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La tardía aparición del balón parado y los goles de cabeza, una bendición para el Real Zaragoza

Justo en la recta final de la liga, a la hora de la verdad, el equipo de Víctor Fernández está sacando provecho a sus carencias del inicio en este tipo de artes goleadoras.

Guti marca de cabeza, tras una falta sacada por Soro, el 1-0 ante el Sporting de Gijón.
Guti marca de cabeza, tras una falta sacada por Soro, el 1-0 ante el Sporting de Gijón.
Oliver Duch

Blanco, rozando ya el minuto 90, con un cabezazo singular a la salida de una falta lateral, anotó el 2-2 el pasado sábado en Santander y salvó un punto de oro para el Real Zaragoza en una noche rara ante el colista. En el partido anterior, el de La Romareda frente al Deportivo de La Coruña, Eguaras y Atienza, uno con el pie y el otro con la cabeza, encarrilaron por dos veces el triunfo ante los gallegos a la salida de sendos saques de esquina ensayados, en un exigente choque que se saldó con un brillante 3-1 favorable.

En el seno del vestuario zaragocista se palpa ahora mismo la agradable sensación de que el juego de estrategia está siendo un maravilloso comodín, un arma muy útil en la encomienda de sumar y sumar para mantenerse en lo alto de la tabla. Hay satisfacción porque, por fin, en un año torcido al respecto, el tiempo invertido en ensayar y repetir movimientos de pizarra y en el césped durante la semana, acaba teniendo réditos reales en los partidos. Son puntos clave. Goles de enorme valor. No en vano, los 4 últimos puntos añadidos al balance del Real Zaragoza en la clasificación han tenido ese método como origen táctico.

Era ya la segunda vuelta, a principios de enero en la visita del Sporting de Gijón a La Romareda, cuando el zaragocismo, dentro y fuera del campo, pudo degustar el dulce paladar que genera desatascar al rival a base de balones parados, de córneres y faltas, de remates –mayoritariamente de cabeza, aunque no siempre sea así– en estrategia que vienen a desarmar defensas rocosas, telas de araña tupidas que entorpecen el juego combinativo hasta la desesperación.

Aquel día, el Sporting saltó por los aires en un minuto. Porque, apenas 60 segundos tardó el Zaragoza en marcar el 1-0, con un cabezazo picado de Guti en una falta botada por Soro desde el lateral del área. La noche acabó con un 2-0 cómodo y merecido, allanado el camino tan temprano mediante el fútbol aéreo, el directo, el del balón a la olla y la búsqueda de una culminación a la primera de quien sea, delantero, medio o defensa. En eso consiste el balón parado, el acoso por arriba a las zagas rivales.

Un mecanismo del que el Real Zaragoza estuvo carente en el 99 por ciento del tiempo de juego de la primera vuelta. Víctor Fernández, en aquellos primeros meses de agosto, septiembre, octubre, noviembre, diciembre... llegó a reconocer que en la plantilla no hay grandes especialistas para ser más incisivos en está formula del gol: ni en lo concerniente a los lanzadores, ni en el necesario elenco de rematadores, potentes o listos en el área, cuando los balones vuelan desde un punto parado.

En ese largo trecho liguero, hasta el preámbulo de la Navidad, en diciembre, aquel Zaragoza siempre en lo alto de la tabla portaba un extraño bagaje ofensivo a pelota detenida: solo un gol de cabeza –además inútil– había conseguido, el de Soro al Mirandés en La Romareda en la derrota por 1-2 con los burgaleses. Y era en jugada corrida, a centro de Guti. No en estrategia. Fue ya en la jornada 12, el 20 de octubre. Un oasis sin provecho, llamativo a más no poder.

Se hizo costumbre que el Real Zaragoza, o marcaba en combinación, o no tenía opción alguna de anotar gol alguno, salvo de penalti (no está siendo un mal año en penas máximas a favor, que son ya 12 pitadas). Durante meses fue un bloque sin veneno en faltas y saques de esquina. Inerte. Fofo.

Para que esa negativa estadística se pudiera romper hubo que aguardar hasta el 8 de diciembre en Riazor. Allí, ante el entonces colista Deportivo, Guitián firmó el primer gol de la temporada a balón parado, con un testarazo en un córner botado por Soro. Servía para romper el 0-0, para desactivar la oposición coruñesa, que quería arañar aquel empate como fuera y esperar que sonase la flauta. Era la jornada... ¡19! Una barbaridad.

Ese día, el despertar fue doble: enseguida Puado logró el 0-2, que encarriló el triunfo final por 1-3, también de cabeza a centro de Ros. De repente, en 6 minutos (del 32 al 38 de aquel choque en La Coruña), el Real Zaragoza había hecho el doble de goles de cabeza que en media liga prácticamente.

Llegan días de juego directo

El Real Zaragoza, puede decirse con alivio, parece haber despertado de su incapacidad para obtener provecho del balón parado y de los centros aéreos. En las últimas 11 jornadas (de 30 ya dirimidas), ha sacado adelante varios partidos por esa fórmula, sumando 10 de 12 puntos ante el Deportivo (tanto allí como en La Romareda), Sporting de Gijón y Racing de Santander, en cuatro choques en los que fueron determinantes los goles de cabeza y en estrategia.

Precisamente ahora, en la recta final de la liga, se avecinan días en los que habrá que recurrir a este fútbol en más de una ocasión. Vienen partidos tensos, decisivos, sin margen de error y con tintes de finales. De suerte o verdad. A vida o muerte. Y el análisis somero de los datos estadísticos de los pocos goles logrados a balón parado y por alto hasta hoy por el Zaragoza da la razón a Víctor: no es una plantilla ducha en esa disciplina.

En los seis goles con la cabeza, asoman seis goleadores distintos: Soro, Guitián, Puado, Guti, Atienza y Blanco. Si sumamos el único logrado de estrategia con el pie, tras un córner, asoma Eguaras como padre del tanto. Todo fluye mezclando interés, insistencia y fortuna. Al menos, aun sin especialistas, se ha hallado el camino y la confianza. Un buen síntoma.

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