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Jim asume que «hay que parar a analizar los errores»

El entrenador del Real Zaragoza, transcurrido el primer quinto de la liga (el 20%) con resultados y números preocupantes, afronta sus primeros ejercicios espirituales con su plantilla.

Jim, ayer al mediodía, observa el partido del filial tras acabar el entrenamiento del equipo.
Jim, ayer al mediodía, observa el partido del filial tras acabar el entrenamiento del equipo.
Toni Galán

«Tenemos que pararnos a corregir los errores con los jugadores». Así, con esta frase tan admonitoria, acabó su rueda de prensa en la noche del sábado en La Romareda Juan Ignacio Martínez ‘Jim’, el entrenador del Real Zaragoza. Fue como si, con el 0-0 con el Oviedo, consumado en un nuevo capítulo de incapacidad goleadora, de insuficiencia de juego ofensivo útil para ganar y de falta de imaginación en general en las facetas principales del juego creativo, Jim tuviese marcada en su mente la frontera de un antes y un después de este dubitativo y nada rentable inicio de temporada del equipo zaragocista.

Se temía Juan Ignacio que, con el séptimo tropiezo de su Real Zaragoza en ocho partidos, cuarto consecutivo como local, con el paso de los partidos del domingo el cuadro blanquillo iba a caer a puestos de descenso, como ocurrió en la media tarde dominical con la victoria del Burgos.

 Jim ha marcado una linde nueva en el día a día de su vestuario. En su imaginario estratégico, hasta este fiasco ante el Oviedo había una fase de la temporada y, a partir de ahora, nace otra distinta. Durante las primeras siete jornadas Jim instó a ir poco a poco en la emisión de diagnósticos, a no caer en un súbito derrotismo, postura de tan fácil acceso en Zaragoza en la última década de penurias, lejos de la élite y del ámbito de los éxitos de antaño, cada vez más lejanos.

El alicantino pidió paciencia al entorno cuando se advirtió, ya explícitamente, de las carencias goleadoras de sus muchachos como causa principal de que las cosas no solo no vayan bien, sino de que ya empiecen a tomar un camino peligrosamente malo. Reclamó durante varias semanas un poco de tiempo y de comprensión mientras se aferraba a las ‘buenas sensaciones’ que ofreció el Real Zaragoza en dos partidos concretos, el de Fuenlabrada y ante la Real Sociedad B en La Romareda, tardes ambas de aluvión de ocasiones claras ante las porterías rivales que, por la ceguera rematadora a discreción que afecta a todos los jugadores blanquillos, dejaron porcentajes de fallos con índices alarmantes, por masivos.

El técnico zaragocista esperaba, confiaba en una reacción, en una progresión en positivo de su equipo, soñaba con ver la transformación de esas ‘sensaciones’ sin réditos en las imprescincibles ‘realidades’ con sostén de puntos que requiere una competición de alto rango en un club de los galones del Real Zaragoza, pese a su presente alejado de la gloria de lo que un día fue y tardará en volver a ser.

Pero no ha llegado esa mutación hacia lo bueno. No hay manera. Pasó agosto, con tres partidos. Se fue septiembre, con cuatro más. Y ya se pisa octubre, camino de cubrir el primer trimestre del curso. Es ya una horquilla temporal amplia, que en este intervalo de la jornada 8 a la 9 dice que se cumple el primer quinto de la liga de Segunda, el 20 por ciento de su calendario. Y el Real Zaragoza se le ha calado a Jim. Lo tiene ahogado, atascado en el barro de los puestos de descenso sin lograr arrancarlo.

Por esto, Jim es consciente de que no se puede mantener por más tiempo el mensaje de esperanza perenne, el del ruego por la fe y la confianza a ciegas en este grupo de jugadores que, partido tras partido, no son capaces de responder a las expectativas.

Dos síntomas de peligro serio

Jim quiere frenar en seco esta dinámica que no lleva al Real Zaragoza a ningún sitio bueno: la que dice que solo ha ganado uno de los ocho partidos disputados y que está metido de lleno en el vagón de cola, en la zona letal de la tabla. Por eso quiere hablar, de otro modo ya, con sus pupilos.

Hay dos parámetros (entre otros varios), dos síntomas, que advierten de curvas de herradura de no mediar un cambio a mejor ya mismo. Uno, que no ha ganado ninguno de los cuatro partidos como local, quedándose en tres de ellos con su guarismo a cero, sin anotar (el único gol, dado a Narváez, fue en realidad en propia puerta del realista Arambarri). Y, otro, que solo ha marcado cinco goles en ocho jornadas, ninguno en jugada ligada y remate limpio.

Las moratorias, las excusas bien argumentadas, el toque sentimental, quedan diluidos por los números reales. La liga exige resultados visibles cuanto antes.

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