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Tirachinas contra cañones

El Real Zaragoza no disparó a puerta en todo el partido alargando su problema de pegada ante un Sevilla al que le sirvió con asomar en un par de ocasiones para liquidar el cruce.

Rafa Mir, autor del segundo gol, pugna por el balón con el zaragocista Lluís López.
Rafa Mir, autor del segundo gol, pugna por el balón con el zaragocista Lluís López.
Toni Galán

Niños pequeños contra hombres. Futbolistas de Champions contra jugadores de Segunda. Ir a la guerra con tirachinas o hacerlo con cañones de artillería pesada. La diferencia entre este Real Zaragoza de tiempos ásperos y un Sevilla que vive sus mejores días de fútbol es abismal, salta a la vista con un rápido repaso a la plantilla y los onces. Uno pelea por el título de Primera División con el Real Madrid y el otro trata de rehacer su rumbo en un nuevo año complejo en la Segunda División. Son dos mundos. Dos planetas a años luz. Pero si algo marcó este jueves la eliminatoria, si hubo un factor diferencial entre ambos equipos, fue el remate. La pegada. El olfato goleador. El Real Zaragoza no fue capaz de disparar entre los tres palos de la portería del serbio Dmitrovic. A su fútbol –de nuevo asentado sobre un sistema de tres centrales y dos carrileros– se le apagan las luces cuando llega al tercio final del campo. No importa demasiado que los defensas rivales sean Koundé y Diego Carlos, dos centrales de talla mundial, o Sanchís y Arroyo, dos modestos zagueros del Mirandés.

El equipo de Jim ha vuelto a torcer su relación con el gol. Como en el tramo de la temporada en el que se enfangó en la zona de descenso en la cadena interminable de empates, la falta de olfato está condenando al Zaragoza en las últimas semanas. Los números son rotundos: en cinco encuentros solo ha anotado dos dianas. Y ambas fueron frente al Burgos en la anterior ronda de la Copa del Rey (Eguaras y Adrián) en un partido en el que los visitantes apenas compitieron en La Romareda. Ante el Almería, el Tenerife, el Mirandés y anoche frente al Sevilla, el Zaragoza se ha espesado de un modo preocupante en ataque. De forma colectiva e individual. 

Borja Sainz se muestra eléctrico pero sin resolución. Narváez vive días irregulares. A Álvaro Giménez se le han apagados las luces –falló una ocasión inexplicable en el último minuto tras un centro-chut de Puche–. La segunda línea apenas pisa el área rival... Y la estrategia, que tantas veces ha salvado al equipo desde la llegada de Jim el año pasado, ha dejado de ser un factor diferencial. En este sentido, el cambio de sistema no le está ayudando. Ni defiende mejor –cuatro goles recibidos en 180 minutos–, ni ataca con más pujanza. La conexión entre el centro del campo, los carrileros y los atacantes todavía no tiene los automatismos necesarios para ser fluida. La duda ahora es si Jim, con Clemente en la rampa de salida y Francés de baja, seguirá apostando por la línea de cinco defensas en el trascendental encuentro de pasado mañana en Ponferrada.

El Sevilla, en cambio, solo necesitó un par de cañonazos para liquidar un partido que jugó a medio gas, sin forzar en exceso la maquinaria. Un latigazo de Koundé patrocinado por un mal despeje de Chavarría y otro gol de Rafa Mir penalizando la duda de Petrovic fueron suficientes para un equipo que gana con el piloto automático ante adversarios de talla inferior –como es este Zaragoza–. Con la Copa al margen, el equipo aragonés necesita encontrar de nuevo la ruta hacia el gol. Le urge hacerlo ya en Ponferrada.

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