El partido del miedo

Rayo Vallecano y Real Zaragoza se mostraron excesivos respetos y el resultado fue un duelo en el aire, pendiente de un detalle o error. Y el fallo clave lo tuvo el equipo aragonés.

Borja Iglesias presiona al portero Alberto García en el Rayo Vallecano-Zaragoza disputado este domingo en Madrid.
Borja Iglesias presiona al portero Alberto García en el Rayo Vallecano-Zaragoza disputado este domingo en Madrid.
Enrique Cidoncha

Hay situaciones que cuesta tanto conseguir, tantos apuros y esfuerzos, que, llegado un momento, nunca se quieren perder. Sucede en el fútbol y en la vida. Surgen los temores, la cautela y las reservas. Al Zaragoza le ocurrió algo parecido en Vallecas. Ha sudado sangre en su trayectoria hacia la batalla del ascenso, se ha ganado el derecho de aspirante y su segunda vuelta presenta unos números imponentes en la categoría. Todo eso se convirtió en una elevada carga en Madrid.

Al Zaragoza le pesó más lo que podía perder que lo tenía por ganar, en una ocasión perfecta, contra el rival ideal, para alimentar la llama del ascenso directo. Al Rayo Vallecano le pasó algo parecido. También se exponía a perder mucho. Tenía ventaja en la clasificación, ocupando una de las dos plazas de privilegio. Aún tenía mucho más que perder. Por eso, el encuentro se construyó sobre una fórmula densa, lenta y obtusa, como si ambos equipos quisieran que pasaran pocas cosas, el reloj corriera a toda prisa y la cita se fuera evaporando entre un fútbol lánguido y de bajas revoluciones. Un modo de nadar y guardar la ropa.

En lo que se aventuraba como una lucha de titanes, Real Zaragoza y Rayo Vallecano se mostraron excesivos respetos. Optaron por minimizar los riesgos, calcular cada paso y cada acción y extremar las precauciones. En dos conjuntos movidos por los hilos del fútbol ofensivo, de buenos ataques, incisivos y valerosos, se impusieron otro tipo de tramas tácticas. Zaragoza y Rayo Vallecano acentuaron el orden, la seguridad defensiva y la corrección sin la pelota. Cuando esto sucede, los partidos se tornan plomizos y grises, tal y como fue la primera mitad: el juego bloqueado por esa actitud precavida y el bajo ritmo del fútbol. El ánimo conservador de ambos conjuntos se adueñó del relato hasta el descanso. Se jugó con tanto temor que la pelota apenas avanzaba a los ataques, atrapada en pérdidas sencillas, pases incompletos y una ida y vuelta de errores.

Cuando un partido se juega con estas coordenadas, su desenlace queda suspendido en el aire, pendiente de cualquier detalle: un balón parado, una acción aislada, una inspiración puntual, un accidente defensivo… Y esto sucedió: lo sufrió el Zaragoza.

Lo que estaba siendo un ejercicio defensivo ejemplar contra el mejor ataque de la liga se desmoronó con dos fallos que penalizaron de forma determinante al equipo aragonés y resolvió el partido hacia el lado del Rayo Vallecano. Un desliz de Alberto Benito y un pecado letal de Mikel González en la salida de un balón condenaron al Zaragoza. Había tenido bien controlado al Rayo, salvo un par de fogonazos eventuales, del mismo modo que les había controlado a ellos el Rayo. Ninguno de los dos conjunto intimidaba. Ninguno parecía superior al otro. Pero el error –los dos errores– los cometió el Real Zaragoza. Y enfrente estaba el Rayo Vallecano. Gente como De Tomás, Trejo o Embarba no hacen prisioneros. Si la tienen, la tienen de verdad.

En cierto modo, durante 62 minutos, hasta el golazo de De Tomás, el partido siguió el curso que había pintado Natxo González en el mapa de operaciones. Un partido largo, de poco contenido, encerrado en el centro del campo… Que el segundero fuera consumiéndose… Y, en el tramo final, quizá, remover piezas e intenciones. Porque Natxo González, desde la alineación, enfocó a su equipo hacia eso.

La elección de los futbolistas del rombo llenó al Zaragoza de centrocampistas, pero ninguno de ellos –más allá del rango de pase de Eguaras– capaz de conectar con Borja Iglesias o Pombo. Guti es un centrocampista de libro, pero no es un mediapunta. Y fue ahí, donde Natxo, en cierto modo, desnaturalizó al Zaragoza. El equipo aragonés no tuvo capacidad de transición: si Febas, Buff o Papunashvili habían sido cruciales en varios de los partidos previos –especialmente fuera de casa–, lo habían sido por su forma de activar los ataques.

Sin embargo, Natxo González quiso jugar a otra cosa contra el Rayo Vallecano. El plan pudo haberle salido redondo, pero hay situaciones incontrolables. Al final del partido, de hecho, el Zaragoza recuperó parte de su esencia cuando entraron al campo Febas y Papunashvili. Le dieron vida al equipo, le reanimaron y le estiraron.

Con ellos, el Real Zaragoza volvió a latir en los espacios intermedios y en la zona de la mediapunta. Así marcó su gol, de un tiro envenenado de Papunashvili, un futbolista que está llamando a la puerta de Pombo. Ya son varios encuentros en los que el georgiano, cuando tiene la ocasión, suma detalles de calidad.

La liga, con unos o con otros, sigue para el Zaragoza. En Vallecas se le escapó un tren, pero sigue subido en otro que lleva al mismo puerto. Ese no lo puede perder.

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