Febas o cómo ser abrasado a faltas sin que el árbitro se quiera enterar

El Alcorcón abusó de dureza y, sobre todo, reiteración en la tarea de frenar al mejor jugador del Real Zaragoza este domingo. Pérez Pallas lo consintió.

Tres momentos de la 'paliza' de faltas que recibió Febas en el partido del domingo ante el Alcorcón. Dos imágenes con el zaragocista en el suelo y, la tercera, cojeando al final del partido tras recibir una patada en el tobillo en la que el árbitro no pito ni falta.
Febas o cómo ser abrasado a faltas sin que el árbitro se quiera enterar
Oliver Duch

Aleix Febas es un futbolista novato jugador del Segunda División, con cara de niño, que está disputando en el Real Zaragoza sus primeros partidos en el ámbito profesional. No es Messi, ni Cristiano Ronaldo, ni Griezmann, ni Iniesta, ni Isco, ni Bale, ni Benzema, ni Luis Suárez... Es Febas y, la mayoría de los aficionados españoles que se topan con el nuevo proyecto zaragocista, preguntan alrededor o tienen que mirar enseguida en alguna base de datos para conocer y poner origen a este muchacho de Almacellas (Lérida), de 21 años, que ha venido cedido al cuadro aragonés desde el Real Madrid-Castilla de la oculta Segunda B.

Por eso, árbitros como el gallego Pérez Pallas, el de turno el domingo en La Romareda en el duelo frente al Alcorcón, un aspirante -de 30 años recién cumplidos- a llegar al reducido y elitista elenco de jueces de la máxima división española, también está en trance de conocer a Febas. No tenía ni idea este joven colegiado de Vigo de cómo juega el centrocampista zaragocista. Y, ante el rosario de faltas que los jugadores del Alcorcón comenzaron a desarrollar en La Romareda, según avanzaba el partido y Febas rompía una vez tras otra la línea defensiva madrileña, Pérez Pallas comenzó a apreciar algo diferente, que rompía con la rutina de su trabajo sobre el césped. El '14 del Real Zaragoza, cada vez que arrancaba en velocidad y verticalidad, acababa en el suelo, derribado.

Zancadillas, empujones, caderazos desequilibrantes, manotazos al pecho, al final también patadas... Las cuatro primeras faltas, por aquello de que los árbitros están aconsejados para que tengan temple a la hora de comenzar a amonestar durante cualquier partido, quedaron sin sanción disciplinaria. Falta y nada más. Tardó 23 minutos, a la quinta, en enseñarle la tarjeta amarilla a un zaguero alcorconero, el rudo argentino Esteban Burgos. Todavía dejaría pasar otra falta más sobre Febas (que ni pitó, por dar la ley de la ventaja de manera sui géneris) hasta que otro defensor rival recibió otra amonestación: David Navarro, en el 28.

En media hora de juego, Febas había caído al suelo siete veces. Abatido por los rivales en su juego de desborde y regate profundo. La Romareda y los compañeros del Real Zaragoza empezaron a bramar a Pérez Pallas. Aquello era inaceptable, por dureza en la marca sobre el jugador zaragocista y, especialmente, por reiteración. Constante reiteración. La cosa cantaba como una almeja en tierra. Nadie más era víctima del serial de faltas del Alcorcón. Solo Febas era el que las recibía.

Ni por esas, a Pérez Pallas se le ocurrió que aquello debía ser abordado de una forma diferente, dada la singularidad del caso. A nadie se le puede ocurrir que, en un partido de Primera División, desde el minuto 1, a Messi o a Cristiano los cosas a patadas, empujones y faltas los adversarios de turno y el árbitro respectivo no tome cartas en el asunto cuanto antes. Una, dos, tres, cuatro, cinco... Con el desconocido y novel Febas, este muchacho nuevo del Real Zaragoza, tipos tan inmaduros con el silbato en la boca como este Pérez Pallas sí que son capaces de no enterarse de qué va la historia durante dos largas horas de una tarde dominical.

Porque a Febas, el Alcorcón le siguió dando candela. Una vez vieron que Pérez Pallas flotaba sobre el partido como un astronauta en el espacio, no pararon en su estrategia: tenían claro que, de no ser muy  descarada la repetición de un futbolista en el acoso al mediapunta zaragocista, no iba a habar ninguna tarjeta roja, ninguna expulsión, pese a tan evidente carga de profundidad en la labor de demolición de las jugadas que generaba Febas. Borja Domínguez fue el tercer amonestado, nada más empezar el segundo tiempo, por zumbarle al leridano. Errasti lo sería un poco después. El público zaragozano estalló, los futbolistas protestaron la evidencia ante la posición pasiva del árbitro.

Más de la mitad de las faltas que recibió Febas no acarrearon tarjeta a los rivales que las cometieron. El Alcorcón, viendo lo que ocurría, no tuvo problema alguno en llegar a la treintena de faltas en un solo partido: si se tiene en cuenta el tiempo real de juego, el promedio sale a una falta cada minuto, aproximadamente. Y Pérez Pallas gustándose. Creyendo que, así, cumple a rajatabla con las consignas de "administrar y gobernar el partido sin abusar de las tarjetas", según llevan todos los colegiados de hoy en día grabado en su dietario.

Y, claro, así no hay quien juegue. Así no hay quien vea un partido ágil y con jugadas bonitas. Así se patrocina el fútbol feo y hasta sucio por momentos. Así se seduce a los marrulleros para que imperen los parones, las rupturas del ritmo combinativo. El caso de Febas, el del Real Zaragoza este domingo ante el Alcorcón, es digno de estudio en los foros internos del arbitraje español. ¿Habría hecho lo mismo cualquier juez de Primera en el partido del Barça si la víctima de tal repiqueteo de faltas hubiese sido Messi? ¿O si hubiera sido Cristiano Ronaldo en el choque del Real Madrid contra otro cualquiera?

Luego, uno ve cómo, precisamente en este partido Real Zaragoza-Alcorcón, un futbolista noble como Alberto Zapater estaba ausente por una expulsión el día anterior en Córdoba en la que tuvo que ver una amarilla por una protesta oral tras un penalti flagrante sobre Borja Iglesias (hecha con el brazalete de capitán y sin sobrepasar ninguna linde grosera), y no tiene más remedio que considerar que algo está mal baremado en el estamento arbitral para que el fútbol sea enjuiciado con cierta lógica y rigor.

Alcorcón, Febas, Pérez Pallas. Tres vectores que, el pasado domingo en La Romareda, se juntaron en el absurdo. Así, el fútbol se aleja de su esencia. El arbitraje, se escapa del sentido común. Y se premia a los malos para acabar perjudicando a los buenos.

La única excepción habitual a esta rutina solo se da en Primera y con las estrellas de por medio. Si alguien puede demostrar lo contrario, que levante la mano.

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