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Un homenaje para Pedro

Pedro Longarón sufrió un derrame cerebral mientras animaba al Real Zaragoza en La Romareda en el partido contra el Mirandés. Falleció horas después en el hospital Miguel Servet tras 42 años de abonado

“Mis hijos y yo dejaremos un ramo de flores en su asiento de siempre, en la grada norte, en el partido contra Las Palmas. Pero lo que nos haría ilusión, y sé que a mi padre también se la hubiera hecho, es que el Real Zaragoza lo recuerde de algún modo, no sé si con un minuto de silencio o cómo. Porque abonados, por desgracia, mueren, pero en su asiento de La Romareda, viendo a su equipo del alma y con 42 años de socio en torno al número 600 de carné. ‘Aún llegaré al 1 me decía a veces...’” Habla, con una mezcla de aflicción y esperanza, Rafael Longarón. El pasado domingo, poco después de que el Mirandés marcara su segundo gol y dejara al Real Zaragoza contra las cuerdas, sintió, a su lado, que su padre ladeaba la cabeza, perdía el habla y una fuerte migraña lo oscurecía todo. Las asistencias médicas del estadio actuaron rápido. Llegó una ambulancia y lo trasladaron en estado crítico al hospital Miguel Servet, pero la suerte estaba echada en ese derrame cerebral: falleció a las 10 de la mañana del día siguiente. Su nombre era Pedro Longarón Romeo, tenía 77 años, 42 temporadas de carné de abonado y otras cuantas sin él, y una vida de jubilado como la de tantos otros zaragocistas: sus nietos y su Real Zaragoza.

Pedro había nacido en Luna, aunque echó las raíces en Montañana. Durante 40 años trabajó en la papelera del pueblo. De lunes a viernes. El fin de semana lo invadía la pasión por su equipo. “Su vida, más desde que se jubiló, era el Zaragoza. Su primer año de socio fue, curiosamente, en 1977, en Segunda División. Siempre me decía: ‘Rafa, con Arsenio Iglesias no jugábamos a nada, pero éramos muy efectivos. Así hay que ser en Segunda, solo así se sube a Primera’”, relata su hijo, fiel escudero. “Me llevó por primera vez a un partido contra la Real Sociedad, que era campeona de liga, con Arconada, Satrústegui, López Ufarte… Ojo, el Zaragoza tampoco estaba mal: Barbas, Señor, Amarilla… Supongo que como otros tantos padres, el mío sembró la semilla del zaragocismo en la familia”, añade Rafael.

De ahí en adelante, rituales de bufanda y bandera, viajes, finales, copas y títulos. Pedro no se perdía ningún día grande del Zaragoza. “Estuvimos en la final de Valencia, en la del penalti de Cedrún a Alejo, a La Cartuja de Sevilla... También fue a la del Bernabéu contra el Espanyol. Y, claro, a París, a la Recopa. Viajamos con la peña San José, con Antonio Mariñosa, que también murió hace poco y le teníamos mucho aprecio”, señala Rafael. ¿Y qué futbolista nunca olvidaba? “No hay duda: Nino Arrúa. Vio a los Magníficos, pero los Zaraguayos eras especiales para él por cómo jugaban”, responde.

Muy conocido en Montañana por su carácter afable y divertido, Pedro fue uno de los impulsores de la peña zaragocista que se fundó en abril, con Dani Lasure como invitado de honor. “Le hacía mucha ilusión tener una en el pueblo. Luego, los sábados o domingos íbamos a La Romareda. Solo se perdía algún partido tarde en invierno, porque le daba pereza el frío y había pasado por dos operaciones. Pero ahora estaba bien, se cuidaba, paseaba con mi madre, nadie podía esperar lo que pasó el otro día”. Rafael pausa la conversación y la retoma: “Fuimos el domingo al partido del Mirandés con mucha ilusión. Mi hijo mayor sufre una larga enfermedad y el viernes nos habían dicho que todo iba muy bien. El ‘abuelo’, como lo llamábamos, estaba muy contento, pero mira...”

Roberto Fontanarrosa, escritor y artista argentino, escribió un cuento, el más celebre de los suyos, en el que narra el secuestro de un viejo aficionado, el Viejo Casale, por parte de uno jóvenes que lo consideraban un amuleto de Rosario Central. El relato, ‘19 de diciembre de 1971’, desemboca en la muerte del hombre por emoción, incapaz de resistir la euforia de un gol ganador de un derbi contra Newell's Old Boys. Morir en la grada de tu estadio, viendo a tu equipo, degustando su victoria… Pero el caso de Pedro nos muestra una realidad más prosaica e infortunado. “Mi padre vivía los partidos muy tranquilo. No se alteraba. Lo vivía mucho y le gustaba mucho, pero no se exaltaba. Todo lo contrario que yo. Él era quien me decía que me pasaría algo alguna vez y trataba de serenarme”, cuenta Rafael. “Murió viendo a su equipo, pero lo que más me duele es que se fuera viendo al Zaragoza perder 0-2 contra el Mirandés en Segunda. Que eso fuese lo último que viera. Muchas veces me decía que no vería más al Zaragoza en Primera y así ha sido. Tenía mucha ilusión esta temporada y le gustaba mucho Luis Suárez. Decía que era una ‘máquina’”, explica Rafael.

Ahora, la familia desea un detalle, un homenaje en el campo donde tanto vivió y en el que murió Pedro. “El Zaragoza se ha portado muy bien. Nos visitó al hospital, se han preocupado de todo y Cristian Lapetra nos ha mandado una carta de condolencias. Lo que más nos gustaría es un minuto de silencio o algún tipo de recuerdo”, indica su hijo. El Zaragoza considera complicado el minuto de silencio, pero estudia otros modos de reconocimiento a Pedro. Un fiel zaragocista que falleció en su templo.

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