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Estado de alarma en el Real Zaragoza

El equipo aragonés encadena su tercera jornada consecutiva sin conocer la victoria y evidencia ante un débil Sabadell sus preocupantes carencias competitivas.

Luca Zanimacchia se lamenta, ayer, de una ocasión errada en el duelo ante el Sabadell.
Luca Zanimacchia se lamenta, ayer, de una ocasión errada en el duelo ante el Sabadell.
Toni Galán

El Real Zaragoza es un equipo que no encuentra el camino. No sabe a qué jugar o, más bien, cómo jugar. Cómo atacar con regularidad y cómo defender con solvencia. Rubén Baraja no encuentra la tecla para que el equipo se sienta cómodo y seguro sobre el terreno de juego. Su sistema, un 4-4-2 por momentos excesivamente rígido, no está cuajando en el vestuario. Los futbolistas viven encorsetados y juegan sin imaginación. Lo intentan... pero les no es da. Los mecanismos no fluyen. No hay dinamismo ni ideas. Todo es demasiado romo. No es una cuestión de actitud, si no de aptitud, aspecto habitualmente mucho más compleja de corregir.

Anoche frente al Sabadell, un rival que llegaba a La Romareda inmerso en un mar de dudas, con cero puntos y sensaciones de bloque frágil, el Real Zaragoza fue un puro ejercicio de incapacidad. Más allá de los primeros quince minutos, su fútbol fue siempre inconstante. Un fogonazo de Larrazabal, otro de Narváez, una internada esporádica de Bermejo... pero eso, fogonazos aislados. Jugadas sueltas sin conexión que se fueron apagando hasta un punto en el que, incluso, el Sabadell se hizo dueño del partido y rozó el 0-1. Los de Rubén Baraja no dispararon ni una sola vez entre los tres palos –sí remató una vez Larra al larguero– ante un rival que había recibido nueve goles en cinco jornadas, estadística que evidencia por sí misma las carencias competitivas del conjunto aragonés. No sabemos si Juan Mackay, portero con apellido de ilustre delantero, es un guardameta fiable o no. No entró en acción. No tuvo que intervenir en ninguna jugada de ataque de los zaragocistas. Y eso, ante un colista, es sinónimo de problemas estructurales.

De hecho, si anoche el rival hubiera sido de mayor envergadura, de una talla mayor, es más que probable que los tres puntos hubieran volado –otra vez, como frente al Málaga hace ocho días– de La Romareda.

Los deberes de Baraja

Con los mimbres que tiene –no hay más, ni los habrá seguro a corto plazo–, Rubén Baraja necesita darle un giro de tuerca radical al equipo, ya sea a través de un cambio de sistema, de futbolistas o de roles. Tiene que exprimir al máximo lo que tiene. Con sus carencias y sus virtudes, está obligado a sacar más rendimiento competitivo de esta plantilla, que ya ha exhibido en estos días de otoño sus limitaciones. Baraja necesita encontrar a Vuckic, comprobar qué puede aportar Fernández, recuperar el mejor nivel de Eguaras, optimizar a Narváez, meter en dinámica competitiva a Zanimacchia, Chavarría o Larrazabal. Quizá probar a Raí. Rodar a Igbekeme. Estabilizar la pareja de centrales. Mejorar las prestaciones de Tejero... La lista de tareas pendientes es tan extensa como importante. En juego está el futuro más inmediato. Todavía es pronto para hablar de objetivos de la temporada. El Zaragoza está a tiempo de todo, pero necesita cambiar ya su dinámica y encontrar la estabilidad competitiva en su fútbol.

De momento, con dos derrotas y un empate en las tres últimas jornadas, el equipo aragonés entra ya inexcusablemente en su primer estado de alarma de la temporada, aún inmersos en el mes de octubre. Salir de él y no entrar en un confinamiento total y absoluto depende de la reacción que pueda llegar desde el banquillo y, también, de que la plantilla dé un paso adelante. En esta Segunda División sin tregua ni pausa, el Real Zaragoza tendrá en solo 72 horas una nueva oportunidad para cambiar su discurso futbolístico. Será en Anduva, un lugar de pura y dura Segunda División. El camino sigue. No hay tiempo que perder para nadie.

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