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La Romareda vacía: de las derrotas para ascender, a las victorias para sobrevivir

¿Qué influencia tiene la puerta la cerrada en el rendimiento del Real Zaragoza como local? En solo unos meses, el equipo ha experimentado una paradójica transformación en los partidos en su estadio. 

Real Zaragoza
Un saludo de Jim con los cinco dedos de la mano.
Javier Belver

“La Romareda gana partidos” constituye una reiterada e indiscutible proclamación, habitual en los discursos o prédicas de variados actores más y menos recientes del Real Zaragoza, o incluso rivales, y pocas dudas caben acerca del letal perjuicio que el torbellino pandémico y sus efectos han causado en el equipo aragonés. Quizá, por jugar a puerta cerrada, ningún otro conjunto de la categoría ha soportado una devastación como la suya, no solo en el apartado deportivo, también en el económico, en el social… Nadie tiene más abonados en Segunda y pocos cuentan con una grada tan incandescente, influyente y viva, capaz de ponerle voz al destino de los partidos.

Y, en esas, al Zaragoza le tocó entre junio y agosto jugarse un ascenso sin público arropándole en el estadio. Entonces, una de las razones incluidas en el capítulo de explicaciones y justificaciones ante el fallido salto a Primera División cuando todo estaba de cara fue ese escenario desvirtuado, frío y desnaturalizado en el que se convirtió La Romareda recién salida del confinamiento: el Zaragoza perdió cinco de sus seis partidos jugados en casa en ese periodo en la liga regular, amén de la definitiva derrota contra el Elche en el play off.

Esta tendencia pasada, pero muy cercana, dibuja un acusado contraste con la actual. Una inercia ganadora en La Romareda propulsada, con puntualidad milimétrica, desde la llegada de JIM al banquillo. El Real Zaragoza, con el alicantino como entrenador, se ha fortalecido como local de forma imponente y suma cinco victorias en seis partidos. De un único triunfo en seis encuentros en el pasado verano postconfinamiento a una sola derrota en seis choques con Juan Ignacio Martínez. Ambos periodos con un patrón común: La Romareda vacía.

Una paradójica transformación potenciada, además, por el desigual contexto en el que el Real Zaragoza compite. Cuando jugaba en su campo a puerta cerrada para ascender, perdía. Ahora, lo hace para sobrevivir a un descenso a Segunda División, y gana. Un comportamiento singular, muy ligado también a los modos del fútbol del equipo en uno y otro periodo. El Zaragoza del pasado verano proponía un juego dominante y protagonista, el tipo de fútbol que se inflama cuando las arterias de La Romareda llena de gente lo irrigan. Con Juan Ignacio Martínez, en la actualidad, el Real Zaragoza, en sus partidos de casa, ha ido evolucionando a un modelo más reactivo, contemporizador, con un protagonismo con la pelota cedido al rival, como se observó notoriamente el lunes contra un Mirandés con el 70% de la posesión. El Zaragoza se está sintiendo cómodo en ese papel menor como local, con escasa vocación ofensiva, más control posicional y riesgos mínimos. Históricamente, La Romareda ha censurado esas propuestas, alejadas de su exigencia, idiosincrasia, identidad y gustos, salvo cuando la vida, una permanencia, iba en ello. Como ahora a puerta cerrada.

De verano a invierno: las dos tendencias

El Real Zaragoza sacó la cabeza del confinamiento como un equipo lanzado a Primera, con un colchón de 5 puntos y muy fiable en La Romareda durante toda la temporada. Los partidos de casa se intuían claves para terminar de atar el ascenso. Sin embargo, al Zaragoza, en su primer partido, ya se le detectaron síntomas de colapso. Perdió 1-3 contra el Alcorcón, y sus partidos en una Romareda cerrada se convirtieron en una pesadilla, enlazando otras cuatro derrotas consecutivas más como local, algo insólito, frente a Almería (0-2), Huesca (0-1), Rayo Vallecano (2-4) y Oviedo (2-4). Curiosamente, la única victoria la ató el Zaragoza en la jornada final, cuando menos presión de ganar soportaba, aunque el triunfo contra la Ponferradina (2-1) le garantizó la tercera posición. Después, aún llegaría otra derrota más en La Romareda vacía, el decisivo 0-1 frente al Elche en el partido de vuelta de la promoción de ascenso.

Con la nueva temporada, el estadio zaragocista abrochó victorias -las únicas en el campo- frente a Albacete (1-0) y Fuenlabrada (1-0), aunque continuó con su hemorragia de puntos y derrotas. La Romareda vacía se le seguía indigestando al Zaragoza. Y así llegó Juan Ignacio Martínez. El técnico ha conseguido superar esas limitaciones ambientales, con trabajo dentro y fuera de la pizarra. Ya dijo el pasado fin de semana que “La Romareda, incluso vacía, vibra”. De un modo y otro, el entrenador alicantino ha encontrado la fórmula para que el Zaragoza se sienta confortable, desatado de tensiones y confiado jugando en casa, sobre todo, cuando logra adelantarse en el marcador, un hecho esencial para entender este comportamiento. Con JIM, el Zaragoza ha ganado a Lugo (1-0), Logroñés (2-0), Ponferradina (1-0), Tenerife (1-0) y Mirandés (1-0). Solo ha perdido contra el Alcorcón (0-1). En estos seis partidos, como se observa, únicamente ha encajado un gol; mientras que en los seis partidos locales que le costaron el ascenso el Zaragoza recibió 15 goles. Casi nada.

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