derbi aragonés

Real Zaragoza-Huesca: La Romareda de siempre

El viejo estadio zaragocista vivió uno de sus grandes días, con un ambiente imponente, único y musical, y con dos aficiones entregadas a sus equipos

Búscate en la Romareda: Real Zaragoza - SD Huesca
Búscate en la Romareda: Real Zaragoza - SD Huesca
Guillermo Mestre

El fogonazo de la vieja Romareda gobernó un partido de emociones incontenibles y desatadas en un partido de rivalidad íntima, con unas 27.000 gargantas en la grada, 500 de ellas llegadas de Huesca con la misión de dar colorido a un estadio que tembló como en sus mejores días. Es La Romareda de siempre, la que vibra con la entrega de jugadores como Mollejo o Simeone, la que baila en las victorias de alto valor, la que empuja, rema y vuela cuando los rivales se crecen, la que reconoce esfuerzos y canta su historia y su gloria. Fue una gran noche de fútbol, la mejor del año y la mejor en tiempos, con un ambiente único, incandescente y musical. La gente del Zaragoza se fue con una sonrisa como un pan de grande y la hincha del Huesca se volvió a casa con ganas de una próxima vez. Así es el fútbol que nunca deja de girar.

De todo ello, fueron testigo Jorge Mas, presidente del Zaragoza, y Manolo Torres, máximo representante del Huesca. Junto a ellos, el alcalde Jorge Azcon, Felipe Faci, consejero aragonés de Deporte, y Óscar Fle, presidente de la Federación Aragonesa.

El Real Zaragoza no se olvidó de Luismi Pérez, el futbolista del Fuentes al que le arrancó la vida un temerario de la carretera. Para él hubo un sentido aplauso, un recuerdo de corazón, de las gradas de La Romareda, y las notas de la Albada de José Antonio Labordeta en la megafonía. Esto fue antes del envite, poco después del apasionado recibimiento a los equipos a las puertas de La Romareda, con cánticos y alguna bengala en la calle Luis Bermejo.

Esta vez, la bandera de la Comunidad no presidió el centro del campo en el salto de los dos equipos, que compartieron desfile hasta el césped y se desearon la protocolaria suerte previa a los partidos, mientras los aficionados del Real Zaragoza cantaban el himno incluso cuando ya no resonaba por los altavoces del estadio. Como en las citas importantes, la alineación local fue presentada con voz intensa y entregada.

Nadie se llevó mayor ovación cuando su nombre se escuchó que el portero Rebollo, debutante. Por este lado, Fran Escribá también gestionó la atmósfera: mientras a Ratón le persiguieron los pitos en el último partido contra el Ibiza, al joven onubense la grada le tendió un puente que le mantuvo en cada una de sus acciones. Todos los ingredientes estaban en su sitio cuando la pelota comenzó a rodar.

La Romareda no tardó en entrar en esa combustión incontenible de las grandes noches porque Francho encendió rápido la mecha con su gol, con su celebración y con su beso al escudo, arrojando dedicatorias a unas gradas pletóricas.

El gol de Simeone, a quien se le despidió al coro de “Giuliano, Giuliano”, puso patas arribas al zaragocismo, mientras del rincón del Huesca llegaba silencio. Algún cántico entrecruzado y picante de afición a afición salseó el ambiente y los piques entre futbolistas que salpicaron el partido le dieron un poco de temperatura al asunto, hasta que Vada marcó el penalti y La Romareda entendió que ya era el tiempo de celebrar. Una oleada de bufandas arriba compuso el mosaico del festejo mientras se cantaba el himno y todo el repertorio de la grandes ocasiones. Una fiesta de las grandes en La Romareda de siempre.

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