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Real Zaragoza: aquí no hay quien gane

El Zaragoza vio tan cercana la victoria ante el poderoso Levante que le entraron todos los miedos y nervios del mundo para imponerse en un partido que tuvo de casi todo.

Foto del partido Levante-Real Zaragoza, jornada 34 de Segunda División
Foto del partido Levante-Real Zaragoza, jornada 34 de Segunda División
Carla Cortés / LOF

Al Zaragoza uno se puede aproximar de dos modos. O viendo la delirante inocencia y la inexplicable torpeza con la que se abordaron los minutos finales contra un Levante destrozado y abandonado a su suerte. O atendiendo a su primera media hora de fútbol impotente, insano, aculado y desorganizado, mientras el chileno Alarcón se entregaba a la imprudencia de llenar el campo de patadas con una amarilla sobre la espalda. En ambos casos, el resultado es el mismo. Un Zaragoza que no gana. O porque no sabe, o porque no puede.

Jugó muchos partidos en uno la escuadra de Escribá sobre el césped del Ciutat de Valencia, y aquel en el que exhibió mejor cuerpo y más lustre le surgió cuando el rival aún contenía once futbolistas, antes de la expulsión de Saracchi, y en los veinte primeros minutos de la segunda parte, cuando Bebé y Azón, dos sustituciones de verdad, mejoras claras y sumas rotundas, asaltaron el campo.

Por paradójico que pueda parecer, el Zaragoza presentó más hechuras de ganador jugando en igualdad que cuando se vio con un hombre más ante un rival que se desinflaba más y más a cada paso que daba en el partido. Quizá contra once el Zaragoza hubiera perdido, pero quizá también hubiera tenido más luces para encontrar la victoria.

Pero el Zaragoza es un equipo con un fútbol de subsistencia del que ya no cabe esperar mucho más. Sacó un botín positivo de Valencia, ante un rival prestigioso e imponente como el Levante, un punto que alimenta el granero de la salvación y en las horas previas al partido lo hubiera firmado hasta el conductor del autobús. Sin embargo, la trama del duelo se movió en unas líneas que acercaron al Zaragoza tanto a la victoria que le entró el pánico a ganar: una descarga nerviosa que le anudó los pies a sus jugadores y les zarandeó el corazón, en unos minutos finales, con el Levante tieso y roto de fatiga, en los que faltó serenidad, desaceleración y cabeza.

Solo así se explica que Bebé y Giuliano se perdieran en un laberinto de errores infantiles y decisiones absurdas cuando el Levante, ni más ni menos, le había dejado abiertas todas las puertas del triunfo, tendiéndole alfombras de contragolpes. Los valencianos se pararon en seco en ese loco descuento; dejaron de correr; se olvidaron de la defensa; le dijeron al Zaragoza que bien, vale, haced con nosotros lo que queráis, como si el Levante tuviera la certeza de que ese equipo de acentuadas incapacidades ofensivas no le iba a hacer gol ni aún quitando al portero de su sitio.

El Zaragoza tenía la victoria delante, pero no supo verla en esos instante de campo abierto con los que murió el encuentro. Era tan fácil cobrar ese triunfo que al Zaragoza se lo comió la ansiedad, la precipitación y el vértigo a tres puntos con los que casi no contaba. Hay victorias que asustan tanto como una derrota.

Tampoco supo el equipo de Escribá cómo atacar contra 10 con la lucidez con la que había estado atacando al Levante cuando el técnico retiró a un desquiciado Alarcón y le devolvió al equipo su sistema 4-4-2. También ayudó la salida del campo del lesionado e intrascendente Vada. El Zaragoza podrá jugar de otros modos, pero la fórmula de los dos puntas es la que lo ha traído aquí y la que está asimilada en sus futbolistas. Jugará mejor o peor, pero es el modelo que le garantiza competitividad, más si la pizarra incluye a Azón, a quien le basta medio depósito lleno para estirar al equipo y darle aquello que tanto le ha faltado.

El delantero zaragozano es una bendición en un conjunto como este. Llega a tiempo, al menos, para que el Zaragoza mida y calcule hasta dónde le podría haber alcanzado con él.

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