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Mollejo, la noche del antihéroe

Un gol del enérgico ‘pelado’ le sirve en bandeja la victoria al Zaragoza. El joven extremo encarna varios valores del equipo: sacrificio, convicción y hambre de gloria.

Fotos del partido Real Zaragoza - Sporting de Gijón
Fotos del partido Real Zaragoza - Sporting de Gijón
Toni Galán

El día que el Real Zaragoza anunció el fichaje de Víctor Mollejo lo anticipó con una simpática escena de Krilín, uno de los grandes escuderos y amigos de Goku en el afamado anime japonés Dragón Ball, obra de culto de muchos niños españoles de los años 90. Krilín era ‘pelado’, calvito y pequeñito, y por ahí parecía venir el sosia de Mollejo, pero Krilín también era valiente por encima de lo razonable, era entregado y leal, sacrificado y esforzado, un guerrero fuerte, aguerrido y perseverante. Un simpático antihéroe. Y así es, del mismo modo, Mollejo, cuyo gol en la noche de fútbol de La Romareda le entregó al Zaragoza su segunda victoria de la temporada.

No había empezado con buen pie el extremo manchego en el equipo aragonés. Le ha costado un mes asaltar la titularidad. Y eso parece haberlo serenado un tanto: sus primeros partidos se le anudaron a las botas debido a su excesiva excitación y a las altas revoluciones de su motor. Pero, en Ponferrada, Mollejo, como quizá el Zaragoza, hizo ‘clic’. Futbolista agitador e incómodo, es un incordio, pero sobre todo su bullicio es garantía de coraje: no le importan ni los kilos ni los centímetros que tenga enfrente, en el defensor de turno. El va, va, va y va. Salta, salta, salta y salta. Choca, choca, choca y choca. Es, en cierto modo, un jugador que encarna varios de los atributos que ya empiezan a asimilarse en la identidad del Zaragoza de Juan Carlos Carcedo.

Tendrá más o menos calidad, más o menos pegada, o más o menos talento. Pero es un ejército de futbolistas enérgicos, tenaces, agresivos, y solidarios. Así es Mollejo, un extremo que eleva la temperatura del fútbol hasta el borde de la fiebre.

Frente al Sporting, cobró la recompensa de un gol de tres puntos. Lo hizo dándole acierto y eficacia a la segunda línea del equipo. La jugada, en el primer tramo de la segunda parte, necesitó de la validación del VAR después de que la neutralizara el árbitro asistente por fuera de juego. Esa jugada, esa carrera de Mollejo como si se lanzara contra un precipicio llamado Mariño, no fue una carrera cualquiera. Esa jugada ya la ha intentado el Zaragoza de Carcedo en citas previas, signo de que de la pizarra del técnico salen frutos automatizados, trabajados y programados. 

Un balón largo fue a Simeone, al que le da igual tener que torear a una res argentina de 34 años, excapitán de Boca Juniors, con más mili que una garita, como Izquierdoz. El pequeño Giuliano lo pelea todo y ganó esa pelota de espaldas para cederla de cara a la aproximación de Bermejo. Mientras esto sucedía, Mollejo, como un engranaje más, se fue a correr al espacio del ‘9’ liberado por Simeone, atacando la espalda del central arrastrado, y recogiendo al vuelo un servicio algodonado por Bermejo. Su camino al gol tuvo el suspense de estas acciones, le pegó medio mordida, pero fue dentro hasta tambalear esa redes de profundidad infinita de La Romareda.

Mollejo lo celebró dos veces y se fue a seguir batallando. Dentro de las imperfecciones de su fútbol, descansan las virtudes heroicas de un jugador como él en un equipo como este: mayúscula competitividad, compromiso innegociable, hambre de gloria, y convicción, mucha fe y osadía. Si a Mollejo le dicen que para meter otro gol se tiene que tirar de cabeza contra una pared, Mollejo se tira. Como haría Krilin, el personaje que murió cinco veces para resucitar otras tantas y seguir peleando y peleando. O marcando goles.

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