Simbología de una celebración

La celebración grupal en Oviedo en la zona del banquillo del Real Zaragoza de la diana de Zapater revela la comunión, la complicidad y el compromiso existentes en el vestuario

Captura de la celebración del gol de Zapater en Oviedo efectuada por la televisión del Real Zaragoza
Simbología de una celebración

Marcó su golazo Zapater al Oviedo y, mientras él corría envuelto de gozo, rabia y pasión hacia la banda, el banquillo del Real Zaragoza se puso patas arriba. Pudo observarse con precisión en la retransmisión del partido: los suplentes y técnicos del equipo aragonés salieron al encuentro de los futbolistas titulares, fundiéndose todos en un revelador abrazo grupal. Una simbólica piña de la que extraer varias significados, principalmente, uno: hay equipo en el profundo sentido del término. Comunión, compañerismo, complicidad y también profesionalidad. Hacía mucho tiempo que los reservas del Zaragoza no expresaban con tanta efusividad la alegría de un gol y la compartían de ese modo con los jugadores que estaban dentro del campo.

Como núcleo de esa celebración coral, resaltó Zapater. No solo era el autor del gol, sino también el capitán de todos, el elemento aglutinador de sentires y pareceres dentro del vestuario. Otra alegoría de ese jubiloso conglomerado de futbolistas felices: el líder representaba la piedra central de todo ese edificio emocional.

Hubo muchos más protagonistas, casi todos, secundarios habituales, si puede hablarse de esa categorización dentro de un grupo de Natxo González. Llamó la atención la carrera, adentrándose en el campo, de Papunashvili, propulsado como un meteoro desde el banquillo ante el golazo de Zapater y un empate que minutos antes parecía utópico. El georgiano venía abriendo la puerta de la titularidad tras una notable secuencia de partidos previos, con gol triunfal incluido en Copa al Lugo. Pero, lejos de resignarse a un papel en la reserva o de adoptar posiciones contemplativas, fue el primero en saltar por los aires de felicidad para compartirla con sus compañeros. Lo mismo cabe decir de Ratón, el segundo en salir hacia la piña. Ha perdido la titularidad en la portería sin argumentos obvios, sin fallos letales, pero su condición de suplente no rebaja su compromiso. O Vinicius, escaso de minutos, también abandonó la bancada para coger billete en esa sinfónica celebración a la que tampoco faltaron Alain Oyarzun o Guti. Ni tampoco Javi Ros, otro que se ha caído de los onces y de las convocatorias. Ni Jesús Valentín, uno de los damnificados de las prioridades defensivas de Natxo González. Los siete reservas en Oviedo se comportaron como siete titulares.

Se observa así que va cuajando el grupo humano que perseguía el entrenador desde que implantó su singular método de convivencia desde el pasado verano, con jornadas completas, largas, desde comienzo de la mañana a inicio de la tarde: desayunos y comidas en comunidad para forjar esas relaciones personales y estrechar los lazos, más en un equipo tan nuevo y tan joven. Esta juventud está facilitando ese proceso de familiarizar la plantilla. Hay inquietudes comunes, aficiones semejantes, personalidades afines, estilos de vida similares… Ha contribuido a ello también la antelación con la que más del 80% del grupo se configuró, ya desde el primer día de pretemporada. Ya van tres meses de positiva ligazón. De momento, el Zaragoza gana pocos partidos, pero ha ganado un vestuario.

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