Real Zaragoza y Girona empatan a cero y logran sus objetivos

En un partido sin historia, un pacto de no agresión, los aragoneses se salvaron del descenso y los catalanes son equipo de Primera División.

Una imagen del partido entre el Girona y el Real Zaragoza.
Una imagen del partido entre el Girona y el Real Zaragoza.
Efe

Se podía prever. Era algo que estaba en todas las cabezas de la gente del Girona y del Real Zaragoza. También en infinidad de las ajenas. Un partido de empate. Un punto para cada uno, que colmaba sus aspiraciones en el final de esta temporada: el cuadro catalán subía así a Primera División, algo histórico por ser la primera vez en su trayectoria vital, y los aragoneses volvían a casa de madrugada salvados matemáticamente del descenso a Segunda B, un final triste a un año terrible. Y se dio. Porque el mundo del fútbol es así. Leyes no escritas. Códigos tácitos que rigen desde su invención.

El partido resultó atípico. Sin afán competitivo real por parte de ninguno de los dos. Un combate de miradas a los ojos, de nulo riesgo, de nada de nada en ataque. Un choque que encajaba a la perfección para diseñar una igualada final a través de un fútbol amable, gentil, sin la tensión habitual. Según se quiera ver, con mucho de antinatural. Pero una liga tiene estas cosas. Este perfil de partido jamás se habría dado en la jornada 2ª, o en la 22ª o, sencillamente, hace una semana. En la penúltima jornada, sí que cabe. Como ha ocurrido cada año en infinidad de casos. Por eso, entrar a censurar el desarrollo del encuentro de Gerona, sin mirar la jurisprudencia de décadas y décadas atrás, parece un exceso de celo.

Los primeros 20 minutos fueron definitorios de lo que se iba a apreciar hasta el final. Al principio, el control del balón corrió por parte del Real Zaragoza. El Girona se colocó atrás y cedió la pelota a los aragoneses. Marcelo Silva, José Enrique y, de vez en cuando, Zapater, se hincharon a tocar y tocar en horizontal, con algún apoyo también en el portero Ratón. Todo, en la línea de defensas de los avispas (así vistió el Zaragoza esta vez en Montilivi). Cuando los zaragocistas volcaban el juego al campo gerundense, a base de algún pase de 30 metros, los locales, en su recuperación, tampoco buscaban la profundidad como lema principal. Se trataba de sobar la bola, de dejar correr el segundero, lento como la gota de una gruta. Estaba claro que en ambos equipos había más miedo que alma a encajar un gol, más bien que les gustaba el 0-0 inicial por motivos tan obvios como naturales.

Tras un disparo lejano de Lanzarote, alto, en el minuto 7 y otro de Marcelo Silva, también desde fuera del área, que se fue a la fila 12 de la tribuna de gol, los gerundenses entraron algo más en danza en la segunda fase del primer periodo. Pero siempre sin pisar el área de Ratón con veneno. Entretanto, cada encontronazo, dentro de un escenario global donde los marcajes eran leves en la poblada zona ancha del campo, necesitó la asistencia de los médicos y fisios. La trama del choque se movió entre interrupciones, dando todo el mundo por hecho que la igualada inicial era oro molido, en general, sin ninguna excepción ni dentro ni fuera del césped. Solo una cesión de Silva a Ratón, algo fuerte en el golpeo del central uruguayo, llevó algo de dudas al guardameta zaragocista, debidamente jaleado por la ilusionada afición catalana.

Bono, el excancerbero zaragocista ahora en el Girona, ni se manchó su inmaculado uniforme totalmente blanco. Los delanteros de ambos equipos no tocaron cuero más que cuando bajaron a participar en el carrusel de pases inertes que se llevó a efecto, en uno y otro bando, en esos terrenos donde nunca pasa nada si no se generan espacios arriba y se busca con intención la portería adversaria. Sufrieron esos efectos los Lanzarote, Cani, Ángel, Sandaza, Portu… O reculaban mucho para entrar en las estadísticas o no veían el balón ni en sueños.

La primera falta (golpe franco) con rigor del partido la hizo José Enrique sobre Portu en el lateral del área zaragocista… en el minuto 45. El centro al área lo remató de cabeza Sandaza… hacia atrás. Fue la metáfora del primer tiempo que concluyó con el alborozo de la hinchada gerundense, que nada exigió a los suyos pese a la falta de sustancia atacante de ese primer acto, todo un canto al fútbol especulativo, medido al milímetro en las conductas de unos y otros. Son las cosas de la competición, cuando esta llega a su final y tiene lugar un cruce como este, donde al Girona y al Real Zaragoza les encajaba perfectamente el empate para sus dispares proyectos de vida.

Nada cambió tras el descanso. Con Láinez y Machín de pie delante de sus respectivos banquillos, como queriendo controlar cualquier atisbo de problemas, el fútbol de pugna y pelea brilló por su ausencia. Combinaciones irrelevantes, pases largos sin un fin concreto, pérdidas, recuperaciones y vuelta a empezar en un sentido y otro. Algo imposible de ver para alguien que no fuera del Girona o del Real Zaragoza. Un tostón sin agarradero alguno para cualquier espectador neutral. Pero a gerundenses y zaragocistas les iba su futuro en ello. Y el 0-0 era ideal. Lo preciso. Y no había que buscar más explicaciones al asunto.

Según fue pasando el tiempo, la afición local empezó a tocar con la yema de los dedos la Primera División. Su sueño, por el que han estado peleando tres largos y duros años. En los dos anteriores, fallaron al final. Esta vez no podía escaparse. La fiesta estaba preparada. Y el Real Zaragoza, de convidado, no era de piedra, porque también se jugaba algo supremo: la vida como club, como SAD. Así que sobre el césped se desarrolló un evidente pacto de no agresión. A falta de media hora para el 90, ya se hacía la ola en las tribunas de Montilivi, ya se cantaba el éxito mayúsculo que es para ellos estar el año que viene en la élite.

Se gritaron con retintín desde las gradas un córner abierto que lanzó Borja Fernández, casi fuera del área grande. Y, más tarde, una falta que colgó Bedia al área de Bono, pasada en demasía, sin alcanzar siquiera el ras del punto de penalti. Todo estaba claro para todo el mundo. No hacía falta subtítulos ni traduccion simultánea.

La cita liguera agonizó con el mismo tono con el que se inició. Ya sin ningún miedo por parte de nadie, si es que en algún momento, a partir del primer cuarto de hora, aún existía ese sentir nervioso en algún cerebro de los presentes. Cosa improbable. Y, por supuesto, el envite acabó trufado con el carrusel de cambios. Xumetra, gerundense, ovacionado por quien fue su público durante años, relevó a Cani. El siguiente turno fue para Jesús Valentín, que suplió a José Enrique. En los locales, Cifu sustituyó a Mojica. Al poco, Felipe Sanchón tuvo sus primeros minutos del año en el puesto de Portu. Edu García había entrado por Lanzarote antes de que Machín también hiciera partícipe del ascenso al veterano capitán Richy, inédito esta campaña. Nunca los cambios tuvieron tanto significado, en este caso, en el lado gerundense.

La fiesta era completa. Grande, monumental en la ciudad de Gerona y en el casi nonagenario club rojiblanco. Y, en frente, el Real Zaragoza se iba a la ducha con la permanencia en el bolsillo. Sin tener que sufrir el último día ante el Tenerife. Y sin tener que valorar las victorias del Alcorcón en Murcia y del Nástic de Tarragona en Tenerife, justo los dos marcadores que lo podrían haber condenado de no haberse dado este empate a cero en el campo del Girona, tan a la medida.

Ficha Técnica

Girona FC: Bono; Aday, Ramalho, Juanpe, Alcalá, Mojica (Cifu, 77); Eloi Amagat, Borja García (Richy, 86), Granell; Portu (Felipe Sanchón, 82) y Sandaza.

Real Zaragoza: Ratón; Isaac, Marcelo Silva, José Enrique (Jesús Valentín, 71), Cabrera; Zapater; Lanzarote (Edu García, 80), Edu Bedia, Javi Ros, Cani (Xumetra, 62); y Ángel.

Árbitro: Arcediano Monescillo (Comité Castellano-manchego). No mostró tarjetas.

Goles: No hubo:

Incidencias: Noche muy húmeda en Gerona, tormentosa como lo fue todo el día, en el que descargaron diversos chaparrones puntuales desde el mediodía. El césped, que presentó un buen aspecto, aunque lógicamente mojado. Los pequeños graderíos de Montilivi registraron un lleno a rebosar, con 9.200 espectadores en sus butacas.

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