Giuliano Simeone ha terminado la primera vuelta de la liga de Segunda División con seis goles en su haber como principal delantero del Real Zaragoza. Seis de los 18 anotados por todo el equipo, es decir, el 33,33 %, un tercio exacto del total. Es el único delantero que aprueba el examen de mínimos de esta roma plantilla conformada en verano por Miguel Torrecilla y Raúl Sanllehí y que ha llegado al ecuador del torneo en el puesto 16º, empatado a puntos con el 17º (el Tenerife), con solo cinco equipos con inferior renta, asomado al abismo del riesgo clasificatorio.

Simeone es la excepción en un colectivo lleno de carencias e insolvencia goleadora, asunto clave en cualquier equipo que quiera aspirar a lo mejor en una competición. Tiene mérito el italo-argentino pues, a sus 19 años, viene de jugar en Tercera RFEF, la quinta categoría del fútbol español (equiparable hace solo un par de años a la Regional Preferente). Por hache o por be, el Cholito ha terminado por ser el único con ciertas garantías de solvencia en el crucial arte del gol. Lesionado casi todo el tiempo Azón, fracasado el caro fichaje del senegalés Gueye, sin aportación relevante de segundos puntas como Mollejo, Vada, la infundada promesa Bermejo (tercer año disparando al aire) o la fallida apuesta del canterano Puche, Simeone es lo único salvable en la faceta ofensiva de un Real Zaragoza que, por tercera campaña consecutiva, muestra unos cimientos paupérrimos en labores creativas y generadoras de goles en las porterías rivales.

Después de acumular tres años de inanición anotadora, de padecer rutinariamente la patología de la ceguera goleadora, viene a resultar que el zaragocismo es capaz de emocionarse por tener un delantero que marca seis goles en media liga. Como si eso fuese algo sobresaliente. Se viene de tanta hambre, de tanta miseria, que el efecto Simeone es capaz de ocasionar un efecto placebo que, mirado con sentido común y un análisis sin contaminar, no deja de ser algo tan plausible respecto del prometedor punta como escaso y mendaz si se mira desde prisma global.

El sexto registro en una década

La pregunta durante el verano fue a cuánto podrían equivaler en el ámbito profesional los 24 goles que anotó Simeone el curso pasado en el filial colchonero en la Tercera madrileña, jugando por pueblos y barrios en los campos del Paracuellos, Villaviciosa de Odón, Moratalaz, Galapagar, Pozuelo de Alarcón, Trival Valderas, Torrejón de Ardoz, Carabanchel o Parla, por citar solo algunos de sus rivales.

La media que ha alcanzado el emergente delantero apunta a llegar a la mitad de aquel registro en una liga de aficionados, en torno a una docena. Pero, esto, para el Real Zaragoza, es insuficiente porque, al margen del crecimiento personal del citado Simeone, nadie más le acompaña en las tareas anotadoras. Está solo, es rara avis, un náufrago meritorio.

Un cotejo para afinar el juicio

Los seis goles de Simeone a mitad de liga mejoran los registros de los dos Álvaros recientes en la posición de ‘9’ zaragocista, Vázquez y Giménez, que acabaron la primera vuelta con solo cuatro dianas. El primero en la liga 18-19, con Idiakez y Alcaraz como técnicos (Víctor Fernández llegó justo ahora, en la pre Navidad), y el segundo en la 20-21, con Baraja, Iván Martínez y Juan Ignacio Martínez ‘Jim’. También supera los cinco que anotaron el primera año en Segunda en esta década ominosa el trío conformado por Víctor Rodríguez, Henríquez y Roger (a más de uno le costará ya acordarse del rostro de alguno de ellos, dentro de la demoledora travesía por el desierto, sin cantimplora, que está suponiendo este inacabable paso por Segunda para la parte más romántica, veterana, enraizada y pura del zaragocismo). Pero nada más. Esta cifra de media docena de goles en 21 partidos no pasa de ahí. No es para celebrarla como extraordinaria. El año pasado, sin ir más lejos, un deficiente Narváez acabó a estas alturas del torneo igualmente con seis goles.

Las otras cinco referencias parciales fueron mejores que las actuales. Borja Bastón (en la 14-15) y Luis Suárez (en la 19-20) llegaron a este punto con 13 goles, más del doble de lo que ha rubricado Simeone. Y en la 16-17, Ángel Rodríguez ya llevaba 10, otra cota de dos dígitos. El año siguiente, Borja Iglesias acabó la primera mitad de la liga con nueve tantos, también mejor que Simeone. Y hasta Ortuño, en la 15-16, se fue a la Nochebuena con siete goles.

Este caso sirve para discernir cómo ha mutado el microscopio del zaragocismo en solo seis años. A Ortuño se le criticó duramente por su torpeza pese a ser el mejor artillero de aquel equipo. Y el murciano pidió a su club de origen, Las Palmas, un cambio de cesión y se fue en enero al Mallorca. No pudo con la presión. Hay más cotejos que denuncian la gravedad del presente goleador. Cuando el primer año en Segunda el equipo acabó con un máximo de aciertos de cinco goles por cabeza... eran tres los anotadores: Víctor Rodríguez, Henríquez y Roger, o sea, 15 goles a tercias (ahora, son 18 los marcados entre todo un equipo, de 29 piezas utilizadas). Y cuando Bastón terminó la mitad del torneo con 13 goles, le acompañaban entre los 25 mejores goleadores de la liga Pedro y Eldin Hadzic, ambos con cinco, es decir, 10 más como anexo al principal pichichi. Un paquete de 23 goles entre solo tres puntas... más los flecos de los demás. Aquello, hace cuatro días, era otra cotización del gol. Ahora esto es una moneda peligrosamente devaluada. Cuando Ángel hizo 10 goles en una vuelta, el segundo era Lanzarote con seis. Urge tocar suelo para medir la gravedad de lo que sucede.