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Cristian Álvarez echa raíces

Desde hace una década, el Real Zaragoza no contaba con un portero de su continuidad y constancia en el puesto. El portero argentino ha renovado automáticamente hasta 2021, convertido ya en un icono del equipo.

Cristian Álvarez, durante unos ejercicios en la Ciudad Deportiva.
Cristian Álvarez, durante unos ejercicios en la Ciudad Deportiva.
Aránzazu Navarro

Leo Franco, Whalley, Bono, Pablo Alcolea, Manu Herrera, Irureta, Álvaro Ratón, Saja… La inestabilidad presidió la portería del Real Zaragoza hasta la llegada de Cristian Álvarez en verano de 2017. Basta con asomarse a algunos de los nombres de esa noria de guardametas durante el actual ciclo de siete temporadas en Segunda del club aragonés -¿recuerdan al Gato de Berriatúa?- para tomar una verdadera dimensión de lo que fue el puesto durante cuatro campañas y lo que es ahora. La reciente renovación de Cristian Álvarez es la constatación de la regularidad, personificada en un portero que llegó de puntillas al club y ha roto uno de los dogmas históricos del Real Zaragoza: la agitación incesante en el arco de La Romareda, donde muy pocos echaron raíces sólidas y se adueñaron de la posición con una destacable continuidad.

Cristian Álvarez ha prolongado su contrato hasta junio de 2021 y lo ha hecho, sin ir más lejos, porque se ha afianzado en su puesto. Ha estirado su vinculación porque ha jugado, cumpliendo, con rendimiento y constancia, los diferentes clausulados por objetivos de sus contratos. Primero, renovó automáticamente hasta 2020 porque jugó 25 partidos oficiales en el curso 18-19. Aquel contrato se ampliaría y se mejoraría solo unos meses después con la firma de uno nuevo con vencimiento en junio de 2020 y prorrogable un años más en función de objetivos.

Hasta que, esta semana, Cristian ha rebasado la barrera de los 50 partidos oficiales en dos temporadas y su contrato se ha extendido hasta el 31 de junio de 2021. Desde su llegada, el guardameta argentino suma 90 partidos oficiales con el Real Zaragoza. Prácticamente dos temporadas completas como titular y ahora va camino de la tercera consecutiva. Puede decirse que desde la etapa de los ‘Césares’, de César Láinez, titular irrebatible entre 2001 y 2004, y desde César Sánchez, fijo entre 2005 y 2008, el Zaragoza no tenía un portero con la continuidad de Cristian. Si acaso, Roberto Jiménez gozó de un estatus, al menos, tan indiscutible, pero debido a su marcha al Benfica lo hizo sin enlazar más de dos temporadas seguidas.

Esta solidez de Cristian en su puesto contrasta con la convulsión previa a su fichaje. En la actual etapa en Segunda, la búsqueda de un dueño de la portería representó para los diferentes directores deportivos del Real Zaragoza una misión nunca completada. Hasta Cristian, la portería aragonesa estaba expuesta a continuos calambrazos. Ningún guardameta había empezado y terminado la temporada. Se habían producido nueve cambios en la parcela, nueve cambios por motivos técnicos. Una agitación inusual, preocupante y reveladora en un equipo que tenía en la portería un foco de severos problemas, de sacudidas permanentes. En poco más de cuatro temporadas, el equipo aragonés tuvo nueve guardametas diferentes (ocho en poco más de tres campañas): Leo Franco, Whalley, Bono, Alcolea, Manu Herrera, Irureta, Álvaro Ratón, Saja y Cristian Álvarez. Una elocuente inestabilidad. Los cambios en la portería por razones técnicas o tácticas habían sido una constante en el ecosistema del Zaragoza especialmente en las cuatro primeras temporadas tras el descenso. Más allá de variaciones forzosas, por lesiones puntuales, sanciones o compromisos internacionales (Marruecos acostumbró a citar a Bono, por ejemplo), en ese tiempo, la portería aragonesa había sufrido las tensiones propias de los rendimientos dudosos, las curvas de forma, las preferencias de estilo o características de los entrenadores de turno. O las presiones de la crítica.

El camino hacia Cristian

Popovic sentó a Whalley primero, y a Bono y Alcolea después en la 2014-2015. Fue el primer año atípico en el puesto, tras una temporada en la que Leo Franco acaparó la titularidad de punta a punta, exceptuando las dos jornadas finales en las que Víctor Muñoz gratificó a Whalley. El canterano arrancó la campaña siguiente con el técnico aragonés, pero su deficiente papel movió a Popovic al cambio. Bono fue la alternativa, hasta que en la jornada 27, en Vitoria, una lesión del internacional marroquí impulsó a Alcolea, que había comenzado como tercer portero en el reparto de jerarquías. Este fue un relevo por lesión, pero con mucho de decisión técnica: Popovic ya pensaba en darle un nuevo giro al arco.

De hecho Alcolea siguió algún partido más con Bono ya recuperado. La temporada, con la promoción incluida salvo en la ida de la eliminatoria contra el Girona -aquel desliz de Whalley en La Romareda cuando el marroquí estaba con su selección-, la cerró Bono . Su estatus se mantuvo al comienzo del curso siguiente, hasta que Lluís Carreras le entregó la portería a Manu Herrera por cuestiones tácticas (superior juego de pies para digerir mejor las salida de balón que exigía el estilo del entrenador). El ‘sorpasso’ se produjo en la jornada 26, en Almería. De ahí al drama de Palamós, el veterano futbolista fue el guardián de la portería.

Después, la posición aún se alborotó más. Milla, Agné y Láinez cruzaron en la portería a Irureta, Ratón y Saja, sacándolos y metiéndolos del equipo con una ligereza tal que resume y constata los problemas que sufrió el equipo en la posición durante esa temporada. Hasta cuatro cambios por motivos técnicos agitaron el curso. Irureta inició de titular hasta que su serial de errores condujeron implacablemente a Milla hacia Ratón justo antes de su despido. Agné rescató al vasco, antes de que en enero se fichara a Saja, quien no tardó en asaltar la portería. Su paso fue breve: cinco jornadas. César Láinez no tardó en devolver a Ratón al sitio.

Ya con Natxo González en el banquillo y Cristian Álvarez en la plantilla, Ratón se mantuvo en las primeras jornadas debido al plan especial de puesta a punto que necesitó el argentino tras su fichaje procedente de varios meses de inactividad. Pero el técnico vitoriano metió al argentino tan pronto como pudo: ya nada ni nadie le ha desalojado de la titularidad, salvo por puntuales razones forzosas (lesiones o tarjetas).

Así, Cristian, desde que Lalo Arantegui se propuso sacarlo de su retiro en la montaña y de su olvido del fútbol, comenzó a construirse su camino del héroe en el Real Zaragoza, aglutinando un consenso en torno a su imperturbable figura como hace años no se recuerda. Diez años ha tardado el Zaragoza en tener ‘su’ portero. Un Cristian Álvarez que va más allá de los milagros cotidianos, especializado en negarle penaltis al lanzador rival con sus ritos particulares. Cristian ha desarrollado una asombrosa influencia dentro del funcionamiento del equipo. Posee un liderazgo especial, una personalidad singular, domina su oficio… Es buen portero, para mucho y bien… Pero, por encima de todo eso, de sus acciones y de los datos, sobresale su incidencia en el juego. Cristian tiene muchas de las cosas que tienen otros porteros, pero algo que tienen pocos: para cuando una parada más valor tiene. Cambia los partidos. No es un portero que pare mucho, sino que para cuando tiene que parar.

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