La prueba del Cádiz

El Real Zaragoza recibe esta noche a los gaditanos, que han pasado de estar en crisis a optar por el ascenso directo. Natxo no agitará el equipo después del vital triunfo conseguido en Gijón.

Dictan los clásicos del fútbol que después de haber ganado el Real Zaragoza en el estadio de El Molinón a su titular, el Sporting de Gijón, aquí y ahora debería soplar el aire del optimismo, la confianza de quien de alguna manera se sabe capaz de ganar incluso en los momentos más exigentes. Pero de aquellos dictados más o menos comunes y generalmente aceptados ya no se fía nadie. El zaragocismo anda escarmentado, porque este equipo anunció unas cosas a principios de temporada y todavía no ha cumplido con esas promesas y porque la Segunda ha dado unas cuantas lecciones en carne propia, a fuerza de estar atrapado en este territorio prosaico.

Qué pueda pasar esta noche en el encuentro contra el Cádiz supone adentrarse en el terreno de los acertijos, en un espacio resbaladizo y en absoluto firme. No sólo se trata de que el fútbol resulta a veces caprichoso y en otras insondable, sino de que el Real Zaragoza, seguramente, aún vive en los empeños de encontrarse a sí mismo. Partió –es verdad– con un ideario y unos criterios definidos; pero no los ha podido consolidar.

Si los equipos de Natxo González se caracterizaban por no encajar goles, éste no es el caso. Si Natxo sabía rentabilizar los tantos anotados, tampoco eso sucede ahora. En el gobierno del Real Zaragoza, el entrenador vitoriano está ante una nueva experiencia, en la que pudo adivinar terrenos de gloria y en la que también ha visto las orejas al lobo. Metidos en el mes de diciembre, el conjunto aragonés parece que quiere consolidar un arquetipo futbolístico por el método de la repetición de una misma alineación. Quizá sea la fórmula, el camino. No se prevén, por tanto, variaciones en este sentido.

Hasta hace poco, era otra la intención: predominaba una propuesta futbolista concreta sobre las individualidades. A Naxto parecían no importarle los nombres propios, hechas, quizá, las excepciones de Borja Iglesias y Alberto Zapater. Cualquiera podía entrar o salir del equipo. De estar sobre el césped sudando la camiseta en un determinado partido se podía pasar, a la semana siguiente, como solución de continuidad, a no entrar en la convocatoria y a ver el encuentro desde la grada.

Esta metodología incluso gozó de cierto favor de la crítica. Estiraba la plantilla, daba protagonismo a todos los componentes de la misma y, sobre todo, fijaba una filosofía de fondo, por encima de las circunstancias: victorias, derrotas, estados de forma, lesiones, sanciones.... Sin embargo, la erosión que provocó la falta de resultados suficientes en el mes de noviembre hizo mella en este cuerpo doctrinal. Gijón casi fue una final.

Entonces, aunque nadie lo diga abiertamente, se salvó un ‘match ball’. Ahora es momento de dar mayor valor a aquel triunfo de hace siete días. Una victoria frente al Cádiz multiplicaría beneficios en muchos órdenes, no sólo en términos de clasificación en la tabla.

Por lo que respecta al equipo gaditano, quizá en lo primero que haya que reparar es en que se trata de un bloque que se ha movido a lo largo de todo el escalafón de Segunda en unas pocas semanas. Acuciado por una considerable crisis, ocupó puestos bajos de la tabla. A punto estuvo entonces de capitular su entrenador, Álvaro Cervera. Pero éste supo y pudo resistir. Corrigió el rumbo y ha transitado por todos los estadios de la categoría: fondos, tierras tibias o de nadie y zona noble. Lleva cinco jornadas consecutivas ganando y suma seis sin encajar goles. Hoy quiere abrir las puertas al ascenso directo.

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