Opinión

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La realidad del fútbol la marcan los goles. Lo demás, apenas cuenta. Y este sábado el Real Madrid le ha endosado cuatro al Real Zaragoza. Pero nunca una verdad puede resultar tan embustera: el conjunto aragonés no ha merecido salir goleado del Bernabéu. Ni mucho menos. Los de Jiménez han encarado al cuadro de Mourinho, le han tuteado, han jugado sus bazas y se marchan con la cabeza muy alta, por mucho que los goles hayan dejado una herida en el alma blanquilla. La brecha de la impotencia.


El Real Zaragoza tenía ya descontados los puntos de Chamartín. Es natural, por mucho que la esperanza mantenga encendida la llama de la ilusión. Lo que no estaba descontada era la imagen. Y el conjunto aragonés ha mantenido ese tono de progresión mostrado en los últimos partidos. Tuteó al Madrid, se ofreció a jugar a fútbol y, a pesar de la goleada, siembra nuevas dudas sobre las prestaciones de la escuadra merengue.


Dos acciones aisladas –en donde la falta de concentración allanó el camino a la calidad blanca- sellaron la suerte del partido en la primera mitad. Pero ni siquiera así se vino abajo el conjunto blanquillo. Ya había avisado en varios ataques en la primera parte; y tras el descanso, tomó la batuta del juego para apretar a un Madrid desorientado, que veía cómo el Real Zaragoza le desbordaba de forma constante.


A medias la malaventura –la falta de acierto- y la mala noche del línea, que privó a Postiga de un gol legal y alguna otra acción de peligro, impidieron al Real Zaragoza darle vida al partido. Al que el Real Madrid acabó de rematar en el tramo final. Con otros dos goles de verdad, que sellaron el engaño de ese 4-0 con el que el Real Zaragoza abandonaba el sábado el Bernabéu.