas sombras. Había otros detalles importantes: el Huesca se enfrentaba por vez primera a los colchoneros; Axel Werner volvía a su casa pero con otra camiseta y el madrileño Gonzalo Melero quería consolidarse en su ciudad. Además, el Atlético de Madrid de Griezmann, Lemar y Gelson, y Thomas muy especialmente anoche, debía despejar dudas: renquea, empata, y se anuda a la fortuna de algunos futbolistas, pero no enamora.

El Huesca volvió a su formación tipo, con un novedad importante: Etxeita regresó al equipo en lugar de Pulido y se consolidó Ferreiro en la vanguardia en lugar del desdibujado Moi Gómez, demasiado vulnerable y flojo de preparación o de condición física en sus apariciones.

El equipo del Alcoraz empezó sintiéndose cómodo, pero pronto se desdibujó con debilidad en la zaga. Se muestra bisoño, descentrado, no cuida los detalles, y tampoco los desmarques del rival; al equipo le cuesta que no le rebasen por la espalda o que no le abran boquetes con facilidad. Con esos descuidos o regalos ajenos y las ganas de agradar y de eliminar enojos a sus aficionados, el Atlético de Madrid tomó la delantera pronto en una práctica asociación de Diego Costa y Griezmann. Luego, en una incidencia donde se mezclaron el talento, la suerte y cierta despreocupación, marcó Thomas desde lejos. Quizá Werner –que, por cierto, se parece mucho al actor Ashton Kutcher- podría haber sido algo más resolutivo. El tercer tanto resultó casi cómico, si no fuera porque en apenas 30 minutos un 3-0 adverso adquiría la forma de un drama. El VAR fue inapelable: con confusión y todo, el gol, lloroso, era válido. Ese mismo VAR no dio luego un penalti en el área rojiblanca que pareció claro de Filipe Luis, que ayer se quería comer el mundo y congraciarse con la parroquia.

El partido y el Huesca, otra vez, patas arriba. El bloque exhibía un rictus de preocupación y de eventual desgana. Leo Franco corrigió algunos detalles en el descanso: sentó al Cucho Hernández y dejó a un Longo apagado –los dioses parecen preguntarle: “¿hacia dónde corres Samuele, qué buscas, cuál es tu sitio en el juego y en las cercanías del área?”-, pero reajustó al equipo y, sobre todo, la media con la presencia de Aguilera.

El centrocampista no fue el futbolista del siglo. Ni quizá lo sea. Pero mejoró al conjunto, le dio serenidad y cerró agujeros. Se embelleció la salida del balón, se defendió con más orden e incluso el centrocampista debió marcar un gol, como también pudo hacerlo Chimy Ávila a un centro de Luisinho. Si la pasada jornada Gonzalo Melero estuvo errático y fallón, diezmado incluso en su entusiasmo, ayer peleó con su entrega habitual y corrió 12.100 metros, que se dice pronto. Solo lo superó, en el bando adverso, Koke Resurrección, que se alargó hasta los 12.700.

La segunda parte admite varias consideraciones. El Altético ya había saciado el hambre y estaba dispuesto a lucirse, más o menos, pero con suavidad. Había cumplido con sus objetivos y concedió una tregua y parte de su propio campo. El resultado era válido y no desportilló ni el alma ni el cuerpo, a pesar de que Simeone desaprobaba la gestión del juego de sus pupilos. La rectificación de Leo Franco fue bastante útil, y se generaron ocasiones de gol, al menos tres o cuatro, y casi se puede concluir que el Huesca en la segunda parte fue superior al Atlético de Madrid. O, cuando menos, le firmó unas tablas que quizá no sean tan inútiles.

La racha oscense es mala. Nubla un método prometedor, oscurece las primeras esperanzas, suscita zozobras. Leo Franco deshojará la margarita de aquí al domingo y pensará qué conviene más, pero anoche, en la derrota dolorosa que ya encadena cuatro partidos, halló algunas soluciones. Una de ellas es Aguilera. Otra, la imprescindible atención defensiva. Se necesita más seriedad y contundencia. Otra, la urgencia de resultar más efectivos ante el marco: el Huesca de Cucho, de Gallar y de Ávila lleva tres partidos sin marcar. Y así, así no se sobrevive en Primera.

Hay tiempo, por supuesto, pero se impone ya endulzar este imprevisto desconsuelo aunque sea con moscatel y trenza de Almudévar. Y vinos del Somontano. Emociona, sí, que en un campo con 47.000 espectadores se oigan los cánticos de la ilusionada tribu oscense. Ese amor tan ruidoso también será determinante para salir a flote.

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