El primer año de la nueva propiedad del Real Zaragoza

Jorge Mas en el palco en el derbi aragonés.
Jorge Mas en el palco en el derbi aragonés.
Heraldo

Al primer año de las distintas propiedades accionariales que ha tenido el Real Zaragoza en los pasados lustros, no se le han planteado exigencias sustanciales por parte de la afición de La Romareda. El estadio suele respirar en estos casos nuevos aires. Vientos de ilusión y optimismo. También ha sido así con el aterrizaje de Jorge Mas y el grupo empresarial que lidera el empresario estadounidense, por más que se tratara de un acontecimiento tan novedoso como histórico: por primera vez desde su fundación, el club aragonés está en manos de capital extranjero. 

Este hecho, en sí mismo, ha sido tomado con absoluta normalidad en la capital aragonesa. La afección y cariño al club no ha descendido. Al revés. Otra vez nos movemos en extraordinarias cifras de renovación de abonos y entradas al estadio, como si los diez años consecutivos ya transcurridos en Segunda y las diferentes penalidades por las que se ha atravesado no hayan hecho mella en el ánimo de los aragoneses. 

El alma zaragocista sigue insistiendo en preservar lo suyo: el club, el escudo, su Real Zaragoza, la historia y el símbolo o bandera en la que nos reconocemos. En este aspecto, podría decirse que nada ha cambiado. Se sigue un curso. Un rumbo. Un empuje. 

Sólo sintió Raúl Sanllehí, director general del Real Zaragoza, cierta presión ambiental cuando el equipo entró en una deriva peligrosa para la supervivencia, el pasado mes de noviembre. Afrontada esta crisis, las aguas volvieron a su cauce, al discurrir que se entiende razonable para una nueva propiedad en el primer año de su gobierno.

Son los segundos años los que, por lo común, ponen a prueba los fundamentos deportivos y societarios. Afloran entonces las verdades. O, al menos, otras verdades. Basta con repasar la historia reciente. Posiblemente, a este accionariado, plural e internacional, le ocurra algo similar. 

Si sirve la expresión, ya no vale en el Real Zaragoza pelear por la permanencia, por no descender, por sufrir hasta los compases finales de la liga por no verse comprometido por situaciones deportivas extremas, que, por otra parte, todo ponen en solfa. 

Tampoco convienen los experimentos en el área técnica ni quedarse anclado en la clásica crisis de otoño. Sobran, asimismo, en la política de fichajes adquisiciones del orden de Pape Gueye, Jairo Quinteros, Gabriel Fuentes o Tomás Alarcón, por citar nombres propios de esta temporada, si bien cabrían, igualmente, ramilletes de las tres anteriores. 

De la revolución en la plantilla que está emprendiendo Juan Carlos Cordero, director deportivo hasta aquí prácticamente inédito, se espera, de hecho, un salto hacia la zona noble de la categoría que vaya más allá de la palabra, las declaraciones o las meras intenciones. 

Este segundo año de mandato de los nuevos accionistas es probable que también ponga a prueba el proyecto de construcción del nuevo estadio, sobre el que Jorge Mas y el Consejo de Administración del Real Zaragoza quisieran disponer de un camino administrativo expedito, limpio de trabas y fuera de incertidumbres.

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