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Fuenlabrada, 22.50: un giro radical de la tendencia del Real Zaragoza

El equipo aragonés estaba a poco más de cinco minutos de no ganar, sinónimo de peligro mortal, cuando llegó de improviso el penalti y el 0-1 ganador. El factor suerte, clave en cualquier objetivo, apareció para bien tras mucho tiempo de adversidades.

Tejero acaba de batir a Belman sobrepasado el minuto 85 del partido de anteayer en Fuenlabrada, que ganó así 0-1 el Real Zaragoza.
Tejero acaba de batir a Belman sobrepasado el minuto 85 del partido de anteayer en Fuenlabrada, que ganó así 0-1 el Real Zaragoza.
Romero/LOF

Un golpe de suerte, una jugada aislada, un momento de inspiración puntual, un error del rival cuando nadie lo espera... son los intangibles que, en ocasiones, deciden marcadores, partidos, campeonatos, ligas, descensos, salvaciones, copas. Esto no se entrena, no se ensaya en la pizarra ni por automatismos de repetición. Tampoco viene en el currículum vitae de los futbolistas o entrenadores. Simplemente, surge de modo espontáneo. Unas veces es en contra, de modo pernicioso. Otras, aflora para bien, favoreciendo los intereses de un equipo sin una razón aparente que lo sustente futbolísticamente. Puro azar.

El Real Zaragoza vive desde hace algo menos de 48 horas un episodio de alivio, satisfacción e impulso moral a través de esta condición casual. Uno de los escasos casos de efectos secundarios positivos experimentados por todo el zaragocismo –los del campo y los de fuera– en los últimos años de calvario permanente en Segunda División. El triunfo por 0-1 en Fuenlabrada, por cómo aconteció, ha significado un giro en la tendencia de las últimas semanas que reduce el grosor del problema en ciernes –llámese descenso de categoría– y reactiva los inputs positivos cuando muchos pensaban que eso era ya muy improbable, en especial vista la envergadura y dificultad del calendario que aguarda al equipo en las últimas nueve jornadas ligueras que restan para el juicio final.

Hasta las 22.50 de este lunes 5 de abril, bien entrada la noche madrileña en Fuenlabrada, el Real Zaragoza estaba gravitando sin control alrededor de las cuatro plazas de descenso a Segunda B (futura Primera Federación), como viene haciendo desde hace siete largos meses. De hecho, hace infinidad de semanas que es un objeto abollado en su fútbol, un grupo que juega fatal a lo suyo mayormente y que anteayer, durante casi hora y media, dejó pasajes e imágenes defectuosas que llenaron de desasosiego a su afición, a sus dirigentes.

En su nuevo partido clave –como todos los que le aguardan y viene afrontando ya hace muchos días– ante los fuenlabreños, los de Juan Ignacio Martínez ‘Jim’ estaban aguantando el 0-0 inicial con sangre, sudor y lágrimas de padecimiento cuando el duelo estaba ya en su recta final, en los últimos 7 minutos. Era un milagro que el Zaragoza no perdiese –y con claridad– en ese minuto 83.

El Fuenlabrada había fallado un penalti al inicio del partido (lo paró Cristian Álvarez con gran acierto), además de errar no menos de cuatro ocasiones cristalinas para haber hecho goles en el marco aragonés. Por el contrario, los zaragocistas estaban firmando uno de los partidos más abominables, no solo de esta mala temporada, sino de mucho tiempo atrás. Sin tirar a puerta, sin pisar el área rival durante largos trechos del envite, sin cruzar el medio campo casi nunca. Sin dar tres pases seguidos. Sin criterio. Sin responder visualmente a las expectativas que demanda una situación tan delicada en la clasificación.

Un segundo para virar el rumbo

De la nada, de la sensación palpable de histeria colectiva que generaba la cercanía del minuto 90 y el constante agobio del Fuenlabrada, del desconcierto propio del batiburrillo de sustituciones de ambos equipos que suelen darse en los epílogos de los partidos del fútbol moderno –el de pandemia, con cinco cambios por bando–, brotó un segundo de inspiración con, quizá, apoyo divino o mántrico. Iván Azón, recién entrado en juego, provocó el penalti a favor y Tejero, novedoso lanzador, lo convirtió en El Dorado para un errático Real Zaragoza que estaba a algo más de 300 segundos de volver a darse un trompazo contra la tapia de hormigón de sus propias incapacidades.

Este gol, este penalti, esta victoria postrera, estos tres puntos en un lugar y en un punto del partido en el que nadie habría pronosticado la desembocadura del partido tal y como se llevó a cabo, han virado la dirección de los vientos que amenazaban con el derribo del Zaragoza de Jim a corto plazo.

El empate, ese 0-0 que se defendía con uñas y dientes, por más que se hubiese intentado vestir de útil a posteriori, era sinónimo de fracaso porque, a estas alturas de la película, al cuadro aragonés le urge sumar de tres en tres, ganar y no empatar. Con igualadas no le da de sí para sobrevivir. La necesidad es superior y el tiempo es ya muy escaso, no hay margen para más marros. No hay que explicar, por lo tanto, lo que hubiera supuesto la derrota zaragocista en Fuenlabrada, la que no había tomado forma antes de ese minuto 85 maravilloso para los de Jim y la que, como hipótesis y miedo atroz, pudo haberse consumado en los últimos cinco minutos y el añadido (otros cinco más) de no haberse aparecido, como caída del cielo, la jugada del 0-1.

Esta bendición de gol, esta chiripa por la que brindar después de tantos bofetones recibidos desde el flanco del mal fario en los últimos –y largos, interminables– tiempos del zaragocismo, supone que el equipo blanquillo esté, con sus 38 puntos, con cuatro de colchón sobre la raya del fracaso, de la muerte del descenso, más de un partido de distancia, a falta de solo nueve para la conclusión del torneo. Y también que haya recuperado posiciones con otros ganadores de la jornada entre el pelotón de cola, casos de Logroñés y Castellón. Ubicado en el 15º puesto (partió desde el 18º en esta jornada), hasta siete rivales tiene hoy por detrás en la tabla el Real Zaragoza. El Lugo está enfangado definivamente, ya está dos puntos por debajo de los aragoneses, que viajarán allí el fin de semana del 1 de mayo. Y el Oviedo ha caído también atrapado por las arenas movedizas, solo con un punto más que los zaragocistas.

Estos de Fuenlabrada son, estratégicamente, tres puntos llenos de vida para un grupo que estaba tocado en su corazón tras los patinazos ante Cartagena, Logroñés y, antes, el batacazo de Vallecas. Han llegado en el momento oportuno. No quedaba otra, no servía otra cosa que ganar. Así, el Real Zaragoza tiene un mecanismo indiscutible para su autoestima. En la liguilla por la permanencia, es el mejor de los ocho últimos. Un resorte moral importante surgido de entre la nada en el sur de Madrid. En la desesperación, importa el qué y el cuándo, no el cómo.

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