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El Real Zaragoza y la conveniencia de acongojarse

El peligro de descenso a Segunda B, de tener un final infeliz dentro de 31 días, es una realidad. Solo Víctor Fernández parece tener en cuenta este riesgo. Eludir el problema no facilita la solución.

Víctor Fernández resopla durante el entrenamiento del Real Zaragoza en la Ciudad Deportiva.
Víctor Fernández resopla durante el entrenamiento del Real Zaragoza en la Ciudad Deportiva.
Oliver Duch

El Real Zaragoza camina sobre la cornisa, con la vista algo nublada y con un abismo de kilómetros de caída al lado malo, el del vacío. Y, sin embargo, hace un tiempo que parece, da la sensación, de que en muchos flancos de su día a día no se le da la importancia que requiere a semejante riesgo, a tan peligroso final hipotético, cual sería caerse finalmente al precipicio. Es como si muchos no quisieran considerar tal hipótesis. Como si ese deambular por el rafe, por el límite del alero, fuese algo coyuntural que va a acabar solucionándose positivamente por la divina providencia, porque sí, porque nosotros lo valemos (modo anuncio de laca o crema cosmética).

Y, cuando ya solo faltan 31 días para que la liga concluya, cuando se acerca el día del juicio final de la temporada 2018-19, la verdad es que da respeto la mera consideración de que el Real Zaragoza se acabe despeñando. Y números, boletos, lleva en el bolsillo para que eso suceda. Su parte alícuota en la subasta donde se hallan metidos otros, casos del Lugo, Numancia, Majadahonda, Tenerife, Extremadura y Las Palmas. Uno de estos siete se va a ir al gua el segundo fin de semana de junio, en unas pocas fechas. Uno caerá con total seguridad. 

Resulta que, al acabar el partido del pasado sábado en La Romareda, con derrota dolorosa del Real Zaragoza por 0-1 ante el Deportivo de La Coruña, se pudo escuchar, por ejemplo, a Alberto Guitián en la zona mixta. Y el central zaragocista vino a tratar tan serio patinazo, en un momento de sus declaraciones, con un "a seguir mejorando" que retumbó como un trueno en el cerebro de muchos receptores. 

¿A seguir mejorando? ¿Cuando faltan 5 jornadas y la vida está en juego? ¿Cuando han pasado 9 meses de competición y el Real Zaragoza no ha sido capaz de salir del barullo del fondo de la clasificación con solvencia en ningún momento? ¿Esa es la postura de cara a la final del sábado que viene en Almendralejo ante el Extremadura? ¿Un "a seguir mejorando" y ya está?

Dijo también Guitián que "el equipo ya ha demostrado que puede ganar en cualquier campo". Sorprendente. Impactante. El central blanquillo introdujo este latiguillo como resorte moral de cara a lo que aguarda en la pequeña localidad extremeña en poco más de 72 horas. Pero es que eso no toca. Y, además, no es cierto. El Real Zaragoza de este año no ha sabido ganar en cualquier campo. Ni siquiera en el suyo, que es lo fundamental. No ganó en Pamplona. Ni en Granada. Ni en Albacete. Ni en Mallorca. Ni en Cádiz. Ni el La Coruña. Los seis de cabeza a fecha de hoy. Ni en Almería. Ni el Alcorcón. Ni en Elche. Ni en Las Palmas. Ni en Majadahonda. Ni en Soria. Otro sexteto de dispares adversarios, de zona media o baja. Ni tampoco ganó en Reus, el expulsado de la liga en enero. 

Solo ha vencido en los campos de los tres que ahora cierran la tabla, los defenestrados Nástic de Tarragona y Córdoba, además del Lugo. Y, lo más 'brillante' del curso que concluye llegó en tierras astures, en Oviedo y Gijón, dos equipos de zona media. Es un caminar plano, sin lujos de ningún tipo, sin un solo éxito extraordinario.

Estos ejemplos orales recientes, tomados a voleo (puestos en bandeja por el emisor), sirven como verbigracia de lo que se echa en falta a estas avanzadas alturas del torneo en el que, el Real Zaragoza más pobre en resultados desde hace más de 70 años, puede estar a menos de un mes de rubricar una de las catástrofes más severas de su larga vida: un descenso a Segunda B. Sí. Nómbrese. Dígase en alto. Valórese como opción posible. Téngase en cuenta, por favor. Considérese de veras. No pasa nada. No es pecado. Ni anatema. Ni motivo de excomunión blanquilla.  

Al contrario. Dice el adagio que "el miedo guarda la viña". Aplíquese esta medicina. Es eficaz. Un tratamiento inverso, donde predomine la frivolidad, el esconder la cabeza debajo del ala para no ver lo que acontece -cual avestruz-, no solo no ayuda a resolver el entuerto, sino que puede derivar en una visión distorsionada del inconveniente que concluya fatalmente. O sea, justo lo contrario de lo que se pretende y se necesita imperiosamente, que es salir del infierno. 

El Real Zaragoza, ante lo que resta de liga, ese repóquer de partidos ante Extremadura, Sporting de Gijón, Málaga, Numancia y Tenerife, necesita acongojarse. Seriamente. Darse cuenta de dónde está y de dónde debe salir con urgencia y pulso firme. La sensación de miedo es natural en el ser humano. Incluso el pánico. De valientes y, mucho más, de inconscientes, están los cementerios llenos.

En tiempos de zozobra, los machotes sobran al volante de las operaciones. Hacen falta actitudes inteligentes, sensatas, realistas, consecuentes. No conductas que tiendan a eludir el chandrío que pueda avecinarse si no se da con la clave para salir del laberinto. Los narcóticos alivian, pero no solucionan. Evaden la mente, pero carecen de efectos contundentes para atajar la enfermedad. Calman y relajan puntualmente, pero no disuelven el mal. 

Así que, por el bien general, acojónense un poco. Tomen la verdadera dimensión de lo que hay en juego. Asuman la grandeza del lío en el que el Real Zaragoza está metido en la clasificación en este esprint final de la liga 2018-19 y, por lo que más quieran, traten de evitar lo peor. El peligro de descenso a Segunda B existe. Está ahí. Que esta pesadilla de año pueda tener un final infeliz dentro de 31 días, es una posibilidad nada descabellada. Ahí dentro, solo Víctor Fernández parece tener en cuenta este riesgo. Desde que llegó. Con el vibrato activado semana a semana, incluso en los hitos en los que se ha respirado después de las contadas victorias que han llegado bajo su mando desde diciembre.

Nunca como ahora el Real Zaragoza ha tenido ante sí un final de liga tan exigente y problemático. Hace dos años, cuando César Láinez hizo de Fernández y firmó la salvación en la penúltima jornada en Gerona (aquel 0-0 para la historia por su formato), fue lo más parecido que se ha vivido. Y, ciertamente, el asunto del miedo fue entonces más natural. Se palpó con un énfasis más propio del episodio.

Esta vez, por causas diversas, hay una tendencia sintética a rebajar el halo nocivo que porta el Real Zaragoza en su día a día deportivo. Para salvar traseros, para limar responsabilidades futbolísticas, para atenuar un envoltorio crítico que indefectiblemente acabará salpicando a quien deba. Pero eso no ayuda al asunto mayor en juego, que es, hoy en día, salvar la categoría y poder seguir participando en Segunda División el año que viene. Eludir el problema no facilita la solución. Y el problema es gordo. 

Por eso, no sirve un "a seguir mejorando". Ni lanzar al aire una falsedad como que "este equipo ha demostrado que es capaz de ganar en cualquier campo". Lo necesario es acudir a Almendralejo sabiendo que una derrota allí es sinónimo de agonía. Y que no vencer al Sporting días después en La Romareda supondrá un alto grado de cianosis en el Real Zaragoza ante las tres últimas jornadas que restarán.  

Un poco de miedo, por favor. Unas gotas de congoja. Dense cuenta de lo que hay y pongan los medios para dar soluciones al contratiempo. Con contundencia. Con franqueza. Con narices y bemoles. Aunque haya piezas del engranaje que queden al descubierto por ello. No pasa nada. El destino no los va a maquillar, suceda lo que suceda en 30 días. 

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