Real Zaragoza

El año de Manolo Jiménez

El entrenador andaluz despide un 2012 en el que ha ligado para la posteridad su nombre al del Real Zaragoza.

Como cada vez que se cierra un año, es tiempo de balance y recapitulación. Un repaso periódico que en el Real Zaragoza posee un nombre y apellido claro; Manolo Jiménez. El entrenador andaluz, que llegó a la capital aragonesa el pasado 1 de enero de 2012, cierra 366 días al frente de la nave blanquilla. Un periodo relativamente corto en el que, sin embargo, ha logrado enraizar hasta identificar su perfil con el del león rampante que simboliza a los zaragozanos. Faro y patrón, el técnico personifica el cambio de 180 grados experimentado por el club blanquillo durante el último año. Del derrotismo a la tranquilidad pasando por una permanencia milagrosa por medio. La historia del nacimiento de un zaragocista. 


Cuando el pasado día de Año Nuevo llegó a la estación Delicias, pocos podrían haber previsto el impacto que Manolo Jiménez iba a tener en la institución a la que acudía para entrenar. En el anden, esperándole, estaba el posteriormente fugaz equipo de trabajo de Salvador Arenere. Muestra inequívoca del grado de excepción en el club saludaba al 2012. Problemas deportivos, sociales, económicos e institucionales cernidos sobre un vestuario totalmente deprimido. Para muestra, varios botones, como la fuga de Leo Ponzio rumbo a Argentina, la celebración de la mayor concentración de protesta jamás vivida en el zaragocismo o la no presencia del presidente y propietario de la entidad, Agapito Iglesias, en los partidos celebrados en La Romareda. Síntomas de anormalidad que curtieron la piel del preparador andaluz durante su primer contacto con el cargo.


'Sí, se puede'

Ante tal cantidad de reveses, el entrenador hispalense optó por hacer de la sinceridad más brutal su principal escudo. Una actitud que conectó con el vestuario primero y con la grada después, llevándoles a creer en lo que para el resto del fútbol español apenas era una quimera. Célebres son sus intervenciones públicas, en las que aseguraba no ser zaragocista, aunque sí un profesional, o aquella en la que pronunció un sentido “siento vergüenza” que activó a sus pupilos tras la estruendosa derrota por 1-5 en Málaga. Señas de identidad que acabarían germinando en la mayor remontada jamás vivida en Primera División.


Con una segunda vuelta de récord, en la que los aragoneses sumaron 33 puntos de los 57 que había en juego, el Real Zaragoza logró un hito que pareció impensable. Una recuperación vivida al grito unánime de 'sí, se puede', que expresaba la creencia de una masa social en el trabajo llevado a cabo por su entrenador. El último partido de Liga, con un éxodo histórico del zaragocismo hasta Getafe, llenando el Coliseum Alfonso Pérez hasta la bandera, culminó la consecución de una locura improbable. El conjunto aragonés volvería a participar en la máxima categoría al siguiente curso, reto para el que se volvió a confiar en Jiménez.


Nueva etapa

Antes, eso sí, el preparador exigió de manera pública una total regeneración del club. Una “normalización”, en sus palabras, que debía incidir en la maltrecha estructura de la octogenaria institución. Bajo estas directrices salieron Pedro Herrera y Antonio Prieto de sus cargos. Además, en el plano público, llegó Fernando Molinos para ejercer de presidente, relegando a Agapito Iglesias a un segundo plano. Tras demorarse más de lo esperado, el técnico terminó firmando por tres años, asumiendo además tareas accesorias como ser el encargado de ejercer de maestro de ceremonias en las presentaciones en un papel similar al del 'general manager' británico.


Evidentemente, la historia completa de Manolo Jiménez todavía está por escribirse. De momento, el sevillano ha logrado liderar al Real Zaragoza a sus primeras Navidades tranquilas en tres años. No en vano, los blanquillos dicen hola al 2013 situados a siete puntos del descenso, distancia de seguridad que pretenden aguantar hasta el final del curso. Su última foto, introduciendo a Fernando Cáceres a la actual plantilla, ejemplifica a la perfección el grado de implicación que el hispalense posee con el zaragocismo. Ese del que ya forma parte para siempre.