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Andoni Cedrún: “El primer pijama de mi nieto fue con el escudo del Zaragoza”

Es el portero con más partidos de la historia del club aragonés y uno de sus futbolistas más laureados. En sus 12 temporadas, levantó dos Copas del Rey y una Recopa. 

Andoni Cedrún posa para HERALDO en Zaragoza
Andoni Cedrún posa para HERALDO en Zaragoza
Francisco Jiménez

Nadie se ha puesto entre los palos de la portería del Real Zaragoza tantas veces como Andoni Cedrún (Durango, 5 de junio de 1960), guardameta histórico del club con 361 partidos. Ganador de dos Copas del Rey y de la Recopa, cubrió un periodo de crecimiento sostenido y de consolidación de un estilo de juego: desde el Zaragoza posterior a Beenhaker al equipo de la Recopa. Fueron 12 temporadas al servicio del club y de sus aficionados, quienes siempre reconocieron en Cedrún un hincha más, un torrente de carisma al que dedicarle su cariño.

¿Cómo fue su salida del Athletic siendo hijo de una leyenda de ese club como Carmelo?

El Athletic me quería renovar, pero yo tenía muy pocas opciones de jugar allí. Con Javier Clemente, la apuesta era Zubizarreta. Yo quería triunfar en el fútbol pero allí lo tenía complicado. Piru Gainza quería que me quedara, pero hablé con él para salir cedido. Tenía muy buena relación con Irigoyen, presidente del Cádiz, y me fui allí En cierto modo, fue un trampolín pese al descenso. Regresé al Athletic y me quedaba ese año de contrato. Yo no quería renovar, pero tenían lo que entonces se llamaba el derecho de retención. Me puse firme y dije que no seguiría. Al tiempo, me ofrecieron salir. Había varios equipos. Estaba el Betis, el Mallorca… Y el Zaragoza. Era 1984.

¿Por qué eligió el Zaragoza?

Ecónomicamente no era la mejor oferta, pero aposté por Zaragoza. Era un club señorial. Lo conocía muy bien por Amorrortu y Lasa. También mi padre me había hablado mucho de Los Magníficos. Yo les había visto en San Mamés de niño con mi madre. Reija y Santamaría eran muy amigos de mi padre de la selección. Incluso sabía de la buena tradición de futbolistas vascos de la época de Los Alifantes. También quedaba cerca de casa y en esos años era un equipo que jugaba muy bien, como con Beenhaker. El Zaragoza pagó un traspaso, unos veintitantos millones de pesetas. La mayor aspiración de mi vida era estar en un club y dejar huella. Cuando apareció la oportunidad de fichar por el Zaragoza se me abrieron los ojos de par en par.

¿Cómo fueron sus primeros días en la ciudad?

Cuando vine, Avelino Chaves me secuestró. No quería que se supiera nada del fichaje. Me metió en su Audi y se me llevó al restaurante Gayarre escondido. Mi llegada al vestuario coincidió con la contratación de Enzo Ferrari. Había unos jugadores alucinantes: Señor, Güerri, Casuco, Barbas, Canito, Amarilla, Herrera… Ferrari era un caballero. Un técnico como la copa de un pino. Tenía ideas diferentes, muy modernas. Fue un año de transición. Ese año ganamos por primera vez en el Bernabéu y fuimos semifinalistas de Copa.

¿Encontró confianza en alguien en especial?

Mi padre espiritual fue Andrés Magallón. Cuando ya había firmado el contrato, vino a buscarme al hotel Los Molinos. Recuerdo que fuimos desde la calle Miguel Servet al club andando mientras me contaba lo que era el Zaragoza, su afición, su ambiente, su gente… Era un enciclopedia del Real Zaragoza.

¿Cuál fue su primer gran momento?

La temporada 85-86 fue muy buena. Ganamos la Copa a todo un Barcelona y finalizamos cuartos en liga, además fue un buen año para mí. Yo había ganado liga y Copa con el Athletic, pero esa victoria en Copa contra el Barcelona fue muy importante para mí. La gente se acuerda de partidos especiales. Por ejemplo, la eliminatoria contra la Roma. Me tronchaba de risa en la anterior época de Ancelotti en el Madrid cuando en alguna rueda de prensa destacaba al Zaragoza como rival. Parecía que estaba aún en 1986, cuando jugaba en la Roma y los eliminamos. Yo le paré el último penalti. Se debe de acordar mucho de aquello.

Fue un portero de penaltis: Alejo, la tanda contra la Roma… ¿Tenía algún ritual o secreto para pararlos?

Sí, se me daban bien. A ver… sabíamos quienes eran los especialistas. Pero yo me basaba mucho en una fórmula que tenía Harald Schumacher, el portero internacional de Alemania en el Mundial de México. Su estrategia en una tanda era: tirarse dos a la izquierda y tres a la derecha. O tres a la derecha y dos a la izquierda. Había que tener ese patrón. Por estadística, alguna se iba a cazar. Yo procuraba tirarme tres a un lado y dos a otro. O al revés. En liga, alguno paraba porque podías intuir por dónde te la iban a tirar.

Cedrún, durante su época como jugador del Real Zaragoza
Cedrún, durante su época como jugador del Real Zaragoza
Archivo

¿La Recopa se cocinó a fuego lento?

El partido más importante del Zaragoza durante mi etapa fue la promoción contra el Murcia. Siempre lo he dicho. Y lo dije ya en su día. La gente ahora se da cuenta de lo que es estar en Segunda. Aquel triunfo fue clave para todo lo que vino después. Cuando perdimos unas semanas antes en Cádiz y le vimos las orejas al lobo, la gente estaba muy tocada. Pero mucho. Después de aquello se hizo un gran trabajo de gestión y el equipo fue creciendo: nos metimos en la UEFA que nos echó el Borussia Dortmund, fuimos finalistas de Copa, luego campeones y terceros, y ya la Recopa. En la promoción de Murcia ya estábamos el bloque de París: Belsué, Aguado, Pardeza, Higuera, Poyet, yo… Después, se fueron uniendo perfiles de jugadores con mucha hambre.

¿Cómo definiría el fútbol de aquel Zaragoza?

En ese equipo no había ni bloque bajo ni cerrojazos ni nada de eso. Teníamos una idea: jugar. También sufríamos y trabajábamos mucho cuando no teníamos la pelota. Acabamos jugando de memoria, con mucha velocidad en la circulación del balón y mucha posesión. La gente de arriba tenía mucha libertad: Paquete y Miguel se movían por todo el ataque. Gustavo era un centrocampista con llegada y gol. Solana y el ‘Flequi’ Belsué eran laterales de toda la banda. No renunciábamos nunca al ataque. Siempre íbamos a por el partido, sin especular. La gestión deportiva fue impresionante. Quien venía encajaba muy rápido en el equipo. Y eso no es sencillo.

¿Cómo fue su convivencia con otros porteros?

Cuando fiché, estaban Vitaller y Ruiz. Tuve muy buena relación con todos. Con el que más conviví fue con el ‘Pandereta’, con Juanmi. También con Sánchez Broto, con Bermell… Con Chilavert tuve una relación normal. Vivía un poco en su mundo, pero la relación fue normal. Yo era consciente de que no iba a jugar la final de la Recopa. Se lesionó el Pandereta en Gijón y la providencia hizo que jugara yo. Juanmi era mi compañero de habitación y estábamos en la cama, él animándome y yo consolándolo. Esa temporada empecé yo de titular, me expulsaron en Barcelona y entró Juanmi y ya se quedó.

El cambio de la regla de la cesión le cogió en el Zaragoza. ¿Víctor Fernández les pedía algo especial a los porteros a raíz de esa modificación?

Sí, más juego de pie. Siempre he dicho que los porteros tienen que parar y tener personalidad. Yo con los pies no era una eminencia técnica. En la escuela del Athletic, nos enseñaban a parar y dominar el juego aéreo. Yo estaba limitado para eso. Si la cogía con la derecha, le pegaba y la mandaba al anfiteatro. Con la izquierda ni eso. Nos descojonábamos mucho porque mis compañeros me la mandaban a la izquierda y tenía que darme hasta la vuelta. Yo procuraba minimizar riesgos.

¿Cuál es su pensamiento sobre el recuerdo que se tiene de la Recopa?

Llevamos muchos años en Segunda y sé que es como una vacuna para los aficionados recordar la Recopa. Eso me cansa. Vivir demasiado del pasado me cansa. Usamos muchas veces la Recopa como un antídoto contra la desazón, la desilusión… La hemos manoseado demasiado cuando es una cosa tan bonita: la Recopa, y otra vez la Recopa, y otra… Estamos muy orgulloso de ese triunfo histórico, pero a veces cansa porque la historia del Zaragoza no es solo la Recopa. Ha habido otros grandes equipos. Mismamente, nosotros en el 87. Si no nos coge el Ajax de Cruyff y Van Basten en las semifinales, igual el Zaragoza gana antes la Recopa.

¿Está olvidado ese Zaragoza?

Era un equipazo. El Zaragoza previo a Víctor Fernández ya era un equipazo, en el 86 y en el 87. Antic fue muy importante también, con un juego alegre. No se consiguió nada, pero nos metimos en la UEFA que nos eliminó el Hamburgo. Sacó gente de la cantera también. Y no quiero olvidarme de Ildo Maneiro. No recuerdo más gente llorando en un vestuario que cuando se fue Maneiro.

¿Por qué no cuajó el uruguayo?

No funcionó porque se fueron varios, Juanito, Villarroya o Vizcaíno. Tenía unos valores humanos tremendos. Dejó huella en poco tiempo.

¿Cómo recuerda los primeros pasos con Víctor Fernández?

Víctor ya había sido segundo de Antic y cuando lo ponen después de Maneiro, los capitanes y el grupo lo apoyamos mucho. Dejamos todo de lado e hicimos una defensa a ultranza de Víctor. Fíjate que tras el cambio tampoco progresamos mucho porque al final caímos en la promoción. En esos meses, fue muy importante cómo arropamos a Víctor los jugadores.

Ese equipo creció progresivamente durante cuatro años, pero se desmoronó muy rápido tras ganar la Recopa. ¿Por qué?

Nos faltó un paso más para meternos entre los mejores. Se apostó por gente joven y llegó un momento en el que quizá no pudimos subir otro escalón con jugadores de más experiencia. Vinieron jugadores jóvenes muy buenos como Dani, Morientes, Gustavo López, con una mirada más de futuro… Víctor Fernández apostó fuerte por ellos y no tanto por quienes le habíamos dado grandes triunfos al equipo. Eso fue el embrión de lo que fue sucediendo más tarde.

¿Cuál fue su viaje más rocambolesco con el Zaragoza?

A Bistrita, en Rumanía. Volamos con un avión de hélices del ejército rumano en el que a los asientos se le salían los muelles. Caía agua. El aeropuerto en Transilvania, donde Drácula, era para verlo. Y luego en el autobús por carreteras comarcales, con las vacas cruzando… Menudo Cristo fue llegar a Bistrita. Tampoco olvido la imagen del ejército rumano, al terminar el partido. Los soldados, en formación, comenzaron a desfilar de córner a córner del campo mientras un general marcaba los pasos para con las botas ir pisando e ir nivelando el césped. Llevamos cocinero, e incluso sábanas.

¿Qué día fue el más triste?

No poder despedirme de la afición. Yo sabía que no iba a seguir. Jugábamos la última jornada en casa contra el Real Madrid y me hubiera encantado tener la opción de decir adiós. Yo hablé con Víctor Fernández porque no nos jugábamos nada. Él quería una cosa y yo otra. La situación ya era complicada y no vale la pena hablar mucho de aquello. Yo quería jugar y en el minuto 60 o así cambiarme por Juanmi y así despedirme de la gente. Fue muy duro. Y al día siguiente en HERALDO me leí que no se contaba conmigo.

¿Hay algún gol encajado que le haya fastidiado más que otros?

Siempre me descojono del gol de Albacete. Todos me lo recuerdan. Me lo tomo a cachondeo. En el “WhatsApp” de la Recopa hasta me hace parodias esta gente. No pasa nada.

Si su objetivo al venir a Zaragoza fue dejar huella, lo consiguió. ¿El cariño de la gente es una recompensa tan valiosa como sus 361 partidos o los títulos?

Lo es. Un futbolista tiene que transmitir en el campo, pero también fuera. El jugador debe representar siempre al Zaragoza. Más allá de los fallos o errores, de las paradas, de las victorias… Un jugador debe ir más allá. Hay que entregarse a la gente. Y lo sigo haciendo porque yo sigo representando al Zaragoza. Por eso me quedé. Zaragoza es mi casa.

¿Cómo se observa a sí mismo dentro de la historia del Zaragoza con el paso del tiempo?

Como un privilegiado. Estar en su historia, es un honor. A mi nieto Telmo, de seis años, le enseño vídeos intentándole inculcar el amor por este club. Él vive en Bilbao, pero estoy intentando que sea del Zaragoza más que del Athletic. Nada más nacer, su primer pijama fue con el escudo del Zaragoza. Mi objetivo es que Telmo y la otra nieta que está ahora de camino caigan del lado del Zaragoza y no del Athletic.

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