Los viejos vínculos de Tapia, el segundo de Natxo, con el Real Zaragoza y el Endesa

El nuevo técnico zaragocista hizo la mili en Zaragoza, probó con el equipo de Beenhakker y jugó en el gran equipo de Andorra de los ochenta.

Bernardo Tapia junto a algunas alineaciones extraídas de las crónicas de HERALDO.
Los viejos vínculos de Tapia, el segundo de Natxo, con el Real Zaragoza y el Endesa
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Bernardo Tapia no se sentirá extraño en Zaragoza. El segundo de Natxo González, su mano derecha en el banquillo, tiene viejos vínculos con la ciudad, con el club zaragocista y, en especial, con el histórico Endesa Andorra. Y es que el entrenador catalán (de 55 años y natural de Tarrasa, Barcelona, donde tiene su residencia) vivió un año en la capital de Aragón, el que solapó 1982 y 1983, como consecuencia del servicio militar obligatorio, que lo trajo a Zaragoza en el tradicional y recordado sorteo de la mili que llevaba a muchos futbolistas profesionales a diferentes puntos de España en su etapa más joven en sus trayectorias.

"Hice el campamento en el cuartel de San Gregorio y luego me destinaron a Caballería, en el acuartelamiento de Valdespartera", recuerda Tapia para HERALDO DE ARAGÓN. Cuando vino a Zaragoza como recluta, a mitad de 1982 cuando estaba a punto de cumplir los 20 años, aquel espigado centrocampista de 1,82 era jugador del Salamanca, en Segunda División, que lo había fichado del Tarrasa. En el club charro, Tapia ya había jugado el año anterior en la división de plata 6 partidos pese a su juventud. Y la Copa del Rey quiso que se diera un enfrentamiento entre el cuadro salmantino y el Real Zaragoza, donde el interior catalán jugó en la segunda parte del partido de vuelta en El Helmántico (pasó el Real Zaragoza, que ganó 3-0 en La Romareda y sufrió, al perder 2-0 en la vuelta, en Salamanca).

"Cuando vine destinado a Zaragoza, me dijeron que Leo Beenhakker, el entrenador del Real Zaragoza, quería verme pues le había dejado una buena impresión en aquel choque copero de meses antes. Y entrené seis días en la pretemporada en la Ciudad Deportiva con el equipo de entonces, a modo de prueba, hasta que se fueron al Balneario de Panticosa de 'stage' y ya me dijeron que no me iba a quedar", rememora Tapia. La clave de todo aquello, con seguridad, fue que Manolo Villanova era el entrenador de la UD Salamanca. Un vínculo directo para intentar sacar jugo a la presencia de este joven futbolista en Zaragoza, por si ahí podía haber una pieza válida de cara al futuro.

De hecho, Tapia compartió vestuario en Salamanca con jugadores que luego lo serían del Real Zaragoza, poco tiempo después: Corchado, Pedro Herrera y Jesús Orejuela. También con aquel delantero holandés que trajo Beenhakker, Tony Blanker, que jugó cedido en la ciudad del Tormes con Villanova al quitarle la plaza de extranjero en el Real Zaragoza un tal Raúl Amarilla, una máquina de meter goles desde su llegada de Paraguay con 19 años. El joven Tapia también compartió vestuario en Salamanca con los exzaragocistas, y ya veteranos, Benedé y Pérez Aguerri.

Y, al no tener viabilidad su fichaje puntual por el Real Zaragoza tras aquella prueba, la salida inmediata, como era habitual en aquellos años ochenta, fue el Endesa Andorra que presidía Juan Antonio Endeiza y manejaba deportivamente el recordado Juan Manero. "Me dijeron que ése era un gran club de Segunda B y fichar con ellos me alivió mucho el servicio militar. Evité tener que irme seguramente a Jaca o a Teruel, y disfruté mucho en un grupo excelente de grandes futbolistas, como Cani padre, Pascual Sanz, Aragonés, Arribas, Armando, Berdejo, Lacambra... con Pedro Lasheras y Rafael Teresa como entrenadores", recita de carrerilla, sin pararse ni un solo segundo, feliz por retomar de repente un episodio de su vida juvenil que vuelve ahora a primer plano por motivos obvios. "Me gustaría poder juntarme en los próximos meses con todos ellos", pide en voz alta Bernardo Tapia.

Cuando se marchó del Endesa Andorra una vez se licenció, regresó al Salamanca y jugó un año en Primera División, de nuevo con Villanova como entrenador. Su carrera no seguiría una línea ascendente y terminó convirtiéndose en un clásico de la Segunda B. Primero en el Lugo, luego en el Manlleu, después en la Gramanet y, por fin, en el equipo de su localidad, Tarrasa, en el que colgó las botas con 34 años y dio sus primeros pasos como entrenador más adelante.

Precisamente en ese paso por el Manlleu (pueblo del norte de la provincia de Barcelona), Tapia tendría el último vínculo con el Real Zaragoza de la manera más inesperada: otra eliminatoria de Copa del Rey, en unos años donde el sorteo era libre -sin proximidad geográfica- y jugaban decenas de equipos de Segunda B y Tercera, juntó a los zaragocistas con su Manlleu en 1990. El modesto equipo catalán dio guerra en la vuelta en La Romareda, pese a que el Zaragoza había ganado 0-1 en la ida. Llegó al minuto 86 con un inquietante 1-1 y el público aragonés sufrió. El choque acabó 3-1 con dos goles postreros. Tapia era la figura del Manlleu (junto con Tarsi, el padre del exjugador del Real Zaragoza, ahora en el Athletic de Bilbao B) y aquel plantel blanquillo era el del año de Maneiro y del joven Víctor Fernández después, con Poyet, Edison Suarez, Juliá, Belsué, Solana, Fraile, Peña, Lizarralde, Moisés, Salva... "Jugamos tan bien ese día y veíamos tan posible remontarle al Real Zaragoza que recuerdo que, cuando faltaban 10 minutos, le decíamos al árbitro que alargara más el partido. Luego nos metieron dos seguidos al final y el cuento se acabó", evoca con chanza Bernardo Tapia.

Evidentemente, para un grupo de gente del Real Zaragoza de los ochenta y noventa y, sobre todo, para todos los históricos del gran Endesa Andorra de su época dorada, la figura de Tapia va a volver a primer plano una vez se recuerden todos estos episodios. El segundo entrenador del nuevo proyecto zaragocista, como se observa, no es un desconocido en el lugar. Antes al contrario.

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