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Lunes de voces elevadas y portazo en la Ciudad Deportiva del Real Zaragoza

El pos partido frente al Alcorcón deja un paladar agrio en la plantilla y el cuerpo técnico: Jim abronca al equipo en su vestuario ante el director deportivo, Torrecilla, que se marcha antes con un claro ademán de enfado serio.

Juan Ignacio Martínez 'Jim' en el aparcamiento de la Ciudad Deportiva, antes de entrar a vestuarios.
Juan Ignacio Martínez 'Jim' en el aparcamiento de la Ciudad Deportiva, antes de entrar a vestuarios.
Toni Galán

Silencio en el aire. Conversaciones previas al entrenamiento matinal sotto voce. Rostros serios, de culpa y penitencia en ciernes. Algunos, incluso torcidos y con cierto aire desencajado. Ni una sola muestra de normalidad antes de entrar al vestuario a cambiarse la ropa de calle por la de deporte: ni uno solo de los clásicos comentarios, chascarrillos o risas que suelen venir horas después de un partido ordinario de liga o Copa. El Real Zaragoza vive en su seno deportivo horas difíciles de digerir por su mala praxis en el último mes y medio, con la guinda negra del 0-3 encajado ante el Alcorcón en la tarde dominical, un rival que es el colista, está descendido a Primera RFEF (la tercera categoría del fútbol español) desde hace dos meses y terminó por ridiculizar a un Zaragoza penoso. 

El ambiente se cortaba. Y aún más cuando, a eso de las 10.29, Juan Ignacio Martínez 'Jim', el entrenador, pasó desde su despacho a la caseta de los jugadores, contigua en el pasillo de la Ciudad Deportiva. Lo acompañaba todo su 'staff', sin una sola excepción. Y, en este caso, también el director depotivo, Miguel Montes Torrecilla. La ocasión olía a solemne.

En la primaveral mañana soleada, con el único ruido de las torzaces en los pinos que aún circundan las viejas instalaciones de la carretera de Valencia, durante 12 minutos se sintieron en el exterior, a 80 metros en línea recta, palabras en voz muy alta del técnico alicantino. Una bronca en toda la regla, apuntalada de vez en cuando con palmadas potentes de sostén de una tesis. Era mañana de reproches con mucha profundidad .

A mitad de esa filípica de Jim, que no es la primera en las últimas tres semanas, Torrecilla decidió abandonar el habitáculo de los futbolistas. Se marchó dando un portazo fuera de lo común. Quizá antes (no está confirmado) él también dejase su impresión a los muchachos, la que absorbió y rumió en el palco (la segunda parte la vio junto al que será nuevo director general, Raúl Sanllehí) con el mismo estupor que toda la afición blanquilla mientras el Alcorcón le pintaba la cara con el 0-3 a un equipo ido, desenchufado, impropio de la camiseta y el escudo del nonagenario Real Zaragoza de los 9 títulos, dos de ellos continentales.

No fue una bulla larga esta vez. Cortita y al pie, que diría el maestro Luis Aragonés, el Sabio de Hortaleza. Lo bueno, si breve, dos veces bueno. Jim salió el primero por la puerta de la izquierda (hay dos en la enorme caseta del equipo). Le siguieron sus ayudantes en fila india, con la mirada al suelo, sabedores de que lo acontecido no entraba en los planes de todos hace solo unos días. Esto que sucede es una faena para todos.

En un par de minutos, los jugadores salieron al césped. Callados y señalados. Otra vez más, por otra parte, en apenas 20 fechas. Y en otro par, Jim y los técnicos llegaron a su altura. Esta vez, directos al tajo, carrera continua y lo que tocase en un entrenamiento descafeinado, como son todos los de recuperación y tonificación muscular que prosiguen a cada partido de competición. Lo que había que hablar se había hecho ya dentro. Fuera, sin apenas periodistas, no era necesario escenificar nada en las circunstancias que concurren. 

Y se quedaron solos, pasado el cuarto de hora de rigor que el área de comunicación deja ver a la prensa. A partir de ahí, romance anónimo. Pero no hay que ir a Oxford para colegir que el medio ambiente es denso tras lo ocurrido. Y que el final de liga lo han viciado sin remedio ellos mismos. Les quedan tres semanas de portar a cuestas su cruz mientras esperan a que los demás los salven matemáticamente porque ellos llevan cuatro semanas sin ser capaces de cuadrar la aritmética por méritos propios. 

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