Real Zaragoza

El triángulo de la fe

El Zaragoza supo reinventarse sin el dominio manifiesto del balón para obtener una victoria sufrida. Víctor reaccionó bien frente a la superioridad mostrada por su rival en la primera parte

Partido entre el Real Zaragoza y el Numancia
Cristian Álvarez volvió a ser determinante en la victoria de ayer.
Toni Galán/Oliver Duch

La geometría y el fútbol van de la mano. Y el triángulo es la figura clave. Señala la asociación entre jugadores, conecta los movimientos y define a los equipos que, como el Real Zaragoza, están diseñados para tener el balón. Los de Víctor Fernández se sienten cómodos asumiendo la iniciativa en el juego. Sin ella, las piezas no acaban de juntarse y los espacios crecen en el núcleo del juego, en un centro del campo que durante la primera parte de ayer, a excepción de los primeros 10 minutos, se vio rebasado por un Numancia que también ansia el protagonismo desde la posesión. 

El doble pivote Guti-Eguaras se vio superado por la mayor presencia de jugadores numantinos en esa zona de influencia. Los centrocampistas zaragocistas, salvo ocasiones puntuales, no lograron encontrar un tercer hombre en la salida de balón y se vieron obligados a recurrir al balón largo, con Suárez, apagado en el inicio, como solución primordial durante unos primeros 45 minutos que finalizaron con la acción de la temporada en lo que a porteros se refiere. 

La fe del de Sante Fe, de Cristian Álvarez, mantuvo el empate cuando los sorianos desplazados a La Romareda ya cantaban el gol de Higinio sobre la lluvia, y repitió antes de que se cumpliera la hora de juego frente al mismo protagonista. Para entonces, Víctor Fernández ya había convertido los triángulos a trazar en un trivote efectivo en el que Igbekeme irrumpió para regenerar al equipo y Ros, ya con el terreno de juego encharcado por la persistente lluvia, mejoró las prestaciones del citado Eguaras. 

La medular adquirió poderío y consistencia, y el Zaragoza avanzó hacia la victoria. Tan solo había que creer. Y en eso hay un futbolista único, diferencial en esta Segunda División, que se llama Luis Suárez. 

Sobre una pradera anegada e incierta, el Bisonte convirtió sus galopadas en acometidas hacia el fallo rival. Atacó las dudas de sus oponentes, y así, desde el convencimiento, robó el balón que después sirvió a Puado para el 1-0. Era el triunfo de la fe, de un jugador que no da un balón por perdido y se deja todo sobre el campo en cada partido.

Hacia el final, el bloque al completo se contagio de ese espíritu combativo que transmite el atacante hispano-colombiano. El barrizal en que quedó convertido el reborde del rectángulo de juego de La Romareda se erigió como perfecto escenario para acabar de refrendar un triunfo preñado de épica y sufrimiento. El Real Zaragoza supo ayer reinventarse sin el dominio manifiesto del balón. Los triángulos asociativos dieron paso al posicional en la medular (Ros, Guti, Igbekeme en la segunda mitad) y al integrado por sus tres principales valores ahora mismo: Cristian, Suárez y Puado.

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