Por
  • Mikel Gay

Los argumentos del Arsenal

El Real Zaragoza conquista la Recopa de Europa en el Parque de los Príncipes de París tras derrotar al Arsenal (1-2)
El Real Zaragoza conquista la Recopa de Europa en el Parque de los Príncipes de París tras derrotar al Arsenal (1-2)
Moncín/Duch/Mestre/HERALDO DE ARAGON

Apenas tres días antes de la final en el Parque de los Príncipes, acudí por la mañana al Highbury para cubrir la información de una fiesta de despedida que el Arsenal había preparado en comunión con sus aficionados. Era el último acto previo al viaje del equipo a París para encararse con el Real Zaragoza.

También el mío, después de haber permanecido dos semanas en Londres, informando diariamente para los lectores del Heraldo, a veces contra viento y marea, de la actualidad del cuadro inglés. En la capital inglesa habíamos aterrizado a finales de abril el fotógrafo Oliver Duch y yo para tomarle la medida al rival del equipo aragonés en el encuentro del 10 de mayo en París.

Juntos vivimos los entrenamientos en London Colney, una cita de intensidad y enorme rivalidad con el Tottenham y el contacto amable con los jugadores y mucho más brusco con el entrenador Stuart Houston, que nunca entendió nuestra labor informativa.

El regreso a Zaragoza de Oliver Duch días después encareció el reto profesional de aquella preciosa aventura que mi periódico me dio la oportunidad de vivir. Por Londres y Highbury desfilaron Pedro Herrera y Víctor Fernández, que quiso presenciar en directo el último partido previo de los ‘gunners’ –de los artilleros- ante el Wimbledon. Compartimos vagón de metro, la mejor y más rápida manera de llegar al Highbury, y nos vimos envueltos en el rojo con tinte blanco de las camisetas de nuestro rival europeo.

Aquel entorno desprendía el aroma más clásico del fútbol, su esencia: los puestos de venta de artículos del equipo se mezclaban con los carros de comida, el desorden en los accesos, la cerveza y el olor a tabaco; todo aderezado por los sonidos apasionados que ya surgían del estadio.

Durante aquellas semanas, y hasta que el técnico Houston decidió alejarme del entorno del equipo, tuve la oportunidad de charlar con aquel grupo de grandes jugadores: desde el cordialísimo Seaman hasta el altivo Ian Wrigh, pasando por Adams, Paul Merson, Schwarz, Dixon o Keown.

De la mano del taxista Patrick Queen, acérrimo seguidor del Arsenal, visité los lugares de culto de los seguidores del equipo londinense, me familiaricé con sus historias, compartí sus rutinas, me embadurné de su espíritu cañonero.

Aquel primer domingo de mayo, los alrededores de Highbury bullían con el hormigueo de familias que acudían a participar de esa fiesta de ambiente popular. Canciones y juegos para niños se mezclaban con el entrenamiento informal del equipo, transmitiendo la extraña sensación de que se celebraba ya la victoria, esa reválida que hasta entonces nunca nadie había logrado.

Porque realmente el Arsenal hacía alarde de campeón. Las camisetas diseñadas para la ocasión recordaban el título y la convicción de lograr de nuevo el trofeo. Y en esa concentración un poco exhibicionista no parecía tener cabida la posibilidad de que el Real Zaragoza pudiera apear al conjunto londinense de su podio.

Viajé a París con el rumor de ese exceso de confianza; y con la convicción de que los de Víctor Fernández reunían argumentos muy sólidos para poner contra las cuerdas esa euforia. Como demostraron sobre el terreno de juego del Parque de los Príncipes, en el que el zarpazo de Esnáider ya merecía el título.

Aunque Nayim eligió otra forma para abrir la puerta de la gloria al Real Zaragoza.

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