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El crepúsculo de Kagawa

El gran fichaje mediático del Real Zaragoza ha ido perdiendo peso y trascendencia en el equipo aragonés conforme la temporada ha avanzado. Varias razones y causas lo explican. 

Racing - Real Zaragoza / 29-02-2020 / Foto: Alberto Losa / LOF
Kagawa, en el Racing - Real Zaragoza
Alberto Losa

Fue Víctor Fernández quien apadrinó, asumió, trabajó y culminó su fichaje el pasado verano cuando al proyecto deportivo y económico del Real Zaragoza no le quedó otra que aceptar el millonario traspaso de Pep Biel al Copenhague, y por eso, por la resignada confianza que se le entrega a todo empeño personal, el técnico volvió a darle una nueva oportunidad a Kagawa en el césped de Santander. Un intento más de enganchar al futbolista japonés a la dinámica productiva del equipo, de rescatarlo y avivarle una temporada en la que su trayectoria se ha ido diluyendo con el paso de los días: mientras que el Zaragoza se ha ido expandiendo como un equipo poderoso, Kagawa ha decrecido en relevancia y aportación. De ser titular en 13 de los 14 partidos en los que estuvo disponible en las primeras 15 jornadas, a jugar apenas 8 encuentros en las 15 siguientes, solo cuatro desde el once inicial y siempre cambiado (solo ha jugado los 90 minutos en tres jornadas del comienzo de liga -Alcorcón, Extremadura y Lugo- y es el segundo futbolista más veces sustituido -15- de la categoría tras Ojeda -16-, del Albacete).

En este ocaso, quizá ley de vida en un futbolista de casi 31 años pero sometido a la máxima exigencia del fútbol europeo y sus sobrecargas desde hace una década, han influido factores que van más allá de las cuestiones individuales o del declive natural de prestaciones de un futbolista a quien no se le puede negar la voluntad, la profesionalidad, su implicación en el vestuario, según se reconoce desde ahí dentro, su buen talante y el respeto a su rol y situación de secundario. No hay que olvidar que Kagawa está en el Real Zaragoza porque Víctor Fernández se empecinó en él, pero sobre todo porque Kagawa quiso venir.

Su evolución a lo largo de la temporada ha seguido un curso paradójico. Su fichaje elevó una ola de entusiasmo como no se recordaba en Zaragoza desde tiempos de Pablito Aimar, otra incorporación de estruendosa carga mediática que, precisamente, tiene a Víctor Fernández como hilo conductor. Sin embargo, los golpes de efecto duran tres días, cuando los rendimientos deben alargarse durante nueve meses. Ese era el gran obstáculo que debía saltar Kagawa, la trampa de la expectación desbordada, pues se le iba a reclamar más por lo que fue que por lo que podía ser.

La historia empezó bien. Kagawa desplegó en las primeras jornadas, en el primer mes y medio, al calor y sol del verano, un catálogo aproximado de su fútbol: clarividencia, aceleración del juego, agitación entre líneas, chispa, intuición para llegar y rematar, un amplio rango de pase… Marcó dos goles, a Ponferradina y Extremadura, exhibía cierto brillo… Pero poco queda de aquello, ni goles (acostumbrado a la decena por temporada), ni asistencias (solo una, al Racing en la primera vuelta, cuando siempre ha sido una de sus especialidades estadísticas).

¿Qué ha sucedido? El punto de partida está en el mismo futbolista: su condición atlética no está a la altura de sus propósitos, como si la atmósfera asfixiante y adusta de la Segunda División le hubiera ido devorando la energía. La cabeza le va más rápido que las piernas. Contra el Racing, el pasado fin de semana, pudo observarse como Kagawa estaba alejado de las exigencias físicas y defensivas del fútbol del Zaragoza, más allá de que su entrada alterara el orden natural sobre el que había crecido el equipo y arrastrara a otras piezas en el planteamiento de Víctor.

A Kagawa se le ha ido vaciando el depósito de combustible, precisamente, desde comienzos de octubre, cuando un proceso vírico y febril antes de jugar contra el Málaga lo sacó de circulación. El japonés acusó una importante pérdida de peso y a su fisiología le costó volver a la normalidad. No ha vuelto a levantar cabeza desde entonces.

Tampoco el Zaragoza ha sido el mismo. Los rivales, más expuestos a lo desconocido en el arranque de liga, le advirtieron al conjunto aragonés sus fortalezas y empezaron a anularle las zonas intermedias en las que siempre ha vivido Kagawa, obligado a abandonar la mediapunta y buscar la pelota más abajo, lejos del lugar donde produce daños. Pero aún hay otro asunto que hay que incluir en la radiografía de Kagawa y que ha pasado desapercibido: la baja de Dwamena. Aquel Zaragoza en rombo, con el atacante ghanés y Luis Suárez afilando la delantera, permitía a Kawaga desenvolverse en la mediapunta con el atributo esencial de su viejo fútbol: la verticalidad. El japonés siempre fue un futbolista vertiginoso y ese Zaragoza atacaba a oleadas, como un relámpago, estirado por su pareja de delanteros. Dwamena potenciaba a Luis Suárez porque atraía defensas con la implacable imantación de su cuerpo, pero también le fabricaba los espacios decisivos a Kagawa. Dwamena picaba, tensaba a la zaga rival, y así le aclaraba la zona a la espalda del centro del campo enemigo, donde el japonés se inflamaba. Todo eso se perdió. Llegó Puado, y el Zaragoza se reinventó hacia otra cosa: Luis Suárez revivió con el catalán, porque si Dwamena le limpiaba el frente de defensas con su anatomía musculada y atrayente, Puado pasó a desordenarlos y alejarlos con las envenada movilidad de su juego, precisamente, en el área de influencia de Kagawa.

El japonés perdió así su sitio como actor principal, un papel que Víctor Fernández trató de devolverle en Santander, después de que en enero resurgiera en las citas coperas contra Mallorca o Real Madrid, hasta que un problema muscular lo volvió a apagar hace tres semanas. Quizá Kagawa ya no pueda tener esas líneas relevantes del guión, pero aún puede ser un recurso de notable utilidad en determinadas situaciones de aquí al final de temporada. En este Zaragoza, se puede sumar de muchas maneras, y Kagawa merece hacerlo.

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