Este domingo regresa el Real Zaragoza a su estadio, la histórica, vetusta y entrañable Romareda, para jugar el 14º partido de liga como local en el vigente torneo 22-23. Frente al Burgos, el rival de turno, los de Escribá tratarán de conseguir su quinto triunfo del curso para que el público zaragocista pueda irse a casa a media tarde con la satisfacción en su ánimo. Causa-efecto poco habitual porque, hasta ahora, solo han vencido a cuatro visitantes: Sporting de Gijón (1-0), Villarreal B (2-1), Ibiza (2-1) y Huesca (3-0). No ha habido más alegrías desde agosto.

Los otros nueve partidos que han transcurrido sobre el césped de La Romareda han concluido en otros tantos chascos del Real Zaragoza. Seis con empates y tres con derrotas. Aquí igualaron el Levante (0-0), Eibar (0-0), Oviedo (1-1), Málaga (1-1), Mirandés (0-0) y Ponferradina (0-0). Y ganaron el Lugo (1-2), el Andorra (0-2) y el Alavés (1-4).

Los blanquillos apenas han sumado 18 puntos de los 39 disputados en su terreno de juego. Menos de la mitad. Puesto en pasiva, de La Romareda han volado más del 50% de los puntos... otra vez. Porque llueve sobre mojado.

De aquí al final de la competición –que será el último fin de semana de mayo– faltan por jugarse ocho partidos aún con el Real Zaragoza como anfitrión: el de mañana contra el Burgos y los pendientes con el Leganés, Albacete, Granada, Racing de Santander, Las Palmas, Cartagena y Tenerife. Un total de 24 puntos que deberían ser el grifo principal de llenado del balance final de los zaragocistas para alcanzar la cota de la permanencia, que ahora se ve como tarea apurada y preocupante.

El uso ha generado costumbre

Este año es similar a otros previos. Que el Real Zaragoza no sea solvente en su rol de local es algo instaurado como costumbre desde el descenso de Primera División en 2013. Los números son nítidos.

El equipo zaragocista ha jugado desde entonces, hace casi diez años, 206 partidos en La Romareda (202 de liga y cuatro de promoción de ascenso). Y solo ha ganado 87, el 42,2% del total. Bastante menos de la mitad.

Ha empatado 62 (el 30,1%) y ha perdido 57 (el 27,7%). Ha dejado de vencer, patinando y dejando escapar puntos (o eliminatorias de promoción) en su estadio, en 119 de los 206. Es decir, el 57,8%. En casi seis de cada diez duelos disputados, la gente se ha marchado de las gradas con el disgusto puesto.

El mantra de la fortaleza que supone para el Real Zaragoza cada 15 días jugar en un magno estadio como La Romareda, el que más historia y solera de fútbol de alto rango guarda entre sus paredes de todos los de Segunda División, con un volumen de seguidores que supera los 15.000 en el peor de los aforos registrados y supera los 20.000 habitualmente (en días de llenazo se han alcanzado los 34.000), perdió sostén empírico hace mucho tiempo.

En realidad, ese teorema del miedo escénico que genera La Romareda a los rivales no es así. El estadio municipal, al contrario, se ha terminado convirtiendo en una tómbola de la que los visitantes extraen demasiados regalos, incluso en las temporadas menos malas del Zaragoza. No ha conseguido hacerse fuerte en su feudo en estos tiempos modernos y ásperos. Y este es uno de los lastres, entre otros, que han impedido redondear campañas de éxito. Además, ha llevado al zaragocismo a un estado asemejable a lo que en psicología se denomina ‘breadcrumbing’, con una distorsión del nivel de exigencia que imperó siempre en el seno del club aragonés. Uno de los factores del ADN zaragocista mutados y que hacen posible esta estadística.