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Un futbolista serbio, un entrenador español

Djukic destacó como líbero del Deportivo y del Valencia antes del salto al banquillo. Como técnico, firmó su gran obra en el Valladolid: los ascendió y lo sujetó en Primera.

Djukic en su anterior etapa como entrenador del Valencia
Djukic en su etapa como entrenador del Valencia.

Miroslav Djukic (Sabac, Serbia, 1966) ingresó en la historia del fútbol español como símbolo trágico del Superdépor con aquel penalti que lanzó por la ventana todo un título de liga que ya se celebraba en La Coruña en el último suspiro. Seis temporadas jugó el serbio en aquel equipo de Arsnio Iglesias que desafió el duopolio de Real Madrid y Barcelona, más de un lustro en el que se definió como un líbero de aires clásicos, elegante, atrevido con la pelota, pero a su vez flemático y tranquilo. Hizo carrera en España, donde ganaría la liga con el Valencia y perdería dos finales de Copa de Europa, antes de enterrar las botas en Tenerife y decidirse a meter la cabeza en la rueda de los entrenadores.

Un mercado en el que ahora, algo más de una década después de su debut como técnico, ha perdido pie, tras un tiempo de cuatro años alejado de los banquillos españoles y unas irregulares últimas experiencias en Dubái (Al-Shabab Al Arabi) y su país (Partizan). Aunque serbio, con ese gen competitivo y temperamental tan propio de la vieja escuela Yugoslava, Djukic siempre se ha considerado un entrenador de cuño español, porque aquí es donde recibió las principales lecciones y se empapó de una cultura de juego.

Admirador de Boskov, tiene en Rafa Benítez, Héctor Cúper o Arsenio Iglesias a sus principales ascendentes. Sin embargo, su filosofía de fútbol nunca se alineó con ellos. Después de trabajar entre 2006 y 2008 en su país, con la selección sub-21 y absoluta y en el Partizan, y de un paso fugaz por el Mouscron belga, Djukic se estrenó en España con el Hércules, antes de aterrizar en 2011 en el Valladolid. En Pucela, dejó las mejores notas de su historial como técnico: ascendió a la primera a un equipo azotado por un concurso de acreedores y los mantuvo en Primera con una plantilla humilde y exigua.

Aquel Valladolid expresó el modelo de Djukic como no harían luego el Valencia o el Córdoba, al que no pudo salvar del descenso en 2015, su última etapa en España. Su Valladolid se distinguió por su juego atrevido, dominante, de trazos asociativos, largos laterales, centrales con sentido creativo y extremos a pierna cambiada (Omar y Ebert). El exzaragocista Óscar González y el mediocentro Víctor Pérez representaban los dos polos magnéticos de su juego. Un estilo basado en la creación de superioridades posicionales en zonas interiores y en la posesión defensiva: el Valladolid, durante ese curso de fútbol atractivo, se ganó el derecho a revelación de la liga.

Ese buen papel le abrió la puerta del Valencia, donde apenas duró un cuarto de temporada, incapaz de que una plantilla de mayor tamaño en calidad, cantidad, egos y prestigio aceptara su metodología y su mensaje. A la temporada siguiente (2014-2015), le contrató el Córdoba en otoño como relevo del Chapi Ferrer. Llegó a sacarlo de posiciones de descenso, pero una nueva mala racha, ya en la segunda vuelta, le liquidó. Djukic suele apostar por el 4-2-3-1 como sistema de cabecera, aunque con los extremos con comportamiento interior, y también por el 4-4-2.

En los últimos meses, se le ha relacionado con el Deportivo, después del despido de Natxo González, con el Málaga, en las horas posteriores a la destitución de Muñiz... Su nombre, de alguna forma, busca sitio de nuevo en la rueda del fútbol español.

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