Real Zaragoza

El Zaragoza y la llamada de la historia

Análisis de los puntos claves de la victoria del Real Zaragoza contra el Deportivo en La Romareda. 

Real Zaragoza - Deportivo de La Coruña
Real Zaragoza - Deportivo de La Coruña
Toni Galán

1. Cuestión de equilibrios. El partido no defraudó las predicciones previas, y Real Zaragoza y Deportivo se mostraron fieles a lo que son y a aquello que les ha encendido las turbinas al máximo de revoluciones en los dos últimos meses. Fernando Vázquez acumuló hombres y esfuerzos detrás de la pelota, cediendo balón y campo y alineando un 5-4-1 que empotró en 15 metros. No fue el Deportivo un rival encajonado, metido ni guarnecido en su área, su defensa jugó a una distancia media de su portero, pero sí fue un acerada tela de araña a la que el Zaragoza debía encontrarle las fisuras. Como se preveía, y como ya tenía planeado Víctor ante este escenario de partidos y rivales y se contó en estas líneas, el Zaragoza puso toda la carne en el asador. El técnico prescindió de James y apostó por Burgui, mantenido en el once -de vuelta al 4-4-2- aun con el regreso de Luis Suárez. Clemente en el lateral izquierdo fue la otra novedad. El centrocampista nigeriano representa el equilibrio del sistema, ya sea tirado a banda -un peaje a pagar, desde donde asiste y complementa a Eguaras y Guti- o formando en el medio junto a los otros dos mediocentros principales. Por su parte, Burgui es todo lo contrario, un factor de desequilibrio y agitación de rivales. Y la organización defensiva del Deportivo sugería incluir en el campo alguien con sus concretas virtudes: regate, desborde final, llegada, asociación… Era el día del Zaragoza de los delanteros. Había que sacrificar a James… por el momento.

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2. Una tijera en el cielo. El Víctor Fernández más camaleónico -el entrenador va creciendo en la temporada al ritmo de su equipo- sabe que, con el arsenal que cuenta, los rivales se enfrentan a una inquietante disyuntiva: si atornillan arriba al Zaragoza y le tapan los centrales y mediocentros, dan vuelo a la amenaza de Luis Suárez y Puado con metros para correr, como sucedió en Elche. Si, en cambio, esperan y se protegen abajo, le entregan el mando a Eguaras, Guti, a unos centrales con buen pie y el peligro invisible de Puado entre líneas. Este es el gran valor del Zaragoza: puede lanzarte a la lona con un golpe de izquierda o un guantazo de derechas. No se sabe cómo es mejor defenderlo. El Deportivo le entregó campo y posesión y, en cierto modo, le complicó las cosas al Zaragoza, condenado a jugar en muy pocos metros y a atacar por fuera, donde más le cuesta y menos coherente es con su juego. El factor ambiental, de inicio, jugó lo suyo: el equipo empujó y empujó, con sus centrales jugando más arriba que nunca, metidos en campo rival, y así el ejército aragonés sitió al Deportivo. No le hacía remates, pero sí le sacaba segundas opciones o córners. Y de ahí cayó, desde el cielo, aunque se sacaron por lo raso, la tijera que descosió a los gallegos. Los goles de Eguaras y Atienza obligaron al rival a jugar a una cosa a la no está acostumbrado. Primero, el Deportivo pudo hacerlo: es un equipo defensivo, pero que sabe atacar con veneno, con jugadores vistosos, incisivos y astutos. Uno de ellos, Aketxe tendió una sombra peligrosa en el flanco izquierdo de los mediocentros aragoneses: se metía entre la espalda de Eguaras y Guti, el sector de Clemente y la necesaria ayuda de Burgui tardaba en llegar. Por ahí respiró el Dépor e igualó el duelo, hasta que gol de Atienza se hizo oro: el balón parado resolvía en aquel partido donde más necesario era.

3. Con ustedes… James Igbekeme. Después del descanso, Fernando Vázquez soltó amarras, le cortó la cuerda a algunos de sus jugadores (como Mollejo y Çolak) y el Dépor adelantó líneas. El Zaragoza se sostenía sobre las robustas espaldas de Atienza y El Yamiq, un frontón que todo lo devuelve (9 despejes, 4 duelos ganados, 3 disparos bloqueados…), pero estaba demasiado expuesto a un pérdida impertinente y convenía no arriesgar ciertos balones, pues el Dépor asaltaba su espalda en tres o cuatro pases. El peligro volaba sobre el ambiente. Y ahí, Víctor Fernández le puso la cremallera al partido: era el momento de James. El Zaragoza pasó a 4-3-3, con Puado en la derecha, y se armó de equilibrio, pero sobre todo de control. El nigeriano no fue titular, pero fue tanto o más relevante como si lo hubiera sido.

4. Un tiburón anda suelto. La expulsión de Gaku facilitó las cosas al Zaragoza -hábilmente intuida y provocada por Burgui-. El Dépor, en desventaja y con uno menos, debía atreverse, debía asaltar el área de Cristian. El impuesto a pagar, en esos casos, es alto si Luis Suárez anda suelto y Eguaras sujeta el guión del Zaragoza. Y así nació la sentencia, con el colombiano oliendo sangre, enseñando su voraz aleta de tiburón blanco a Nolaskoain tras un pase, su segunda asistencia de la tarde, solo al alcance de Eguaras, un futbolista que mejor juega cuanto mejor juega su equipo. En el partido, el navarro tocó 124 balones, dio 100 pases (91% de precisión), repartió 5 pases clave, firmó dos asistencias, marcó un gol, ganó el 50% de sus duelos, ganó 3 entradas y despejó 2 balones... En el mejor estado físico de su vida, Eguaras es nombre de imperio. 

5. La llamada de la historia. El imponente bloque que ha edificado Víctor Fernández con el paso de los días hunde sus cimientos en una cuestión que se observó en los instantes finales del partido contra el Deportivo aun cuando la victoria estaba ya encerrada bajo siete llaves: los futbolistas del Zaragoza mantenían la tensión, los ojos inyectados en sangre, el hambre de más goles, la necesidad de seguir tocando la pelota y seguir despellejando al Deportivo…. Es la llamada de la historia. Los jugadores del Real Zaragoza saben que sus nombres permanecerán grabados en la memoria del club, en sus archivos, en sus almanaques… La Primera División no les pondrá una copa en la mano, pero sí el recuerdo eterno, y el agradecimiento tras siete años de calvario. Hacer historia. A ninguno de los rivales directos del Zaragoza les mueve esa indestructible convicción y esa añorada oportunidad. 

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