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Cuando cambia todo para nada

Iván Martínez apostó por una línea de cinco defensas que aportó mayor orden y rigor táctico. Sin embargo, el Espanyol es hoy un adversario inabordable para el Zaragoza.

Partido Espanyol - Real Zaragoza en imágenes
Partido Espanyol - Real Zaragoza en imágenes
Gerard Franco

Iván Martínez lo ha probado todo. Ha jugado con dos puntas y lo ha hecho con uno solo como referencia. También ha apostado por el rombo en el centro del campo o por el 4-1-4-1 como sistema base. Y este domingo en Cornellá, le dio una nueva vuelta de tuerca al sistema táctico, asentando al equipo sobre una línea de cinco defensas, con tres centrales y dos carrileros largos. El joven preparador aragonés, en su cuarto partido al frente del primer equipo, volvió a darle un nuevo aire. Poco se le puede reprochar, en este sentido, a Iván Martínez. Y lo cierto es que el planteamiento fue correcto, limando durante muchos minutos las evidentes distancias futbolísticas que existen entre el actual Espanyol y el actual Zaragoza. Los aragoneses ejercieron una efectiva presión alta, dificultando –principalmente en la primera mitad– la salida de balón de los catalanes. Especialmente notable fue la actuación de Iván Azón, un punta que demostró sacrificio, intensidad e inteligencia para el desmarque. A pesar de su extrema juventud –17 años– puede ser útil. También Zapater, otra de las novedades en el once, ayudó en las labores de presión, completando una aseada primera mitad, con el equipo bien asentado sobre Francho, Eguaras y el propio capitán en el centro del campo.

Pero para ganar al Espanyol hay que hacer demasiadas cosas bien, algunas de ellas prácticamente inalcanzables para el Real Zaragoza, que se enfrentaba a un adversario de otra liga. El conjunto que prepara Vicente Moreno tiene argumentos de sobra para decidir los partidos a través del colectivo o de individualidades –como ayer sucedió–. Como muestra de su potencial, basta con repasar sus cambios. El primero fue Nicolás Melamed, un canterano internacional habitual con la selección española sub-19. El segundo fue Sergi Darder, un futbolista que hace un par de temporadas estaba jugando la Champions League con el Olympique de Lyon francés. El tercero, Javi Puado. Qué decir de Puado que no se haya dicho ya y que no se sepa en Zaragoza... Y el cuarto fue Keidi Baré, un albanés que llegó a debutar con el primer equipo del Atlético de Madrid.

Y hablamos solo de los suplentes... en el once estaban Diego López, Cabrera, Pedrosa, Fran Mérida, Melendo, Embarba, Wu Lei, De Tomás... todos ellos jugadores de una talla muy superior a la actual Segunda División. De hecho, el año pasado –a pesar del descenso– compitieron en Europa. Su catálogo de recursos y variantes es de otra liga. Por eso son, con diferencia, el candidato número uno al ascenso directo y todo lo que no sea ese resultado en junio será una sorpresa mayúscula.

El problema del Zaragoza

Y ante un adversario de esta envergadura, el Real Zaragoza no está preparado para ganar. Hacerlo es prácticamente una quimera, a pesar de que compitiera durante 70 minutos, completando uno de sus partidos más ordenados y notables de las últimas semanas. Se le vieron trazos, algunas maneras, mínimos destellos –teniendo en cuenta el escenario y el rival, claro–, pero el resultado fue el previsible, el habitual en las últimas jornadas. El problema del Zaragoza no es perder en Cornellá frente al poderoso Espanyol, un resultado que entra dentro de lo previsible, de la lógica deportiva. El problema es perder con el Málaga, el Mirandés, el Tenerife, la Ponferradina, el Rayo... Empatar con el Sabadell. No ganar a Las Palmas...

La liga real del Zaragoza llega pasado mañana. Ahí es donde se juega la vida: en la visita al Castellón (miércoles, 21.00), un rival directo por salir de los puestos de descenso, compañero de cola desde hace varias semanas. La permanencia se ha escurrido ya a tres puntos y caer de nuevo ante un adversario directo sería un golpe terrible en la línea de flotación. Será ya una final en pleno mes de diciembre. Aún en la primera vuelta. Ahí es donde –por fin– todo tiene que empezar a cambiar de verdad. Lo contrario sería agravar aún más las coordenadas de un problema que ya es suficientemente mayúsculo.

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