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VF: la rueda de recambio nunca es culpable del pinchazo o el reventón

Señalar a Víctor Fernández, a estas alturas de la temporada 2018-19, como responsable de la marcha del Real Zaragoza y obviar a otros sujetos es, como mínimo, sospechoso.

Víctor Fernández grita con desazón en la banda de La Romareda, en el reciente partido del Real Zaragoza ante el Alcorcón de este domingo (0-2).
Víctor Fernández grita con desazón en la banda de La Romareda, en el reciente partido del Real Zaragoza ante el Alcorcón de este domingo (0-2).
Guillermo Mestre

Que el Real Zaragoza sea ahora el 17º clasificado de Segunda División con 38 puntos; que esté con solo 2 de distancia sobre el descenso a Segunda B, cota que marca el Extremadura dos escalones más abajo (el 19º) con 36; que su temporada, que ya concluye en 50 días, sea la peor de la historia desde hace más de 7 décadas; que solo haya ganado 9 partidos de 34 disputados; que vaya a llegar al final del torneo apurado como nunca para no caerse del fútbol profesional y entrar, si eso sucediera, en un estado cianótico; que su fútbol y el rendimiento de su plantilla sea de permanente déficit de calidad y solvencia en cuestiones mollares partido a partido; que de tantas y tantas cosas perniciosas que vienen sucediendo en el equipo zaragocista en la mayor parte de sus duelos ligueros desde agosto... haya alguien que piense que puede cargar sobre los lomos de Víctor Fernández (VF) el rol de responsable civil subsidiario final de un episodio tan largo y pesado es, como poco, sospechoso

Víctor Fernández llegó aquí de tercer plato. O sea, el pescado en una comida fuerte, o el postre en una más frugal. Es decir, cuando la lifara de este curso 2018-19 estaba ya bien avanzada. Aceptó una herencia envenenada que había acabado con dos catadores anteriormente: Imanol Idiakez, que debería haber sido el padre putativo de la criatura engendrada y parida por Gonzalo Arantegui y José Mari Barba en el área deportiva, y Lucas Alcaraz, que fue designado tutor legal de la criatura en segunda instancia cuando los padres biológicos de este equipo consideraron que el elegido para regir, educar y administrar los bienes de su engendro no daba la talla, no se ajustaba a sus premisas mínimas de convenio.

Ni uno ni otro, ni Idiakez ni Alcaraz, por diferentes causas, hicieron del proyecto de ascenso a Primera algo ligeramente parecido a lo que se presumía. Uno duró 10 jornadas, el otro 8. Las cualidades del plantel de los hacedores los capolaron. Al primero, por desobediente y librepensador, por anti rombista, por rebelde con causa. Al segundo, por su imposibilidad manifiesta para sintonizar las frecuencias herzianas del equipo, que en buena parte de sus componentes aún no había hecho la digestión del despido de Idiakez, con el que estaban engranados desde el verano en buena comandita.

"Lo de Imanol... nos dio una buena hostia el que fuera destituido después de haber empezado bien la temporada. Sabíamos que estaba en la cuerda floja, pero nos sorprendió su cese", dijo Íñigo Eguaras textualmente en una entrevista reciente en Aragón Radio.

"Y luego ya vimos lo que ocurrió cuando vino Lucas... que el equipo perdió toda su identidad", apostilló el centrocampista navarro en uno de esos escasos compartimentos estancos que los futbolistas tienen durante el año fuera de las constreñidas ruedas de prensa rutinarias. 

En 4 meses de liga, el Real Zaragoza acabó despeñado al puesto 20º, antepenúltimo, con 2 puntos por debajo del nivel de supervivencia, en pleno montacargas de descenso al infierno de Segunda B.

Y, en mitad de ese aquelarre futbolístico, donde desde el paritorio del equipo se señalaba a la luna como culpable de todos los males (algunos miraban el dedo y no al astro, conducta definitoria siempre por sí sola), ya era síntoma de connivencias anómalas que se triturase por sistema a los entrenadores y nada se dijera de cuestiones tan singulares como las de Jeison Medina; Giorgi Papunashvili (aún vigente e inconclusa); Toquero; los invitados a irse pero que al final se quedaron a contrapelo Perone y Buff; Verdasca como mediocentro organizador ante el no fichaje de un sustituto de los pubálgicos Eguaras y Guti; el trato ponzoñoso a Raí Nascimento; la insistencia con Marc Gual por activa, pasiva y perifrástica... o sea, media plantilla inmersa en situaciones no ordinarias por hache o por be.

Pues bien, ahí, el día de la Lotería, nada más callarse en seco los Niños de San Ildefonso el 22 de diciembre, apareció Víctor Fernández en el guión de esta película. Como él se encargó de decir públicamente, "colocado aquí por el Universo". Y, también, "un enviado". El veterano técnico aragonés fue reclutado en su residencia gallega de Sanjenjo (Sanxenxo para quienes, como él, utilizan el idioma local para nombrar la villa pontevedresa) para iniciar, como misión especial, a modo de reservista espiritual del occidente zaragocista, su tercera etapa en el banquillo del Real Zaragoza

Desde ahí parte su encomienda y hasta aquí, pocas horas después de haber caído 0-2 ante el Alcorcón en La Romareda, ha llegado por ahora su trabajo de restauración de cimientos básicos de un equipo reventado y carente de infinidad de piezas básicas para ser competitivo; su labor de reanimación de un muerto devorado en gran parte como el hijo de Saturno, por la gestión de sus propios padres; su aportación como mascarón de proa bonito, vestigio de los viejos buenos tiempos que tanto se tiende a recordar por estos lares en la última década para olvidar semejante presente, que ejerce de pater familias ante jugadores que no eran ni proyecto de zigoto cuando se levantó la Recopa de Europa en París.

En otros 4 meses, el mismo tiempo que estuvieron sus dos antecesores en la silla eléctrica del banquillo zaragocista, Víctor ha hecho encaje de bolillos con el material del que dispone. Orfebrería de lupa y flexo. Incrustaciones de taracea con piezas limitadas en número y sustancia futbolística. Y, con ello, la resurrección, en la medida en que es posible, de un grupo futbolístico que, como dijo Eguaras en Aragón Radio la semana pasada, "con él recobró la ilusión, recibió confianza y logró mejorar sus prestaciones"

Este largometraje, que ya emboca sus últimos minutos camino de su desenlace, está pendiente del colofón definitivo. El Real Zaragoza salió del pozo cuando llegó Fernández; aceleró un poco su marcha en los primeros trasteos del viejo profesor; y alcanzó un punto de confort que, con el paso del tiempo, se ha ido deteriorando de nuevo hasta posicionarse otra vez al borde del peligro mortal. La vaca no da más leche. La ordeñe el padre, el hijo mayor o el aprendiz adolescente. 

Si de todo este argumentario, que podría desplegarse en decenas de ramificaciones desde diversos puntos de su discurrir hasta hacerse un 'best seller' tamaño tocho, alguien colige que Víctor Fernández es el culpable de lo que está sudeciéndole al Real Zaragoza este año, en inevitable advertir cierto desahogo, unas gotas de descaro, un sostén de parcialidad peculiar, un fondo de perillán llamativo.

De Fernández, por ser viejo conocido, por tener más conchas que un peregrino en su historial zaragocista, por haber vivido tiempos de larga duración en su actual puesto, en la juventud y en su primera madurez (sus dos primeras etapas), por haber atravesado pasajes de éxito mayúsculo, trufados con otros anodinos y otros más de fracasos (sus dos destituciones, en su día, lo fueron inequívocamente), se pueden hallar miles de pros y contras como entrenador del Real Zaragoza. Miles. Pero en esta tercera fase de su vida blanquilla, camino de hacerse sexagenario en un santiamén, por ahora no es de rigor ponerle mochila alguna de dolo, de engaño, de fraude en su labor diaria al frente de este Real Zaragoza, que muestra al mundo su número de bastidor bien claro, en el que se ve la matriz de fabricación y su 'copyright', su 'made in', con nombres y apellidos. Y caras. Y ahí no aparece la suya, pues vino con el festival ya a mitad.

Simplemente, la rueda de repuesto, y más si es ya la segunda después del pinchazo de la original y del reventón de la del primer recambio, jamás puede ser la culpable de tal avería. Habrá que buscar el clavo, el tornillo, el cristal, el bordillazo. Todo junto, seguramente, ante el tamaño del estropicio. Y no emprenderla a patadas con la pobre llanta y el endurecizo neumático que va a servir como recurso último, de emergencia máxima, para poder terminar el viaje, mal que bien, y no quedarse tirado en una cuneta (Dios lo quiera). 

Cuando se aprecian análisis de la situación actual del equipo tan particulares, donde el olvido y el requiebro despistado en una mirada al estrato superior aparece como estrategia evidente, es fácil que vengan a la cabeza Quevedo, su buscón, el Lazarillo de Tormes, aquel granuja, el bergante del botijo... tipos que se libraron de vivir situaciones como esta del presente zaragocista porque, en el siglo XVII, el fútbol aún no lo habían puesto en marcha los ingleses. Si no, nadie dude que Don Pablos el vagamundo habría caído por Zaragoza en cualquier momento. Y Lázaro de mano derecha. 

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